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Parecía fácil, abrir los ojos y saber que mi transcurso en esta vida iba a estar sostenido por esos oscuros ojos, siguiéndome por toda la casa, anhelándome cuando no estuviera frente a ellos. Porque la mayoría del tiempo quisimos estar solos, fundirnos en nuestro propio dolor y dejar que las cosas afuera sucedan, sin nuestra intervención, sin resultar involucrados. Pero a partir del momento en que nuestras almas se encontraron y decidieron que emprenderían un camino juntas, la soledad no parecía siquiera poder mencionarse. No le temíamos, quizá porque siempre la tomamos como una compañera silenciosa, aunque peligrosa cuando constante; pero preferíamos pensar que no necesitábamos de ella cuando todo un cuerpo encandilando calor existía en ese preciso momento.

Entonces, mis pestañas se mecieron lentamente y mi cerebro comenzó a repetirme, como era su deber todos los días, que aquello no era un sueño, que las cosas estaban pasando realmente en ese momento. Tras esto, mis manos debieron comprobarlo, que él estaba allí, descansando a mi lado, esperando por mí.

La morena piel que parecía petrificada, aguardando pacientemente mi despertar para iniciar el suyo, impactó con la mía. Nuestros dedos se entrelazaron, así como nuestras experiencias lo hicieron a través de los años. Los errores se perdonaron y las promesas se cumplieron, todo a la vez. Cada mañana.

Vivir parecía fácil de esa manera, sintiéndolo mirarme, escondiendo sus sonrisas a veces, perdiéndose tanto en sus pensamientos que no se percataba que los brillantes dientes blancos se mostraban, otras veces. Y mientras nuestros cuerpos comenzaron a moverse en busca de la rutina, dejé que fuera la tibieza de su voz mencionando mi nombre, quien me guiara a través de los pasillos. Sus brazos me rodearon y con un suave beso me dejó saber que la distancia se agrandaría por algunas horas. Estaba bien, el tiempo me había enseñado muchas cosas, pero Yongguk supo ser un mejor maestro y acción tras acción pudo hacerme entender que así como no hay que temerle al invierno, tampoco a la separación que se aproximaba. Parecía repetírmelo con cada caricia, preparándome.

Las horas se presentaron desesperadas, queriendo recorrer las agujas lo más rápido posible para que cuando el sol diera su saludo final, tiñendo la enorme ciudad con aquel asombroso rosado, yo escuchara la puerta abrirse y sintiera mis piernas moverse en busca de aquella sensación que me había hecho falta.

Que nuestros abrazos se hubieran vuelto más interminables de lo que alguna vez codiciamos, resultaba ser una obviedad para nosotros. Pretendíamos que cada minuto valiera la pena, que cuando aquellos espacios no pudieran ser llenados con nuestra cercanía, no existieran arrepentimientos. Mientras más largos los momentos, mejor podría recordarlos en el futuro, aquella era mi lógica.

-¿Deberíamos comer algo?

Tras haber dominado el tiempo y haberlo hecho desaparecer entre nuestros brazos, debimos volver a la Tierra y decidir con qué llenaríamos nuestros estómagos.

No sabía si era a propósito o si él no lo había notado, pero las manos de Yongguk se movían sobre la mesada llena de ingredientes mientras cocinaba, como si se tratara de las pinturas con las que luego retrataría otra de sus obras de arte. Me dediqué a mirarlo por detrás, clavando mis ojos en la pulcra camisa blanca acariciando la morena piel debajo. Las líneas que en ella se marcaban eran tan entramadas, imitadoras de sus pensamientos. Estaba más que segura que miles de cuestiones atravesaban su mente en esos momentos, y yo no podría tener conocimiento de ellas, pero ya no me entristecía. Había miles de cosas que él tampoco podría descubrir acerca de mí, y de alguna manera estaba aliviada. Me avergonzaba que se enterara que incluso unas simples líneas me recordaran a él. Lamentablemente así era, no había cosa en este mundo que no me hiciera pensar en su existencia.

Loving you [BangYongguk]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora