Capítulo 12

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Para Dante su vida se dividía en dos importantes vertientes, y es que sus días no podían ser de otra manera. Desde pequeño sabía que los días se dividían en aquellos en los que su padre golpeaba a su mamá y a él y aquellos días en los que no los tocaba. Le era imposible verlos diferente, o eran días donde le tocaba ser golpeado o era un día en el que se salvaba por poco de una paliza. No había días intermedios, podría haber miles de cosas buenas en su día, podría haber sido en el que más se divirtió, pero si al final terminaba sobre el suelo escondiéndose tras su madre, entonces era uno malo. Dante empezaba a ver su futuro de esa manera, no podía ver más allá de los golpes, pues cuando pensaba en el futuro sólo podía verse a sí mismo recostado en el suelo siendo golpeado una vez más por el hombre que decía ser su padre.

Ese día era uno de los malos.

Empezó bien, su mamá levantándolo para que no llegara tarde a la escuela, lo jaló de los pies hasta que no tuvo más remedio que quitarse la sabana de encima y levantarse, le hizo un desayuno consistente en un omelet acompañado de un jugo de naranja. Dante no comentó nada, más que una pequeña broma sobre lo saludable que iniciaba su día, ver a su mamá feliz lo hacía hacer lo que sea con tal de mantener una sonrisa en su rostro.

Todo estaba bien cuando Elizabeth sonreía, porque cuando su mirada se tornaba triste no sabía como cambiarla, no sabía como consolarla.

Pero bien presentía que estar comiendo bien les traería problemas. ¿De dónde había sacado el dinero para hacer aquello? Si días atrás habían tenido que comer tan sólo un par de tortillas y queso, pues no hubo para más. Fueron preguntas que no dijo en voz alta, asegurándose a sí mismo que posiblemente ella había estado lavando ajeno o algo así.

-Ve con cuidado.- le dijo su mamá cuando salía de casa.

-Sí, mamá.- dijo con fingido fastidio cuando la mujer le revolvió el cabello.

No planeaba llegar tarde a casa aquel día, por el contrario, sabía que Gabriel no estaría aquel día en el parque sino hasta mañana, por lo cual tan sólo iría a dar la vuelta por ahí antes de volver a casa, podría haber ido a jugar con los otros chicos con los que solían juntarse, pero simplemente decidió que quería un día tranquilo. Tal vez no debió volver y haberse quedado con sus compañeros de clase que le habían insistido para hacer algo divertido.

Las clases transcurrieron rápidamente, hubo dos maestros que no llegaron y por ello les permitieron salir temprano. Luego fue a dar una vuelta hasta que se encontró a sí mismo caminado de regreso a casa, inconscientemente llevándose a la boca del lobo. Nadie se interpuso en su camino a casa más que con la morena que solía llevarse con la pandilla que se juntaba por su casa. Pasó de ella ignorándola por completo, no queriendo escuchar lo que iba a decirle.

Cuando llegó a casa su padre todavía no llegaba y no lo esperaban sino hasta muy entrada la noche. Dante deseaba que un día ya no regresara jamás.

Su madre cocinó e incluso mientras lo hacía se le notaba contenta, tarareaba en lo bajo una canción desconocida y le sonreía a Dante mientras cocinaba. La casa estaba limpia, incluso su cuarto al cual estaba prohibida la entrada de cualquiera.

El adolescente se sorprendió cuando vio lo que Elizabeth había cocinado, era su comida favorita. Todo estaba servido en la mesa lista para que ellos dos comieran.

¿Por qué todo podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos? ¿Por qué existían maridos que golpeaban a sus esposas? ¿Por qué era golpeado? ¿Por qué no se defendía?

No pudieron comer, porque justo en ese momento llegó su papá. Ambos se quedaron quietos, con las cucharas levantadas en el aire.

Y llegó de mal humor, murmuraba enojado y arrastraba los pies como si estuviera borracho, pero no lo estaba. El hombre se encontraba en perfecta sobriedad, y eso lo hacía un poco más aterrador ante los ojos de Dante. Porque eso le decía que el monstruo no era producto del alcohol sino de que era el hombre. De que el monstruo no se iba, pues siempre estaba con ellos.

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