III. Esencia

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No he hallado nada que me indicara por qué tanta masacre. He ido al campo de batalla y me convencí de que todo debe de tener un trasfondo oculto, algo maligno que busca que nos destruyamos. En la biblioteca de la Sede no hay nada referente a los humanos, sólo que sirven para comer y que se pueden esclavizar; encontré una mención de sus almas en el texto, mas fue algo vago.

Me he decidido: saldré y buscaré todo el conocimiento que pueda.

Sólo espero que no sea tarde.



Winnie despertó en alerta, saltando de la cama y aterrizando con sus cuatro patas en el suelo, atenta al bullicio que se oía fuera de la habitación. Miró de reojo a la ventana, pensando que tal vez lo que sonó fue otro trueno, pero estaba equivocada, había dejado de llover. De hecho, la oscuridad protectora de la noche estaba siendo desgarrada por los rayos nacientes del sol, como una manada desgarrando la carne de su presa con ferocidad.

Entonces, si no la despertó el trueno, ¿qué lo hizo? Agudizó el oído. Voces agitadas y pies corriendo en todas direcciones. Cerró los ojos para orientarlas, eran en el piso de abajo, los pasos se escuchaban demasiado frenéticos, como si algo malo hubiera pasado y las mucamas del hotel estuvieran de aquí para allá. Aquello era ilógico de que ocurriera en el piso inferior, porque...

Abrió los ojos de golpe, el piso de abajo era el de los Drácula, donde Dennis y su familia tenían cada quien sus respectivas habitaciones. Se irguió y salió del cuarto, encaminándose hacia el susodicho piso. Al llegar, vio que de la habitación de Dennis salía una comitiva de brujas mucamas, Jonathan, Mavis y Drácula, los dos últimos huyéndole a las nacientes luces del día.

Saludaron a Winnie con un asentimiento de la cabeza, decaídos, y desaparecieron en sus respectivos cuartos. Winnie llegó a la puerta de la habitación, tocó dos veces, luego cinco y luego dos en un acto de reflejo. La puerta se abrió, pero no era Dennis quien estaba tras ella, sino Vlad, con su nariz ganchuda, piel azulada y mirada severa.

—Hola —dijo a modo de saludo, se dio media vuelta y le indicó con un gesto para que entrara. Winnie lo hizo y cerró la puerta detrás de sí.

Ella llevaba dos años sin pisar aquella habitación, pero a sus ojos nada había cambiado. A gran escala, el cuarto era igual al suyo, la misma cama estilo victoriano con mástiles y cortinas, la misma televisión de plasma, la misma cómoda, pero a diferencia de la propia, la de Dennis tenía una pequeña montaña de ropa en una esquina cerca del clóset, varios zapatos tirados por ahí y en la pared donde estaba la cama, una serie de fotografías de los dos. En una Winnie y Dennis tenían doce años y estaban en la piscina olímpica del hotel; en otra estaban jugando monsterball; pero había una que le llamó la atención. Una que estaba dentro de un marco dorado en su mesita de noche, en ella aparecían ambos a sus catorce años ebrios de monstervodka que habían comprado en una licorería del pueblo por mera curiosidad, con sonrisas bobaliconas mientras se daban un beso en los labios.

Esa foto avergonzó a Winnie, haciéndola ruborizarse. Recordaba ese día, aunque algo borroso por el alcohol, pero lo que le hizo gracia fue que ella, al igual que Dennis, también conservaba la fotografía.

Llegó a pensar que quizá, sólo quizá, había exagerado en alejarse de Dennis. Sin embargo, aquel pensamiento quedó opacado al ver al muchacho en la cama, tiritando como si estuviera congelándose y sudando a mares. Tenía los ojos cerrados y los dientes le castañeaban. Vlad se detuvo a su lado, no sin antes cerrar las cortinas del balcón y encender la luz eléctrica.

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