I. Cuatrocientos noventa y nueve

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Estoy empezando a cuestionarme todo lo que está pasando, ya hemos llegado a la década de lucha y empiezo a dudar del punto de esto. Comprendo que los humanos son una fuente de comida y mano de obra sencilla, pero el costo para obtenerlos nos está mermando.

Tal vez deberíamos dejar a los humanos tal cual son: libres.

No hallo si sentirme avergonzado o impresionado por lo hilarante de la situación, porque no sé qué pensarán mi progenie de mí, un vampiro que ya no quiere luchar.



Afuera, la lluvia caía.

Dennis contemplaba por una de las ventanas la llovizna que cubría todo el bosque muerto, el lago y el hotel, sin parar, con gotas tan finas que parecían agujas. Estaba en la biblioteca del hotel, aburrido, con casi media docena de gruesos volúmenes con páginas tan viejas y amarillas que amenazaban con romperse al mínimo movimiento.

Tenía ya dos años en eso y aún no encontraba nada. Dos malditos años tratando de enmendar la metedura de pata que hizo con Winnie a sus dieciséis años. Apretó los puños en la mesa de la biblioteca, resistiendo el impulso de golpear la mesa y soltar un rugido, descargando su enojo. El enojo consigo mismo.

Sus uñas crecieron paulatinamente, reaccionando a su estado de ánimo mientras Dennis trataba de despejar su mente y seguir investigando. Cerró el libro, sin poder encontrar nada, molesto; la portada, la misma encuadernación de cuero, tenía el título bordado con un hilo plateado, como la luz de luna: Códigos Licántropos. Colocó los libros en una pila, los llevó a la recepción de la biblioteca y se retiró.

Caminaba por los pasillos del hotel, cuando un relámpago afuera iluminó el suelo a través de la ventana, seguido poco después del trueno. Dennis caminó hasta que llegó a uno de los salones multiusos, en éste Scarlett estaba siendo jueza de un partido de monsterball bajo techo. Scarlett era una vampiresa amiga de Dennis, se habían conocido en el último año de la secundaria, justo cuando se matriculó, se hizo su amiga y ahora su abuelo la tenía como animadora, que era en palabras simples alguien que se encargaba de organizar o controlar las actividades de diversión en el hotel.

Dennis la saludó con un asentimiento de la cabeza y ella le sonrió. En ese momento recordó cuando sus padres y bisabuelo le picaban con bromas sobre que Dennis y Scarlett hacían buena pareja. Aquello le sacó una sonrisa, jamás en la vida se imaginaba con Scarlett, ella era... bueno, muy brillante. De que era atractiva lo era, eso no se lo quitaba, con una piel blanca inmaculada, cabellos rubios dorados hasta los omóplatos y labios rojo sangre, rostro delicado y cuerpo de modelo; ella atraía las miradas del noventa por ciento de los monstruos, pero Dennis no se encontraba entre ellos.

Llegó a un segundo salón multiusos, donde varios monstruos ya mayores estaban jugando Bingo, y el monstruo que cantaba los números junto con las letras era el que, indudablemente, le quitaba el aliento a Dennis. Se encaminó hacia una de las mesas, se sentó en el banco y tomó un cartón, teniendo así la excusa para poder mirarla.

Winnie estaba con una sonrisa hermosa, girando la esfera de los números con una manivela para que éstos cayeran en una bandeja, ella los agarrara y los nombrara. Por los dioses de la noche, era bellísima. El rostro que recordaba de cuando era más joven, pero con los rasgos más feminizados y mayores, una mujer loba con todas las de la ley. Con el cabello, marrón chocolate igual que su pelaje, ondulado y largo hasta la espalda; no tenía las piernas o brazos tan despampanantes de Scarlett, es verdad, pero la figura atlética de Winnie era perfecta a sus ojos, lo justo para ser definida y sexy a la vez. Todo rematado por seis pendientes, tres en cada oreja, una blusa rosa con una calavera blanca estampada y unos jeans oscuros rasgados.

Unique ZingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora