El sonido de los cubiertos golpeando el plato era un tanto molesto, eso bien lo sabía Gabriel, se escuchaba por toda la habitación, como si fuera lo único ahí, pero no era así, de vez en cuando su padre le dirigía una mirada, que muy bien podía significar "¿cuándo va a dejar de hacerlo?", reclamándole por no tener los mejores usos con los cubiertos , pero no atreviéndose a decírselo en voz alta, y es que incluso para los oídos del adolescente era molesto y un tanto gracioso, en cualquier otra situación se estaría riendo de eso.
Quería parar, sin embargo no podía evitar que su mano temblara y que sus cubiertos golpearan su plato. El adolescente se sentía nervioso, sentirse tan a la expectativa y tenso no le ayudaba para nada, y es que su principal preocupación se debía a que no sabía si a su mamá le gustaría lo que con tanto esmero le había comprado por motivo de su cumpleaños. Alejandra Dávila era una mujer que lo tenía todo, un esposo millonario, un hijo bueno y educado, y una carrera exitosa que le hacía independiente del hombre que vivía con ella, ¿qué podría necesitar?
¿Qué podría darle él que su mamá no pudiera comprarse a sí misma? Esa es pregunta que le seguía desde finales del año pasado en que se puso a ahorrar para comprarle algo. Todo lo que parecía ser gusto de Alejandra era demasiado caro para sus humildes ahorros y es que por más que intentó guardar todo el dinero que le daban, le fue imposible, siempre había algo que se le antojaba o que realmente no podía desaprovechar y no comprar. Y lo más barato solía ser muy feo, ¿qué se podía comprar que pareciera de marca, pero que valiera no más que ingreso mínimo? La respuesta es nada, pero afortunadamente pudo encontrar el regalo perfecto, ahora esperaba que a su mamá le gustara. Dante había dicho que posiblemente ella se desmayaría del gusto.
La mirada que su padre le daba no ayudaba. Aunque agradecía internamente que no fuera la misma con la que lo había visto dos días atrás cuando entró a su oficina.
No podía simplemente olvidar la plática que habían tenido, fue tan extraña que Gabriel soñaba con ella, las palabras que su padre le había dirigido habían despertado en él gran curiosidad y confusión, aquella voz gruesa de adulto promedio, provocó en él varios sentimientos, uno de ellos, y el más conocido, miedo. Por eso decidió que por un par de días no saldría, esperaría a que se calmaran las aguas.
Todo en su padre estaba destinado a causarle miedo, desde sus pies hasta su cabello, y eso a su vez causaba en él tristeza, porque un niño jamás debería temer de su padre, ni siquiera de hablar con él. Recordaba, como si fuera un pasado muy, pero muy lejano, un tiempo en donde él jugaba a los pies de su padre y el hombre rígido lo alzaba entre sus brazos. Llegaba a pensar que nada de eso ocurrió.
Había formas de temer a un padre, una de ellas, que venía a ser una tortura silenciosa, era la que Gabriel sentía, porque no temía a su padre porque lo amara, sino porque se amedrantaba ante la autoridad que emana como ser humano, y le aterrorizaba estar bajo la furia de quien representaba la imagen de un villano en su mente.
Más que admirar a su padre por serlo, por amarlo y procurar a su familia, lo admiraba porque era un ser humano capaz de infundir miedo hasta el más alto rango, porque todo en él era digno de admirar, en especial su imperio. Gabriel se preguntaba si su padre le temía a alguien.
Tal vez no, pues su semblante siempre parecía imperturbable, y las únicas veces en las que parecía alterarse era cuando su madre entraba a la misma habitación, justo como en ese momento.
Los ojos del hombre rígido brillaron levemente, la admiración evidente en sus pupilas, como si mirara a su mayor trofeo. Tal vez ese brillo era el amor.
-Buenos días, cariño.- dijo Alejandra Dávila acercándose a Gabriel, a quien le dirigió una mirada alegre con una sutil sonrisa marcada en sus labios. Ella se veía hermosa, siempre lo hacía, no recordaba día en el que su madre no pareciera un ángel.
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ESTIGMAS
Teen Fiction"Debiste haberle salvado, pero ni siquiera puedes salvarte a ti mismo." Las palabras se repetían cuando cerraban los ojos y recordaban esos días. Ellos eran los mejores amigos que todos querían tener, todos los veían como hermanos, pero jamás se d...