Creo que he llegado a la parte que más me gusta contar en toda mi historia.
Verán, Finn tenía cierta magia dentro suyo que, cuando él decía algo ese algo terminaba siendo cierto, por más que hasta tú mismo creyeras lo contrario.
Si Finn decía que hacía un día hermoso para ver películas acompañado de un capuchino tibio, el cielo se nublaba y comenzaba a llover, transformando el día en, efectivamente, en una tarde perfecta de películas.
Si Finn decía que su salud mejoraría aún a pesar de que una terrible gripe le estuviese carcomiendo los huesos, tomaba una pastilla y al par de horas estaba, efectivamente, en las mejores condiciones para hacer cualquier cosa conmigo.
Si Finn decía que yo era especial aún a pesar de que yo me sintiera (como siempre) la mierda más asquerosa de todas, al instante yo terminaba de, efectivamente, convencerme de que aquello era verdad.
Yo era especial.
Claro que ese bonito pensamiento sólo se mantenía un par de segundos hasta que mamá soltaba uno de sus comentarios homofóbicos que me hacían sentir repulsivo y me devolvía al hueco depresivo del cual mi mejor amigo estaba tratando, día con día, de sacarme.
La cuestión es que, tal como Finn había dicho, senteciado y asegurado, Wyatt, Sophia, Chosen, Jeremy y Jaeden terminaron siendo, efectivamente, mis amigos.
Ellos eran un grupo de personas maravillosas que lograban distraerme de la tristeza que por las noches me ahogaba robándome el aliento, y a cambio dibujaban las sonrisas que en el último año y más de mi vida había olvidado cómo mostrar en mi rostro.
Con ellos, fue demasiado fácil adaptarme a la poco conocida compañía que nadie más me ofreció, ni siquiera antes de la muerte de mi padre.
Siempre había sido un niño débil, solitario. Una presa fácil que se esforzaba cada día por esconderse de los depredadores que seguramente estaban buscando a alguien como yo: flaco, desnutrido y sin amigos.
En cambio con estos chicos, no tenía que esforzarme por ser como ellos. No necesitaban esa porquería falsa que muchas veces la gente utilizaba para agradar; ellos me aceptaban por quien yo era.
Bueno... casi. Obviamente ninguno de mis ahora (vaya, qué raro es decirlo) amigos sabía que yo era gay.
Probablemente tardaría mucho para admitirlo frente a uno de ellos.
Las cosas transcurrieron demasiado bien, descubrí lo que la amistad significaba y el tipo de cosas que los amigos hacían. Y por primera vez en toda mi vida...
Fui a un parque de diversiones.
No sé si quiera cómo lograron convencerme de aquella locura, creo que fue porque Finn hizo pucheros y Sophia amenazó con lamerme la cara. Y vaya que sabía que esa loca era capaz de muchas cosas.
—Finn, ¿a dónde vamos? —pregunté asustado viendo a toda la gente.
A TODA la —mucha, DEMASIADA— gente que reía, gritaba y se divertía en aquél lugar. Me sentía intimidado, esas eran cosas demasiado felices para un chico con depresión ¿saben? Me aturdía.
—Jaeden quiere jugar los dardos, así que iremos por palomitas para verlo fracasar —se mofó.
—Eso es cruel —fue lo único que dijo el aludido en modo de reproche.
Yo lo miré y él me miro de vuelta, me sonrió. Jaeden no hablaría tanto, pero tenía el rostro y los ojos más expresivos de todos.
Al llegar al puesto donde se llevaba a cabo el juego de dardos, todos se detuvieron. Dijeron algo que no alcancé a escuchar por estar viendo a un niño con sus padres sonriendo y comiendo un algodón de azúcar.
La imagen me provocó un nudo en la garganta, por aquella imagen que estaba viendo. Por la familia que ya nunca volvería a tener.
Definitivamente tanta alegría me estaba tumbando.
—Hey —mi mejor amigo fue el que me despertó del trance, al momento de tomar mi mano y acariciar los nudillos—. Voy a ir con los chicos por las palomitas, quédate aquí con Wyatt, Sophia y Jaeden; no me tardo.
—Ok —musité levemente y lo vi sonreírme antes de marcharse.
Jaeden hablaba con el dueño del puesto, mientras Wyatt hacía caras raras para hacer reír a Sophia que estaba ahogando una gran carcajada.
—Basta, ¡basta! —pidió ella riendo. Él no se detuvo—. ¡Que basta! —gritó otra vez, enojada, dándole un manotazo en el brazo.
Yo reí fuertemente por la expresión de dolor del ruloso.
—Dios, Wyatt, hasta yo sé que debes hacer lo que Sophia pide cuando lo pide —espeté.
—Él sabe.
—Él lo sabe —siguió Wyatt la frase de la pelirroja.
—Gracias a Dios lo sabe —habló Jaeden acercándose a nosotros sin despegar la vista de sus dardos.
—Jack, sabemos que es tu primera vez en una feria, y no te hemos preguntado a qué juego te gustaría subir —escuché que Sophia me preguntaba con dulzura.
No lo había pensado; aunque había visto varios juegos de las ferias en la televisión y me gustaba mucho la...
—¿Qué les parece la rueda de la fortuna? —les pregunté con timidez.
Los tres se miraron entre sí, sorprendidos y confundidos. Yo no entendía a qué se debía la expresión en sus rostros. Luego los tres comenzaron a reír escandalosamente como si yo hubiera dicho lo más gracioso del mundo.
—Tienes que estar jugando —soltó el castaño claro, acompañando su frase con una sonrisa.
—Ehh, ¿por qué lo dices? —volví a cuestionar.
—Jack, ¿tú en serio no lo sabes? —me preguntó Sophia sin dejar de reír—. Deja de fingir.
—Es decir, no puedes no saberlo —continuó Wyatt—. Siempre subimos juntos a los juegos, pero Finn jamás en su vida se ha subido a un juego que rebase los 5 metros.
—Porque le dan miedo. Finn le tiene miedo a las alturas.
datado: su servidora también le tiene miedo a las alturas.
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𝐒𝐄𝐑𝐄𝐍𝐃𝐈𝐏𝐈𝐀 ; fack ✦
Fanfic𝐒 | donde finn salva a jack en medio de su intento de suicidio.