Capítulo 3

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Habían pasado casi seis meses desde que se habían conocido, y como siempre, Dante esperaba a Gabriel. Pero hubo algo diferente y Gabriel lo notó en el rostro de su amigo.

A su edad y con su historial de acercamiento a los demás, era muy obvio que no entendería el comportamiento de su amigo, ni mucho menos los sentimientos que aquel albergaba en su interior. Para Gabriel su amigo sólo estaba de mal humor, Dante era un completo misterio para él y eso no era bueno para la edad que tenían.

Dante se veía más pálido de lo normal, su rostro, que con normalidad se veía jovial y un poco perverso, se veía serio, e incluso Gabriel apostaba a que era tristeza lo que se veían en los ojos de su amigo, pero el otro jamás le diría la verdad.

Gabriel ignoró el humor de su amigo, y es que Dante era muy extraño a veces y su humor cambiaba de agradable a desagradable con bastante facilidad.

-Juguemos.- apremió Gabriel con euforia, más de la que verdad sentía y es que quería alegrar a su amigo.

-No quiero.- espetó Dante, con una mueca desagradable pintada en el rostro. Por un momento, a Gabriel le dio miedo, era como aquellas expresiones que hacían sus compañeros de escuela cuando él se acercaba a querer jugar.- Mejor quedémonos aquí, sin hacer nada.

Gabriel prefirió quedarse en silencio, mejor no lo molestaba. Entonces, ambos niños se acercaron a jugar en los columpios, Dante había argumentado que no tenía tantas ganas de moverse, y los columpios fueron la mejor idea que a Gabriel se le ocurrió. Una que otra niña los observó sentarse en los columpios, nadie se acercó a molestarlos, con el tiempo que pasaban ahí se habían ganado esa fama de intocables, muy pocos niños se acercaban a ellos, porque de acuerdo con Dante, ellos estaban en otras ligas, eran los niños que se juntaban con los mayores a pasar el buen rato. Esa fama no les desagradaba para nada.

-Será un día aburrido.- se quejó Gabriel, él era un niño muy activo, de eso se había dado cuenta, le gustaba hacer deportes y correr, justo en ese momento quería jugar fútbol americano con Dante o incluso el futbol que jugaban en ese momento los chicos mayores. Seguía siendo malo en aquel juego, aun cuando ya lo practicaba más, pues al entrar a la secundaria pudo librarse de los estigmas mal motivados que le siguieron durante la primaria, sus nuevos compañeros eran más agradables con él, incluso los que eran de un grado más avanzado, siempre les permitían jugar a sus compañeros y a él; no era bueno, pero lo intentaría si así le subía el ánimo a Dante.

-Será aburrido porque estás quejándote como niñita.- le acusó Dante con otra mueca en el rostro.- Mejor cállate y juguemos a pasarnos la pelota, aquí sentados.

Gabriel había llevado su pelota favorita, de su deporte favorito, el futbol americano. Tal vez algún día podría llegar a ser un reconocido jugador como los de la televisión.

-No, juguemos americano. Es el mejor juego del mundo.- dijo Gabriel, insistiendo una vez más. No perdía nada, solo esperaba que su amigo no le diera un golpe.

-Me voy a ir a sigues insistiendo.- amenazó Dante.

-Malo.- respondió Gabriel con enojo, vale, que no sabía como insultarlo y se sintió tonto por eso. Si fuera grande, lo insultaría como los de la televisión.- Entonces no hagamos nada.

Dante se levantó del columpio y caminó hacia la resbaladilla y se sentó al final de ésta tapándole el paso a un par de niñas que se peleaban por ver quien se lanzaba primero. Sus pucheros se asomaron cuando vieron que Dante no tenía intención de quitarse de ahí, sin embargo, no dijeron nada para moverlo.

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