CAPÍTULO 22

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— No puede entrar con la gorra—ordenó, señalando mi gorra.

Sentí que me quedaba sin respiración. Tomé la gorra y la llevé a mi mano. Caminé a la fila de los cajeros del banco.

La chica apenas salía.

Casi corrió hacia mí. Me tomó de la mano y me jaló a la salida.

— ¿Qué diablos haces aquí? Te pueden conocer, Lauren—regañó, pero me sentí aliviada al verla.

— No sé que pasó—señalé el oído, ella asintió

— Nos quedamos sin señal, supongo. No había nada de dinero en ninguna cuenta, Lauren. Estaban vacías. Me miraban raro por hablar sola-su mirada decía preocupación, negué.

— Encontraremos otra solución—la calmé.

La vida era tan incierta.

A veces pensaba que pasaban cosas que nos preguntábamos: ¿cómo?

No tenían principio ni fin, simplemente pasaban.

Pero claro que lo tenían. Solo que no queríamos verlo o lo ignorábamos.

Muchas veces las pequeñas diferencias, hacen grandes cambios. Pequeñas acciones, hacen grandes sucesos.

Muchas veces no nos dábamos cuenta.

Una mirada, unas palabras, unas señas y algo que no hicimos como deberíamos hacer.

Eran tan pequeñas, que nos preguntábamos como pudieron ser el detonante de tan grandes sucesos.

¿Cómo?

Pero si lo mirábamos con atención, lo entenderíamos.

Lo sabríamos.

Ambas hablábamos sin darnos cuenta que una anciana había observado la actitud sospechosa de cierta chica. Que la señora llamaba al oficial y nos señalaba discretamente.

Hablaba con Camila, dándole nuestras opciones. Pero mi mirada pasó por detrás de su hombro y miré a una señora hablando con un oficial. Esta nos miraba asustada y el oficial hablaba por su radio.

Mierda.

— Camila, debemos irnos. ¡Ya!—la tomé de la mano y bajamos con velocidad las escaleras de la entrada.

Ella me miraba confundida pero no desobedecía. Solté la gorra, a la mierda.

— ¡Disculpe, señorita! ¿Puede venir?—el oficial tras de nosotros nos hizo parar. La chica a mi lado entendió porque corríamos. Nos detuvimos. Me volteé a ver al oficial, me analizó con las vista. Luego sus ojos se abrieron-. ¡No huya!

Pero cuando habló, tomé la mano de Camila de nuevo.

Mierda. Mierda. Mierda.

Corrimos al coche, sentía la herida de mi abdomen abrirse, pero no me importó.

Chris tenía los ojos bien abiertos, metí las manos a mi bolsa y negué.

Me quedé estatista, con la mano en la bolsa.

Mi mirada pasó a todos lados en la calle.

A la mitad del camino que antes recorrimos, estaba un brillo plateado.

Las llaves debieron caer de mi sudadera en algún momento.

— Perdí la llave—mi voz apenas sonó audible.

Los chicos a mi lado me miraban sorprendidos, el chico golpeó con fuerza el coche.

— Voy a ayudarte, ves la señal y corres. Pero corres, Lauren. ¡Ahora!—habló rápido.

La Vida y sus Injusticias |#CAMREN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora