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Apoyo ambas manos sobre el mesón y veo con ansiedad como el hombre de mediana edad, pasa con una lentitud ridícula todos los productos que he elegido para llevar a casa. No sé si lo hace a propósito o si de verdad su máxima velocidad es la misma que la de una tortuga, pero gracias a ello no soy capaz de dejar de maltratar mi labio inferior con mis dientes y de moverme en un rápido vaivén que deja en claro que quiero irme.

<< Punta, talón, punta, talón... ¡¿POR QUÉ NO SE PUEDE APURAR?! >>.

Paso ambas manos por mi rostro y en el proceso cierro mis ojos, los cuales se encuentran irritados gracias al llanto previo a llegar a la tienda en busca de mis golosinas. Inspiro profundamente y dejo escapar un raro sonido desde el fondo de mi garganta que se puede considerar como un gruñido, pero más deforme y ahogado.

Todavía estoy alterada.

Todo por culpa de mi estúpido vecino que me dio un susto de los mil demonios con lo que hizo. Su persecución por las escaleras de emergencia no fue en lo absoluto agradable y espero, con todo mi corazón, de que él sea lo suficientemente inteligente como para percatarse de ello y que no se le vuelva a ocurrir repetirlo. Porque no estoy segura de que mi diminuto corazón de gallina pueda resistir algo similar.

Mi teléfono suena interrumpiendo mi vaivén y captando mi atención. Mis aun sudorosas toman el aparato desde el bolsillo de mi pantalón y, expulsando todo el aire que almacenan mis pulmones en un largo y sonoro suspiro que parece molestar a mr. tortuga, leo el mensaje que he recibido.

NaYoon

Oye, te estas tardando mucho, ¿dónde te has metido? ¿Estás bien?

Escribo una corta y concisa respuesta para calmar a mi mejor amiga y vuelvo a guardar el aparato. Fijo mi atención en el hombre con anteojos redondos ante mí, dándome cuanta que al fin de ha dignado a terminar y hacerme saber la cantidad total a pagar luego de tenerme aquí durante lo que me parecieron ser eternos minuto.

— ¿No crees que es mucha azúcar? — cuestiona mi compra, guardando los productos en bolsas luego de recibir mi dinero y entregarme el cambio. — Comer tanta comida chatarra te hará engordar.

Arrugo los labios con disgusto, mosqueada por su comentario que nadie pidió y odiando hasta el infinito y más allá su velocidad de caracol. La tienda no es muy concurrida a estas horas y estoy pensando seriamente que lo hizo a propósito, ya que no parece tener más compañía que la música que produce una radio de mediano tamaño de color negro que descansa sobre una repisa de madera.

— Tal vez... Pero seré una gorda feliz. — Me encojo de hombros, sintiéndome satisfecha por haber dicho esa oración sin el común tartamudeo que siempre me ataca y que mi voz, sonara a un nivel lo suficientemente alto como para dejar de ser un patético murmullo.

Espero que con mi contestación capte que no me interesa saber su opinión, pero me doy cuenta de que no es así cuando me mira de refilón, guardando en la bolsa una galleta de chocolate y un paquete de algas que amo con todo mi corazón.

— Ninguna gorda es feliz.

— ¿M- Me está retando? — Enarco una ceja para después dejar caer mis hombros con decepción, dándome cuenta de que lo que he dicho ha sonado más genial en mi mente que en la realidad debido a que el tartamudeo le quitó todo lo que pudo tener de desafiante apenas las palabras salieron de mi boca.

Acomoda sus lentes y abre la boca para responderme, pero es interrumpido por la chillona voz de un chico de cabello castaño, casi rubio, que sale de la única puerta de empleados, que de seguro da a la bodega, con una caja entre sus manos mientras canta a todo pulmón.

ANDROFOBIA » KIM JONGDAE ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora