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La mañana del domingo me desperté  con una alegría que no cabía en mi.

A las diez de la mañana me encontraba en la bañera, tarareando la melodía principal de Titanic, mientras extendía sobre las puntas de mi cabello el acondicionador. Durante un breve instante la imagen de Harry masajeando mi cuero cabelludo suplicando recrear la escena del dibujo inundó mi mente.

Dejé caer mis manos al agua, preguntándome a mi misma que había sido aquello.

A las doce y media de la mañana cerré el ordenador después de hablar durante más de una hora con mi hermano, la cual, creo recordar, que era la primera conversación que manteníamos sin discutir y a la una de la tarde, mientras preparaba un plato de macarrones para comer, sonó el teléfono.

—¿Diga?—pregunte, echando a una cacerola con agua hirviendo un gran puñado de la pasta.

—Dice tú hermano que le has dicho que le querías— la voz de mi madre sonó preocupada.

—Sí, ¿y qué?

—¿Cómo que "y qué"? ¡Pues que le has dicho que le querías! ¿Debería preocuparme? ¿Tienes gripe o algo por el estilo?

—No mamá.

De pronto, la escuche inhalar con profundidad.

—¡Ay dios! ¿No será cáncer de colon? ¿Has comenzado a tener los mismos síntomas que tenía tu abuelo? Sabía que podía ser hereditario, pero no creí que...¡Mi niña!— lloriqueo.

—¡Mamá, por favor, tranquilízate! No tengo gripe y mucho menos cáncer de ningún tipo— reí, removiendo con lentitud la pasta.

—¡Gracias a Dios! Pero coge cita para una prueba de cáncer de colon, así podré dormir tranquila y feliz.

—Sí mamá.

—No estarás tomando drogas, ¿cierto?—hablo con cierto tono de duda y supe que se encontraba frunciendo el ceño.

—¡Mamá por favor!—chille, frotándome el puente de la nariz. Alguna veces mi madre actuaba como una cría que se encontraba en el cuerpo de una cincuentona.

La escuche reír entre dientes.

—Estaba tomándote el pelo. Ahora sí, cuéntame qué le está pasando a mi hija. Sigo siendo tu madre por mucho que ahora vivas en Italia.

—Bueno, he conocido a alguien.

Mi madre era... genial. Simplemente genial. Desde que era pequeña siempre la he contado todo lo que me pasaba, incluido los problemas o las dudas que tenía con los chicos. Es más, le conté sobre mi primera -y única- cita la cual acabo en un absoluto fracaso y al cumplir diecisiete le confesé que me gustaba Jacob; el amigo polaco de mi hermano.

—Cuéntamelo todo.

Y así estuve hasta que el reloj de mi muñeca marco las tres de la tarde. Le conté absolutamente todo sobre Harry, como le conocí, mi primera impresión sobre él, como consiguió que saliera con él, el beso...

—Me gustaría conocerle— me dijo—. Esta haciendo que mi niña viva el amor y que no lo imaginé y lo escriba como solía hacerlo— y después; colgó.

Observe el plato frío de macarrones con tomate y queso que se encontraba frente a mi.

Escribir...

Hacia tiempo que no lo hacía, por el simple hecho de que no me llegaba la inspiración. Me quedaba bloqueada por largos minutos pensando en que podría  tratarse mi nueva novela y eso me molestaba. Escribir era mi pasión. Pero ahora no hacía falta la inspiración porque tenía a Harry. Él era el libro perfecto, la novela perfecta y eso había que aprovecharlo.

Lleve una gran cucharada de macarrones a mi boca, manchandome la barbilla en el proceso, y le di un gran trago a la pequeña botella de agua fría que tenía en la nevera antes de correr hacia mi habitación, encender el ordenador y comenzar a escribir.

En Italia {H.S}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora