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No podría decir con seguridad cuánto tiempo pasamos acurrucadas la una en los brazos de la otra, dado que lo único que hice durante un buen rato fue llorar de la misma manera en que lo haría una niña pequeña. Llorar entre los brazos de mi hermana mientras le hice saber la manera en la que me estaba sintiendo todo este tiempo, fue una de las cosas más gratificantes y liberadoras que alguna vez haya hecho. Tanto mi cuerpo como mi alma los percibí más livianos luego de dejar salir todo lo que estuve guardando durante años en mi interior, dándome una paz mental que no sabía que necesitaba tanto.

Lo sucedido en aquella diminuta casa a los extremos de la ciudad de Daegu, era un tema tabú entre nosotras. En el momento en que abandonamos ese infierno con lo poco y nada que teníamos, ninguna de las dos volvió a tocar el tema. Simplemente, preferimos guardarnos lo que sentíamos y seguir como si nada nuestras nuevas vidas, esperando que de esa manera nuestras heridas sanaran solas.

Y supongo que no fue la mejor idea, porque nuestras heridas jamás se cerraron de la manera correcta, dado que volvían a sangrar en reiteradas ocasiones. Ninguna de las dos sabía qué tanto nos necesitábamos mutuamente para ayudarnos a cerrar esa puerta que daba al pasado, y que en muchas ocasiones nos impedía avanzar hacia el futuro. Situaciones tan fuertes como las que pasamos, no se superan de una manera fácil y, ni siquiera, estoy segura de que la palabra superar sea la más adecuada para utilizar. Solo terminas aprendiendo a vivir con el dolor hasta que, con el tiempo, te empiezas a volver inmune y cada día va doliendo un poco menos. Porque te terminas acostumbrando a él.

Y eso es una mierda.

Porque nadie debería verse en la obligación de acostumbrarse a este tipo de dolores, causados por bastardos desconsiderados como lo era nuestro padrastro.

— ¿Mejor? — pregunta KyungRi, alejándose de mí y limpiando con dulzura las huellas que las lágrimas pintaron en mis mejillas.

Asiento, percibiendo unas leves puntadas en mi cabeza a causa de tanto llanto.

— Me lavaré el rostro — le aviso, soltándome de ella. Me volteo hacia el lavamanos, topándome de frente con la demacrada imagen de mí misma que me ofrece el espejo. Tanto la nariz como mis ojos están rojos y mi rostro está hinchado por obvias razones. Con ayuda del agua fresca que sale del grifo limpio mi cara y peino un poco mi cabello con el cepillo que me extiende mi hermana, ya que no es más que un desastre.

— Iseul.

— ¿Sí?

— La razón por la que viniste ebria a mi casa fue... ¿Solamente para disculparte?

Sintiéndome avergonzada con el hecho de que el alcohol fuera el factor que me impulsó a tomar la decisión de venir a decirle que lo lamento, sacudo mi cabeza de forma afirmativa, bajando la mirada a mis pies.

— Ya, veo... Tengo otra gran duda, Iseul. ¿Quién es ese chico que está esperando en la sala?

— JongDae, mi vecino.

— ¡Oh! ¿Tú y él...? — Deja la pregunta suspendida en el aire, mientras me observaba con los brazos cruzados y una insinuante sonrisa tirando de las comisuras de sus labios que me hace sonrojar con solo comprender a qué se está refiriendo.

KyungRi no sabe acerca de mi miedo hacia el género opuesto, por lo que no es raro que pueda malinterpretar las cosas, pero, todavía y así, me toma por sorpresa aquella insinuación,

— ¡Por supuesto que no! Es solo un amigo y un buen vecino, nada más — aclaro, deseando que el color que han adquirido mis mejillas desaparezca.

— Oh, ya veo. Una lástima.

— Deberíamos volver al salón — murmuro.

Mi hermana abre la puerta y me deja salir a mí primero. Ambas caminamos de vuelta al salón en silencio y cuando llegamos, nos topamos a un adormilado JongDae sentado en el sofá. No nos escucha llegar, por lo que no se gira a vernos. Su cabeza se encuentra ladeada al lado derecho y con sus parpados entre cerrados admira, sin ver nada en realidad, uno de los viejos capítulos de Chinchan que pasan a estas altas horas de la noche.

Me acerco a él y pico su hombro dos veces seguidas con mi dedo índice, en busca de traerlo de nuevo al planeta tierra.

— Oye, Chen. No te duermas.

— Hum... no... durmiendo — responde cono torpeza, irguiéndose en el sillón para luego estirar sus extremidades entretanto deja escapar un suave bostezo que me deja en claro que está cansado.

La idea de que se ve adorable de aquella manera me asalta, pero no le doy mucha importancia porque no siento que sea el momento ni el lugar.

— ¿No quieren comer algo antes de irse?

Miro a Chen y, con solo ver su expresión agotada y la amable sonrisa que forman sus labios, me doy cuenta de que él, en serio, quiere volver a casa para poder descansar. Pero con lo amable y educado que es no se animará a declinar la oferta de KyungRi. Además, son alrededor de las una y media de la noche y comienzo a sentirme muy mal por hacer que JongDae se mantenga en vela, siendo que al día siguiente podría tener cosas importantes que hacer.

— Es tarde. Será mejor que volvamos a casa.

— ¡Oh! ¡Está bien! Los acompañaré a la puerta.

Abandonamos la casa y Chen y mi hermana se despiden con una amigable reverencia. Cuando es mi turno de despedirme, KyungRi me abraza sin previo aviso y acerca su boca a mi oído.

— Más te vale venir a visitarme con más frecuencia y sobria, Iseul.

Sonrío sin mostrar los dientes y deposito un beso en su mejilla.

— Lo haré. Lo prometo.

— Por tu bien, espero que así sea.

Dicho esto, nos separamos y me dirijo al vehículo de mi vecino, quien espera pacientemente junto a la puerta del copiloto. Al verme acercarme a él, la abre para mí, gesto que le agradezco. Entretanto me coloco el cinturón de seguridad, Chen rodea el vehículo para subirse.

— ¿Te siente mejor?

La vergüenza de que me viera vomitar, ebria y, además, tan desaliñada como me encontraba hasta ahora, me azota como un huracán, causando que la temperatura de mi rostro aumente considerablemente. Jamás he vomitado enfrente de alguien y... ¡Dios! La vergüenza que siento en estos momentos es tan grande que ni siquiera me deja mantenerle la mirada.

— Sí. Hum... Yo... — Suspiro profundamente, intentado calmar a mi estúpida lengua que parece tropezarse consigo misma. — Gracias por traerme hasta aquí. No tenías la obligación de hacerle caso a una ebria con...

— No es nada, Iseul. Sabes que puedes contar conmigo en lo que necesites, ¿sí?

Paso saliva con pesadez y me giro a verlo por unos segundos, para notar que JongDae ha apoyado su cabeza en el cabecero del asiento y me está enseñando una reconfortante y sincera sonrisa.

— Eres muy amable, ¿te lo han dicho alguna vez?

Mueve la cabeza de un lado al otro y enciende el vehículo.

— Sí, algunas veces. Pero soy así más que nada con la gente que me agrada e importa. — Se encoje de hombros para comenzar a conducir de regreso a nuestro edificio.

"Soy así más que nada con la gente que me agrada e importa". Sus palabras se reproducen sin permiso por segunda vez en mi cabeza. La sensación de incomodidad empieza a florecer nuevamente en mi interior y me veo en la necesidad de bajar un poco la ventana para que el aire fresco ingrese y me despeje la mente.

Ninguno de los dos vuelve a decir algo durante el camino de vuelta a casa. Yo me mantengo en silencio admirando el paisaje nocturno y disfrutando del aire y, como un bonus track, de la dulce voz de Chen, quien canta con una voz arrulladora la mayoría de las canciones que pasan por la estación de radio.

Y me parece una gran coincidencia que la última canción que alcanzo a oír que JongDae canta antes de que mis ojos se cierren de forma inconsciente, sea Lullaby de Got7.

ANDROFOBIA » KIM JONGDAE ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora