Loving you [BangYongguk]

22

¿No era increíble? Cómo con el paso del tiempo, aquel hombre que parecía lleno de inseguridades, cuyos pasos no eran más que pesados movimientos apenas visibles, y con el aire saliendo de sus pulmones como la única forma de adivinar que vivía; se había transformado. No tenía idea si así era con todas las personas, pero como la infantil persona que era, me gustaba pensar que había sucedido a mi lado, así como fue conmigo. Así como yo dejé de temer el futuro y comencé a prestarle atención solamente al presente. Así como ambos dejamos que la oscuridad no fuera más que una de las tantas características que nos unían. Así como ambos seguíamos aprendiendo día a día lo que era amar.

Si la vida me lo permitía, yo estaba dispuesta a quedarme admirando la fantástica forma en que aquel hombre sonreía a escondidas de las miradas ajenas, cubriendo su rostro detrás del oscuro manto de cabello. Aquel era uno de los fenómenos más atrapantes, casi tanto como ver el atardecer. Sobre todo porque él era uno, es decir, tantas cosas en un pequeñísimo lapso.

Y yo lo admiraba, y lo hice por mucho tiempo. Quise tener la posibilidad de igualarme a él y a sus pensamientos, quise crear arte como él lo hacía, y me perdía a mí misma en aquello; siendo dependiente, creyendo que lo necesitaba para vivir. Gracias al cielo, él estaba ahí para hacerme ver que aquello no era amor.

Ahora, sigo apreciando la delicada moción de sus manos sobre todo lo que toca, pintando sus alrededores de esperanzadores colores y creando con ellos un mundo en donde ambos nos sumergíamos todos los días. Pero ya no sufro por no ser ni un poco como él, al contrario, pienso mucho en cómo hacer mi parte. Cómo aportar mi visión del mundo en aquello que a la gente le gusta llamar "relación". Todavía no soy buena, pero espero llegar a serlo. Café tras café, atardeceres de por medio, caricias incansables, miradas anestésicas, besos imparables.

Y así, Yongguk dejaba el pincel de lado y me pedía más té. Yo me acercaba a su lado con la tetera y después de servirle, volvía a mi lugar, sentada frente a él, lápiz en mano, llenando las páginas de mi primer cuaderno.