Zorra

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Candy entró a su departamento de manera sigilosa, poco antes de las 6 de la mañana y camino hasta su recamara tratando de no despertar a su roomie. Una vez que estuvo dentro, se eventó sobre la cama con toda la intención de dormir, pero para su mala suerte, eso fue lo último que pudo hacer. Ella no podía sacarse de la cabeza todo lo que había pasado con Terry en el bar y por si eso fuera poco, tenía todo un remolido de emociones en su interior que la hacía sentir confundida, enojada... ¡¿Complacida?!

La rubia se tapó el rostro con la almohada, intentando ahogar el potente grito que estaba por salir de su garganta. ¿Cómo podía criticar a Annie, si ni siquiera ella era capaz de controlar sus impulsos hacia él?

– Estúpido Terry, pero que ni crea que me va a tener rendida a sus pies – Se dijo a sí misma y se prometió no volver a caer en sus provocaciones y mantener su distancia con el castaño.

Stear llegó al departamento cerca de las dos de la tarde, el joven había pasado toda la mañana con Paty y después de dejarla en su trabajo, se había regresado a su casa. Desde el día de su fiesta, él no había tenido la oportunidad de platicar largo y tendido con su mejor amiga y lo cierto es que moría de ganas de hacerlo, ya que tenía muchas cosas que contarle.

El pelinegro tocó la puerta de Candy un par de veces, pero al ver que nadie le contestaba, decidió asomarse solo para cerciorarse de que ella estuviera bien. Al entrar se encontró con su roomie, quien yacía despatarrada en la cama, profundamente dormida.

– Vaya, al parecer alguien tuvo una noche intensa – Pensó Stear, un tanto divertido por la escena que presenciaban sus ojos y algunos segundos más tarde salió de la habitación sin atreverse a despertarla.

Media hora después, la rubia se levantó con unas inmensas ganas de ir al baño. Ella aún se sentía muy cansada, debido a que se había dormido casi a las 7 de la mañana, pensando un montón de tonterías. Además, el alcohol estaba haciendo estragos en su cuerpo.

– Creo que ya no estoy para estos trotes – Se dijo así misma, mientras se incorporaba del colchón y se quejaba del horrible dolor de cabeza que tenía en ese momento – De seguro el tequila estaba adulterado – Pensó con algo de molestia y se dirigió al sanitario. 

Al salir de su cuarto se encontró con Stear, quien estaba sentado en la sala, viendo una película.

- ¿No quieres ir a comer algo? – Le preguntó su amigo, al verla caminar por el pasillo.

- No lo sé, mi estómago no está al 100 en este momento – Respondió ella, antes de cerrar la puerta del baño.

- Yo te invito, conozco un lugar donde venden comida mexicana riquísima, sirve que se te baja la pinche cruda  que te cargas – Insistió el pelinegro.

 Stear amaba todo lo que tuviera que ver con la cultura mexicana y aunque fuera una vez al año, trataba de visitar algún lugar de la República Mexicana que no conociera. Uno de sus muchos sueños, era comprarse una casa grande en algún pueblito pintoresco de México y establecerse ahí con su futura esposa y sus futuros hijos.  

- Está bien, solo deja que me dé un baño - Contestó la joven.

Una vez que Candy estuvo lista, los dos se dirigieron a un pequeño restaurante que estaba ubicado en uno de los barrios de Queens. "Que chula es Puebla", decía el letrero colgado en la entrada del negocio y a través de la puerta de madera se podía observar a una señora regordeta que estaba haciendo tortillas a mano, muy cerca del mostrador. 

La dueña les dio la bienvenida y cuando los jóvenes estuvieron sentados, comenzó a recitarles el menú. Candy se sintió un poco nostálgica, pues el aroma a tortilla cocida le hacía recordar su infancia en Texas. 

Si no te hubiera conocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora