La confesión

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La fiesta fue todo un éxito y se prolongó hasta las 6 de la mañana. Para ese entonces Candy estaba demasiado cansada, así que ni siquiera intentó irse a su departamento y prefirió quedarse a dormir en casa de su novio.

Al despedirse de su rubia amiga, Stear le dijo que él llevaría a Paty a su casa, personalmente. Los dos jóvenes habían congeniado muy bien y se la habían pasado platicando casi toda la noche, que al final de la velada habían quedado de verse para ir al cine.

Antes de irse, Patricia le agradeció a Candy por haberla invitado, ya que de no haber sido por esa invitación, ella no hubiera podido conocer a tan encantador muchacho.

Una vez que todos se fueron, Candy y Albert se fueron a la habitación y mientras se preparaban para acostarse a dormir, comenzaron a platicar sobre Stear.

- Tenía mucho tiempo que no veía a mi primo tan interesado en alguien – Dijo el rubio, mientras se cambiaba de ropa.

- Sí, desde la decepción amorosa que tuvo con Mary, él no había vuelto a salir con nadie. Tan solo espero que se pueda dar algo entre ellos, ya es justo que Stear conozca a alguien que sí lo pueda hacer feliz – Le respondió la pecosa, en lo que se acostaba en la cama.

Por alguna razón que ella no se explicaba, su mejor amigo no tenía muy buena suerte en el amor. Al final de sus relaciones, él siempre terminaba con el corazón roto y con la cartera vacía.

Candy creía que Stear era muy confiado con las personas, ya que siempre daba más de lo que recibía y como consecuencia, siempre salía muy lastimado.

A la mañana siguiente, la rubia se despertó casi al mediodía y como de costumbre, se dio cuenta de que estaba sola. Ella tomó sus cosas y se dirigió a su casa, donde se bañó y se arregló para irse a trabajar.

La joven llegó al hotel una hora antes de su entrada y como tenía tiempo, pero sobre todo hambre, decidió pasar al comedor de empleados.

Ella generalmente comía con Paty, pero debido a que a su amiga le había tocado descansar, buscó una mesa desocupada y se sentó sola.

- Hola chef, ¿Cómo está? ¿Le molesta si me siento con usted? – Le dijo una dulce voz atrás de ella.

Candy volteó y vio que se trataba de Annie. Le sorprendió mucho que la pelinegra le hablara, ya que desde que la habían cambiado de turno, ellas no había tenido la oportunidad de entablar una conversación larga.

A pesar de que la hostess iba todos los días a la cocina para informarle al staff el número de reservas que tenían en el restaurante, pedir el platillo especial del día y preguntar acerca de los faltantes en cocina y los platillos a promocionar; rara vez se dignaba a dirigirles la palabra, ya que ella prefería irse a platicar a solas con Terry.

- ¡Claro! Siéntate, como podrás ver, hoy me toco comer sola – Le respondió Candy, mostrándole una sonrisa – Por cierto, no me hables de usted, no soy tan vieja.

La hostess se sentó enfrente de la rubia y empezó a comer sin pronunciar una sola palabra. Después de un largo momento de silencio, la rubia decidió ser la primera en hablar.

- Annie, ¿por qué no me cuentas un poco de ti?

- Mmm, ¿Cómo qué quieres saber?

- No sé, talvez cuántos años tienes, de dónde eres...

- Tengo 25 años, bueno casi 26 y nací aquí en Nueva York, pero mis padres se separaron cuando yo era muy pequeña, así que me fui a vivir a París con mi mamá y mi abuelo; ellos eran franceses.

- ¡Oh, lala! ¿Así que viviste en "La France"?

- Oui. Viví allá por más de 20 años y solo venía a visitar a mi papá durante las vacaciones. Hace poco más de dos años falleció mi mamá, así que regresé a Nueva York para vivir con mi padre, pero como no logré llevarme bien con su esposa, terminé mudándome con una tía, hermana de mi mamá.
Hace poco más de un año, decidí que era tiempo de vivir sola, así que busqué un pequeño departamento, muy cerca de aquí.

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