Capítulo 29

49 6 0
                                    


Rafael no se había estado sintiendo bien, sin embargo se lo atribuyó al hecho de que se sentía cansado por haber estado trabajando turnos extras por poco más del salario mínimo, y no es que necesitara mucho el dinero como para desgastarse a tal punto que se sintiera morir de cansancio. Tampoco es que tuviera mucho, de hecho había estado teniendo que comer porciones más pequeñas de las que solía con tal de mantenerse en contacto con su madre. La mujer estuvo enferma, según lo que había hablado con su tía era un virus pasajero, pero que había logrado dejarla en cama por más de una semana.

Cuando él llamó su madre le dijo que no fue nada, sin embargo, en su voz, podía notar los estragos de la enfermedad. Por lo cual, preocupado, había estado en contacto con su tía y con su madre. Les enviaba mensajes todos los días, aunque no siempre tenía respuesta, especialmente por parte de su progenitora, quien con simples monosílabos le respondía.

Vivía preguntándose cuando su madre se daría cuenta de que también él estaba sufriendo. De que también él se sentía sólo.

Pronto ya no sólo habría perdido una hija, sino que también le habría perdido a él.

En un par de meses se cumplirían cinco años desde la muerte de su hermana, y realmente deseaba poder pasarlo a lado de su mamá. Aunque no le sorprendería que ella se negara a salir de casa. El hecho de que fuera algo de todos los años no significaba que él estuviera acostumbrado a verse ignorado por su progenitora, de verse como el malvado por querer que ella se diera cuenta de que él seguía vivo.

Si por él hubiera sido su hermana nunca hubiera muerto, sería su nombre el que estuviera escrito sobre una lápida. ¿Era su culpa no poder cambiar lugares con su hermana?

A veces se sentía tan enojado, y no sabía la razón, pero el punto de origen siempre era el mismo: la muerte de su hermana.

-¿En qué piensas?- preguntó Azriel parado a su lado.

Rafael, sorprendido, giró a verle. ¿En qué momento había aparecido?

Al no obtener respuesta, el pelinegro se sentó en la arena con pocos centímetros separándole de su amigo. Llevaba rato observándole desde la distancia, poco más de media hora, y es que por más que lo había intentado, no pudo dormir. Por lo cual se levantó y decidió ir a la orilla de la playa, llevándose la sorpresa de que Rafael estaba ahí, y parecía que llevaba un buen rato.

El mayor tenía la mirada perdida en la oscuridad, sin ver nada realmente, enfocado en sus pensamientos. El tormento que veía en su mirada hizo que no se acercara.

Cambió de opinión al considerar mejor sus opciones, quedarse ahí viéndole sufrir o acercarse y hablar. Eligió la segunda.

Rafael era quizá con quien más cercano se sentía de los cuatro. Sabía que podía contar con los otros tres, eran sus mejores amigos, pero el hecho de que el mayor no hubiera dicho nada de su primer encuentro le hacía sentir cierto afecto especial por él. Rafael no le veía diferente, mucho menos lo juzgó como muchos lo hicieron, además de que compartían tanto que ni siquiera ellos dos lo sabían.

No esperaba tener la gran conversación con Rafael, mucho menos deseaba que le dijera todos sus secretos. Él iba a sostenerle en silencio, porque para eso estaban los amigos, para cuidar y levantar cuando uno no estaba bien.

Verlo con aquella expresión tan triste le conmovió el corazón. No era la persona más afectiva, pero deseó hacer algo más que cruzar sus brazos y permanecer sentado a su lado.

-¿Todo bien?- preguntó una vez más, sin observarle, con la mirada al frente. Lo único que podía ver era las olas terminando su viaje en la arena, la espuma blanca era tan sólo un reflejo transparente ante ellos dos. La luna brillaba en lo alto, habiendo una más reflejada sobre el agua, y más allá de donde su vista podía llegar había grandes árboles moviéndose lentamente al compás del viento.

ESTIGMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora