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— Puedes sentarte mientras acompaño a Iseul a lavarse. — Le indica mi hermana a Chen, señalando con el mentón el sillón en forma de L de color beige en medio de la sala, sin soltar mis hombros. La televisión se encuentra encendida reproduciendo un programa de variedades en silencio, por lo que KyungRi se acerca a la mesa de centro para tomar el control y sacar el modo mute. — Ten, elige lo que quieras.

— Claro, muchas gracias.

Apenas le hace entrega del control remoto, sus manos vuelven a encontrarse con mis hombros, como si temiera que en cualquier momento saliera huyendo por la ventana más cercana como la completa cobarde que en muchas puedo llegar a ser. Atrapo el interior de mi mejilla entre mis dientes y le doy una mirada de lamento a JongDae, quien forma una sonrisa con la que, en realidad, intenta disimular sus nervios causados por la situación en la que se halla envuelto y la manera tan tosca en la que mi hermana se ha dirigido a él desde que puso un pie al interior de la casa.

No es que Chen le caiga mal o algo por el estilo y, en serio, que me gustaría gustado hacérselo saber ahora para que, al menos, se relaje un poco. Ser tosca con los desconocidos al principio es un método de autodefensa que KyungRi desarrolló por si misma con el pasar los años. Es inconsciente por parte de mi hermana ser un poco fría y callada sin la necesidad que la otra persona le haya hecho o no algo.

— Vamos.

Me guía por un angosto pasillo hasta llegar a una pulcra puerta de color crema que se encuentra entreabierta. Durante el camino hasta el cuarto de baño, me percato de que su hogar no ha cambiado en lo absoluto desde la última vez que vine, que fue hace dos o tres meses.

Los últimos encuentros que tuvimos con mi hermana se realizaron en cafeterías cercanas a la universidad, en donde compartimos alrededor de una o dos horas juntas. En conversaciones que KyungRi, tuvo que llevar sin mucho aporte de mi parte, ya que apenas y si podía mirarla a la cara sin dejar de sentirme como una basura.

El sentimiento de querer disculparme con ella me ha acompañado durante muchos años. Es pesado y agobiante y no deja de molestarme, sin embargo, el temor que me invade por la posible reacción que pueda tener KyungRi al momento de hacerlo, siempre ha sido mucho más grande que yo. Además, de que se me es casi imposible encontrar las palabras adecuadas para comenzar a expresarle cuánto lo siento.

Si es que esas palabras existen.

Ingresa al baño conmigo, cerrando la puerta detrás de sí y apoyándose en la superficie de madera mientras se cruza de brazos. Sus astutos ojos escanean mi rostro por unos milisegundos en los que percibo cómo mis extremidades tiemblan como gelatinas y, agradezco, que la ventana del baño se esté abierta para que la fresca brisa ingrese y ventile el cuarto.

— Debajo del lavamanos hay un cepillo de dientes nuevo. Para que te laves la boca que te está oliendo a alcantarilla.

Asiento en silencio y busco el objeto. Avergonzada por toda la situación y nerviosa porque, todavía sin la necesidad de mirarla, sé que sus ojos continuaban pegados sobre mi anatomía, siguiendo cada movimiento.

Me deja lavarme los dientes con tranquilidad, esperando en un completo mutismo en el mismo lugar que al inicio entretanto la ansiedad comienza a carcomerme por dentro y la cobardía se apodera de mí.

— ¿Qué es lo que te pasa, Iseul? ¿Por qué apareciste a las once de la noche en mi casa, ebria y vomitaste en mi entrada? — interroga en el instante exacto en que termino de escupir en mi última enjuagada.

Mis trémulas manos se apoyan en el borde de mármol del lavamanos y, a través del reflejo del espejo, sus oscuros y brillantes ojos conectan con los míos.

Mi cerebro empieza a trabajar a toda máquina para formular una buena respuesta a sus preguntas.

Decirle la verdad del por qué me encuentro aquí con Chen, sería hacerla revivir algo que ya podría estar superado y que, muy probablemente, solo conseguirá traerle horribles recuerdos que la lastimen otra vez. Y no quiero eso, pero si disculpar es lo que quiero hacer, no tengo muchas opciones.

Inspiro profundamente entretanto percibo como todas las palabras que durante mucho tiempo quise decirle suben a toda velocidad por mi garganta, atropellándose entre sí y enredándose de tal manera, que solo queda un gran y molesto nudo en medio de esta que me impide hablar como me gustaría poder hacerlo.

— ¿Iseul?

— Lo lamento...— bisbiseo con voz ahogada, con mis dedos aferrándose con fuerza al lavamanos y haciendo un enorme esfuerzo para mantener las lágrimas a raya.

— ¿Lo lamentas? ¿Qué lamentas, pequeña? — pregunta con suavidad, despegando su espalda de la puerta y dando un paso hacia mí al notar mi cambio de ánimo. Su cálida mano se posa en mi hombro y mis labios, los cuales forman una fina línea para evitar que un sollozo escape de entre ellos, tiemblan de una forma patética.

Mis pies avanzan con lentitud y precaución por el angosto y pequeño pasillo de madera mohosa, siguiendo a aquellos ruidos que fueron capaces de despertarme de mi siesta. La puerta del cuarto matrimonial se halla entreabierta y, en un total mutismo, asomo mi cabeza levemente hacia el interior para echar un vistazo a lo que ocurre. Mi entrecejo se arruga suavemente al escuchar los pequeños sollozos de mi hermana y murmullos enfadados de nuestro padrastro, quien arrastra las palabras a causa del alcohol que corre por sus venas.

Mis dedos se aferran con fuerza al marco de la puerta cuando veo como aquel hombre, empuja por la cabeza a KyungRi para que se incline hacia adelante sobre la cama.

Sus mejillas brillan, húmedas a causa de las lágrimas, y en el suelo de la habitación se haya su pantalón y ropa interior tirados con descuido.

Sus ojos se chocan con los míos, los cuales parecen que se saldrían de sus cuencas en cualquier segundo y sus rosados labios formulan una sola la palabra que queda grabada en mi mente: escóndete.

Mi pecho se contrae con dolor al recordar aquella escena y apenas y si puedo respirar.

— Por no haber hecho nada...— murmuro con la rabia y la impotencia quemándome por dentro. Las lágrimas recorren mis mejillas sin parar y cualquier intento por cercar mi rostro con ayuda de mis mangas, es inútil. Percibo como su mano se tensa en mi hombro, haciéndome caer en la cuenta de que ella no se esperaba que saliera con esto. — No fui capaz de hacer nada. N- ninguna de esas veces. Y-yo solo... — balbuceo con la vergüenza tiñendo mi rostro e hiperventilándome.

En un abrir y cerrar de ojos me hayo acurrucada entre sus brazos. Mi rostro descansa en su pecho y su mentón se apoya en mi cabeza.

— Eras una niña, Iseul. Ambas lo éramos.

— Pe-pero... Y-yo debí ayu-ayudarte o...

— Shh...— Su mano acaricia mi cabello con dulzura y deposita un beso en mi cien. — Lo intentaste, corazón. Pero la persona que se suponía que debía velar por nosotras, que debía cuidarnos, prefirió no creernos. No es tú culpa lo que sucedió en esa casa, Iseul. Solo tenías seis años en aquel entonces. Eras solo una niña.

— Tú también lo eras — susurro, sin parar de llorar, dejando salir todo lo que siento mientras me aferro con fuerza al cuerpo de mi hermana. Alzo la mirada con lentitud para verla a la cara y noto que ella también se está llorando, pero en silencio.

— Lo sé, hermosa. — Besa otra vez mi frente, para seguido acunarme con potencia entre sus fuerte y delgados brazos. — Lo sé...   

ANDROFOBIA » KIM JONGDAE ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora