XVIII. Despedida

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El día en que otros monstruos puedan vincularse a otras Madres que no sean sus originales, será el día en que el mundo cambiará para siempre. Es simple y complejo a la vez, porque eso significaría que sus esencias, en teoría únicas, resonarían con las Madres. Con cualquiera.

Cuando ese día llegue, estoy seguro de que todo será para bien.

Canto a las Madres, escritor desconocido.



Dennis abrió los ojos de golpe, dolorido, y tuvo que cerrarlos casi al instante cuando se encandiló por la luz multicolor de aquel lugar extraño. Era como si toda la tierra, el cielo y las nubes fuesen sustituidos por bruma multicolor u ópalos, en todo caso. La luz se reflejaba en todas partes, sin embargo, no parecía proceder de ningún lado. Una suave niebla blanca se movía por el suelo, como la de un amanecer, bailando y lamiendo aquel suelo multicolor.

Estaba de pie, por más extraño que le pareciese, y con su ropa de siempre, aunque rasgada y sucia en algunas partes. A su lado estaba Winnie, vestida también y con su aspecto fuerte; verla le hizo recordar cómo se veía frente a Madre Luna. Había brillado de dorado y aunque su ropa estaba rasgada, con sangre húmeda y sucia, su rostro y porte era... divino. Verdaderamente divino. Su cabello ondeaba como si lo azotara un viento justo, ni tan suave para no conseguir el efecto, ni tan fuerte como para dañarla. Ahora, en cambio, estaba sorprendida, observando el lugar.

—Esto es nuevo —dijo ella, sonriendo al verlo.

Dennis sonrió, su mano unida con la de ella.

—Nada de lo que preocuparse, espero.

—¿Tienes idea de qué hacemos aquí? —quiso saber ella, oteando el lugar, haciendo una visera con la pata libre—. Todo es tan...

—Colorido.

Winnie asintió.

—Zing-Zing —dijo al cabo de un rato—, ¿esto no se parece a cuando volvimos a nuestro tiempo?

—Es cierto, ¿acaso...? —Se detuvo al ver un temblor en la bruma multicolor.

No era un simple temblor, era uno generalizado, como si la bruma fuese algo sólido y la estuvieran sacudiendo con suavidad, haciéndola vibrar. Luego de unos momentos, dos formas tomaron contorno naciendo de la misma bruma, una de un negro brea y una de un dorado pálido, casi transparente.

La negra se volvió una mujer, o al menos una hecha de bruma. De piel blanca como la leche y cabello liso cual baba y negro como la obsidiana; un vestido gótico negro tan largo que le cubría los pies, barriendo el suelo, destacaba su figura. Dos pendientes rojos, casi como su fueran dos corazones que siguieran funcionando bombeando sangre, adornaban los lóbulos de sus orejas. Sin embargo, pese a su físico, lo que le sorprendió a Dennis fueron los ojos, sin iris ni pupila, sólo de un negro absoluto, dos pozos sin fondo.

La figura de al lado, pese a tener los rasgos poco definidos por su transparencia, era aún más imponente que la otra. Mucho más alta que la otra, de rostro regio y sereno como una reina, llevaba el cabello en un moño digno de una dinastía imperial china, con collares, pulseras y cadenas doradas en cuello y muñecas y una saya prístina, del más puro blanco. Sus ojos eran puro dorado, dos soles condensados.

Luego apareció una tercera figura alejada de ellas varios metros, al frente del brujo que ayudó a Dennis y Winnie. Alta, pero no como la más transparente, llevaba el cabello de colores cambiantes corto hasta los hombros, rostro y expresión amable como una madre, pero su ropaje era como la de una bruja normal: una túnica negra, con retazos negros, grises, y hasta blancos. Su piel era de un tono verde azulado y sus ojos azules al entero, dos cielos sin nubes.

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