Capítulo 33

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No estaba listo y nunca lo estaría, de eso estaba seguro Gabriel. Momentos como esos es que deseaba seguir siendo tan sólo un niño que ignoraba su realidad, sin embargo tenía que admitir que su presente no era tan malo, porque tendría todo lo que deseara y necesitara, sólo debía sacrificar su verdadero sueño.

Y es ahí donde radicaba el problema, soltar su más grande anhelo estaba siendo un gran problema, incluso debía admitir que resultaba doloroso imaginarse una vida encerrado en una oficina, redactando y leyendo documentos sobre ventas y construcciones. Si algo sabía es que no era una persona que pudiera estar encerrado esperando a que las personas le llevaran las cosas para que firmara, ni mucho menos deseaba viajar únicamente para reunirse con otros empresarios que harían lo mismo que él, estar encerrados en un edificio cuya altura era proporcional al tamaño del ego del dueño.

Inconscientemente empezaba a desarrollar un desprecio contra lo que representaba su herencia familiar y todo aquel que era igual, pero debía mantener las apariencias y para eso era muy bueno tanto que ni su padre ni su madre se daban cuenta de la fatiga que le resultaba ir a donde ellos iban y entablar conversación con todos los egocéntricos hombres de negocios que se acercaban para intentar que invirtieran con ellos. Era tan bueno que la gente empezaba a conocerlo por quien realmente era, Gabriel y no sólo el hijo de Humberto Báez.

Siempre tenía una sonrisa en el rostro, era amable e inteligente, no había pregunta que no pudiera responder y es que no podía evitarlo, todo cuanto leía se le quedaba en la mente y cuando menos lo pensaba se encontraba respondiendo. Ese era su mayor defecto, le encantaba sentirse reconocido, que la gente le felicitara por saber tanto.

En las tantas cenas de negocios a las que acudía últimamente había conocido una parte de él que había estado oculta en lo más profundo de su ser, odió admitirlo, porque para él significaba que era demasiado parecido a su padre. Una persona egoísta y arrogante, que se sentía superior a los demás. Eso fue lo que descubrió, tal vez no en la misma medida que su progenitor, pero podría convertirse en él en el futuro. Fue duro descubrirlo, porque siempre pensó que era diferente, pero estaba siendo influenciado por su familia sin darse cuenta.

Quiso mantener esa parte descubierta para sí mismo, pero pronto se encontró contándoselo a Dante. Pensó que su amigo iba a bromear sobre eso, pero fue demasiado serio cuando le dio su opinión. No debía preocuparse por eso, siempre y cuando no dejara de ser Gabriel. Aunque últimamente pensaba que sí que cambiaría, era imposible no hacerlo, estaba creciendo y sus gustos, deseos y anhelos estaban definiéndose e incluso su personalidad estaba más cambiada.

Tenía miedo de cambiar tanto que no se reconociera a sí mismo, por fortuna tenía a sus amigos que siempre lo mantenían con los pies sobre la tierra. No se imaginaba sin ninguno de ellos.

Por un lado tenía a su papá presionándolo para ser como él y por otro estaban sus amigos que le ayudaban a darse cuenta de qué era lo que realmente deseaba.

Estaba completamente seguro de que él quería ser doctor, deseaba salvar vidas, aprender sobre el cuerpo humano y sobre un sinfín de cosas más sobre el desarrollo del ser humano, no sobre estructuras empresariales ni números de ventas. Él quería salvar vidas, porque era el granito de arena que él quería poner para hacer del mundo algo mejor.

Podía ser que sus ideas fueran tontas, muchos dirían eso, porque era él contra un mundo que no quería cambiar, pero siempre que pudiera hacer algo diferente lo haría. Habiendo tantos enfermos y tan pocos especialistas, él deseaba servir y ser ese uno que faltaba.

Estaba de más decir que no tenía problema alguno en ayudar al que lo necesitaba, de ver sangre y observar documentales sobre el ser humano como si fuera la mejor película de superhéroes que existiera.

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