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Ni en esta vida ni en las siguientes que creía iba a vivir, pensé que llegaría a ser tan afortunada. Esos vivaces ojos posándose en mí, entibiando mi alma, llenándome de coloridos destellos. El suave sonido de su respiración escapándose por su nariz, melodía que se transformaba en mi alimento y me permitía seguir a su lado, caminando esos débiles pasos. La suavidad de su cabello invadiéndome, transformándome en un campo de algodón, preparado para cobijarlo y hacerle saber que aunque no supiera usar las palabras como él, al menos así, con un abrazo, lo amaría. Eternamente.

Parecía el tiempo odiarnos, porque nuestras ingenuas mentes habían perdido toda percepción de aquella fantasiosa construcción. Hicimos de nuestros cuerpos el único refugio que necesitábamos y así, las endemoniadas horas se sucedieron sin que nada cambie, sin ánimos de hacer que nos separáramos. Dentro de la habitación, la tenue luz apenas nos alumbraba pero no era necesario, porque el sol estaba encarnado en aquella sonrisa, magnífico gesto que solía regalarme y que acudía cada vez que mi corazón parecía perecer ante el miedo. El otoño se sentía claramente entre nosotros y así como todo en la naturaleza, el aire de renovación llegó. ¿Cómo serían las cosas a partir de aquel momento? Me preocupaba, pero no en ese instante, cuando lo tenía a mi lado, acompasando su existencia con la mía.

Despegué mis pensamientos de la incertidumbre del futuro y me enfoqué en él, nuevamente, enteramente. Me daba curiosidad el estado de paz por el que transitaba, cómo lograba controlarse a sí mismo con tanta eficacia, cómo parecía transformarse en una de sus obras maestras, sublime. Y si no fuera por el delicado movimientos de sus pestañas, hubiera jurado que en realidad se había dormido, así, sus brazos estrangulando mi torso, piernas entrelazadas con las mías.

Mientras me amara, mientras yo lo amara, con estas fervientes intenciones de permanecer atados a nuestras respectivas almas, nuestros caminos continuarían, nuestra historia signada por intensas emociones, seguiría existiendo. Redefiniendo cualquier otra historia de amor, replanteándonos todo aquello que hicimos hasta aquel día en que nuestros corazones fueron unidos por esa única fuerza misteriosa.

-Yongguk...debemos comer algo.

Pareció de a poco, ir volviendo a la vida, sus músculos ganando tersidad, sus ojos por fin enfocados en algo específico y no simplemente en la nada, sus dedos atravesando la copiosa pradera sobre su cabeza. Los brazos que me encarcelaban me apretaron una vez más antes de dejarme ir. Mi cuerpo se arrepintió después. Lo miré despegándose de mí y lentamente, como todas sus acciones, se fue escondiendo debajo de las sábanas, terminando completamente cubierto. Observé mesmerizada, incrédula de mi propia suerte, de la vida que me tocaba vivir al lado de aquel maravilloso hombre. Sonreí como una idiota.

-¿No podemos quedarnos en la cama un poco más?

Su contrastante voz, me dijo. Aquella alma de niño encapsulada en el esbelto cuerpo de hombre, declaraba su presencia. Había perdido las palabras, y me rendí ante aquel infantil pedido. Me recosté a su lado y descubrí su rostro del pedazo de tela escondiéndolo, la galaxia en sus ojos me recibió, acompañada de su espléndido sol, invitándome a concederle todos sus deseos, a mantenerme a su lado siempre, aunque el miedo me consumiera, aunque el dolor se hiciera sentir. Sus extremidades volvieron a atraparme y así, acurrucados, las horas nos observaron, envidiosas. 

Loving you [BangYongguk]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora