CAPÍTULO FINAL.

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— Lauren—alguien movió mi cuerpo, haciéndome despertar—. He intentado bajarte la fiebre, ¿Te sientes mejor?—me sentía mareada. Tardé en responder—. No hay tiempo, he hecho lo mejor que pude. Tienes que irte—se levantó, luego me tomó del brazo, jalándome para ayudarme a levantarme.

Me tambaleé, pero terminé recargándome en la pared.

— No te muevas, ¿Puedes mantenerte de pie?—preguntó, me separé de la pared, me mantuve unos segundo de pie. Si, podía—. Bien. Quédate aquí.

El doctor Cooper se acercó a la puerta, fue cuando vi el desastre que era la celda, lo recordé, miré mis manos.

Estas tenían sangre seca en los nudillos, no podía moverlas. Dolían.

Golpeó la puerta.

— He atendido a Lauren. Puede salir—ordenó, la puerta se abrió. Un oficial miró con asco la celda—. Podría llevarla a mi consultorio, tenemos que checarle las heridas de las manos o al menos vendarlas. La herida en el abdomen fue curada, tenía fiebre, pero ya se ha bajado—Cooper le contó mi situación, esperando la confirmación para llevarme a su consultorio.

— No, no tenemos tiempo. Donde la llevaran, pueden curarla. Ya no es nuestro asunto—el oficial tenia mala cara, parecía que me odiaba.

Se acercó a mí, poniendo las esposas en mis manos. Las puso con fuerza, apretándolas. Me quejé, poniendo una cara de dolor.

— Puede lastimarla. Está herida, no sé si vea sus manos—comentó irónico, negando el trato que me daban.

— Dije que no es nuestro asunto. La chica debe entender que no tiene que meterse donde no la llaman. Que aprenda la lección—no fue difícil encontrar al oficial corrupto que traficaba drogas aquí adentro. Me jaló, sacándome de la celda. Dolor.

A jalones me sacaron de ese lugar, era como un cubículo lleno de seis celdas de máxima seguridad. Había guardas en cada puerta, me llevó a paso lento por la salida.

Al menos era considerado con que no podía caminar rápido, estaba débil. Mantuve la mirada al suelo, aguantándome el dolor y más humillaciones.

Ya no esperaba nada bueno.

Me llevaron a otra sala, casi no habían oficiales, eran como oficinas.

— Listo, ya es suya—me dio un pequeño empujón, me tambaleé unos pasos. Volteé detrás, el oficial se fue. Al menos el tipo que me odia ya no estaba a mi alcance.

Pero frente a mí, tenía a dos nuevos oficiales y a una secretaria con algunos papeles.

— Vaya, ¿Qué te hicieron? Te ves terrible—no respondí. En cambio la secretaria colocó una bolsa en su escritorio—. Bien, acércate. Te quitaré las esposas—lo hice, las tomó y me miró confundido. No supe si fue por la sangre o por lo apretadas que estaban—. Diablos, ¿No te enviaron a enfermería? Las esposas te están lastimando. ¿Con quién te metiste adentro?—negó, el otro oficial me dio la bolsa. Los miré confundida, no sabía que pasaba.

— Te puedes cambiar allá—señaló un cuarto tras de la secretaria—. Luego vienes a firmar.

— ¿Firmar qué?—tenía miedo que fuera algo de traslado.

— Tu libertad, eres libre. Sal de aquí. Haz tu vida y no vuelvas a meterte en problemas—habló el oficial amable que se había quejado de las esposas. Lo miré sin saber que decir, ¿Estaba libre?—. ¿No quieres salir?—habló divertido, pero divertido amigable. Asentí, me señaló de nuevo el lugar donde cambiarme.

Caminé donde me señalaron. Encontré dentro de la bolsa, la ropa con la que venía. La sudadera negra y los jeans. Me los coloqué y la ropa me quedaba sumamente grande. Me puse los tenis desgastados que también venían dentro.

La Vida y sus Injusticias |#CAMREN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora