Capítulo 14

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Los días pasaban demasiado lentos para ambos adolescentes, cada uno ocupado en lo que se les pedía u obligaba a hacer. Era una tortura el sentir que las clases nunca se acababan, que la tarde se alargaba, que el sol tardaba más en ocultarse y que sentir su calor ya no era algo agradable, y que la noche, al cerrar los ojos, se fuera de sus dedos como agua. El día duraba tanto y la noche tan poco, que es como si nunca descansaran, pues incluso en sus sueños seguían viviendo en su día a día.

Para Dante, el día era difícil, pues su rutina no cambiaba con el pasar del tiempo, siempre lo mismo, lo único que cambiaba era el lugar en donde aterrizaban los golpes de su padre, y es que en los últimos días su furia parecía haberse incrementado y toda iba dirigía hacia el adolescente. El hombre, su padre, parecía no tener suficiente de él, los golpes eran más dolorosos que antes y ahora eran más visibles. Era muy difícil ocultar los moretones de su rostro o de sus muñecas, y no es como si lo intentara, simplemente levantaba su rostro y caminaba entre las personas, nadie le preguntaba nada, nadie decía nada que se acercara a la verdad, más que esos rumores tontos sobre que era parte de una pandilla.

Lo único que podía agradecer de ese rumor es que una chica de último año se había acercado a él, de forma atrevida se sentó en la silla de enfrente y entonces le preguntó la verdad acerca de lo que decían, fue como se enteró de su mala reputación. Iba a negarlo, no tenía caso hacerles creer algo tan absurdo y fuera de la realidad, pero no pudo hacerlo, así que sólo calló y esperó a que la chica hablara.

-¿Has besado a alguien?

La conversación se había ido de sus manos, no supo cómo fue que llegaron a esa pregunta, ni siquiera supo que fue lo que le hizo responder con sinceridad, lo siguiente que supo es que estaba siendo arrastrado por la chica a la parte trasera del edificio donde estaba su salón. La chica mayor lo empujó a la pared y juntó sus labios con los de él.

El beso fue lento, los labios de la chica tenían un sabor dulce, se notaba que ella sí sabía besar y eso le gustó a Dante, que sin darse cuenta había puesto sus manos en la cintura de la susodicha. De un momento a otra la chica se despegó de él y le sonrió.

-Ahora ya son dos.- le dijo la chica, con una sonrisa coqueta.

Dante se preguntó qué era lo que sentía en ese momento y se lo seguía preguntando días después.

Esa chica, posiblemente no la más guapa de la escuela, pero sí la más segura de sí misma, le había hecho experimentar una parte de él más real de lo que cualquier libro podía mostrarle. Desde ese día, decidió que la práctica era mejor que la teoría, y vaya que le había gustado.

Días después volvió a ver a la chica a las afueras de la escuela, y habían terminado haciendo lo mismo, esa fue la segunda y última vez. Si bien la chica se veía interesante, y sus besos eran buenos, no estaba tan interesado en ella, por el contrario, lo único que le gustaba era su forma de besar.

El beso fue su ruta de escape momentánea, de vez en cuando recordaba ese día detrás del edificio, intentando ignorar lo que ocurría en su vida. Ni un beso, ni una chica, nada parecía ser suficiente para hacerlo olvidar el odio que ardía dentro de él.

Cuando se miraba al espejo podía ver a su padre también, mirándole con sus ojos rojos llenos de rabia y de odio, sus puños en alto gritándole groserías y arremetiendo contra él. Había visto tantas veces esa misma mirada que estaba acostumbrándose a ella, pero algo cambiaba en sus ojos cuando lo enfrentaba y le respondía o le gritaba, su ira se veía opacada por el miedo.

Sí, miedo de él, lo sabía. Su padre incrementaba sus golpes, pues sabía que algún día las cosas podrían cambiar y ser él el que fuera golpeado por su hijo. Por eso es que parecía querer matarlo a puñetazos, y es que Dante estaba creciendo, se hacía fuerte y alto, y no sólo era él el que crecía, también su enojo.

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