Capítulo 47

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Si alguien le hubiera dicho que esa noche terminaría en el hospital con su mejor amigo en terapia intensiva, con el corazón a punto de detenérsele y en condición crítica por un accidente automovilístico, jamás hubiera hecho todo lo que había hecho aquel día. Cambiaria todo, desde que se despertó hasta ese momento, se quedaría en caca y no bajaría para ver los moretones que tenía su madre, no se enojaría y entonces no saldría de fiesta, no contestaría el teléfono y Gabriel no iría a buscarlos. Y entonces no tendrían el accidente.

No importaba cuanto lo deseara, cuanto lo anhelara o incluso cuan fuerte lanzara una plegaria al cielo, nada cambiaría el hecho de que su amigo podía morirse en cualquier momento.

Era la primera vez que Dante deseaba algo con tanta fuerza, que pensaba en abandonar todos sus ideales y rogar a quién tuviera el poder para salvar a su amigo. A quien fuera, olvidaría su orgullo y se pondría de rodillas si con eso lograba que Gabriel saliera de peligro. El desasosiego de su corazón le sobrepasaba de una manera que jamás lo había hecho, toda esa tormenta de sentimientos en su interior eran superiores a su comprensión. La borrachera que tenía se le bajó en segundos, dando paso al entendimiento de lo mal que estaba todo, del estado no sólo suyo sino de sus dos amigos.

No supo cómo fue capaz de sacar su teléfono y marcar a una ambulancia, aunque estaba seguro de haber marcado a la policía, afortunadamente sus palabras cortadas fueron entendidas por el operador, porque no tardó en llegar una ambulancia a su encuentro. Recordaba vagamente el rostro del hombre que conducía el camión que los embistió, ya que se acercó a ellos un par de minutos después de lo ocurrido, él tomó el pulso de Gabriel y de Nicolás porque Dante no reaccionó tan rápido como para tener el cuidado necesario con sus amigos. Estuvo consternado y también enojado, una furia inmensa le había recorrido al tener al culpable frente a él ayudándolos, perdió la noción de lo correcto porque se fue sobre el pobre hombre asustado y sin importarle le lanzó un puñetazo que no llegó a su destinatario. Se arrepintió inmediatamente, aquel hombre no tuvo la culpa de nada, fue un accidente y estaba desquitando su furia con quien no debía. El verdadero culpable era él.

Reconocer que era el culpable no era tan difícil para Dante, cargar con ese sentimiento era normal, una práctica común en su vida diaria, se arrepentía de muchas cosas en su vida y cargaba con la culpa de muchas otras, vivir con una más podría no ser un problema, pero sí que lo había, era diferente aquella vez, porque era producto de sus actos egoístas y cobardes al querer huir de su realidad. Pesaba en su consciencia y dolía mucho, su pecho se sentía como si alguien lo estuviera apretando, le costaba respirar y mantenerse parado, era una gran debilidad la que sentía en sus piernas.

Observó a la enfermera acercarse a él, era la misma que le curó las heridas cuando llegó al hospital, fue amable, pero dura cuando le negó el paso para ver a sus amigos diciéndole que no era el momento para verles, asegurándole que ya lo habría. Estuvo molesto y no le importó hacérselo saber, sin embargo, a la mujer, no le importó, trataba con pacientes y familiares así todo el tiempo.

La mujer, alta y morena, llegó hasta donde estaba.

-Tengo que hacerte unas preguntas.

-Adelante.- le contestó sin dejar de verla.

-¿Estaban todos bajo el efecto del alcohol?

-Gabriel no lo estaba.- contestó haciendo referencia obvia.

-¿Seguro?- Dante endureció la expresión.

-Completamente seguro.- dijo de forma ruda. Podía ser un mentiroso, pero en algo como eso jamás mentiría.

-Estaban en una fiesta, es completamente normal que dude.

-Gabriel fue por nosotros.- explicó, algo que posiblemente no debía hacer, ellos debían saberlo, por algo eran doctores. –Él sólo estuvo un par de minutos, no tomó nada. Pensé que eran doctores, deberían saberlo ya.

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