.24.

344 47 36
                                        

Advierto que  ha pasado un largo tiempo, y es probable que a partir de este punto encuentren algunos errores de historia. Lo corregiré en cuanto re-edite el libro, mientras, disfruten de mi frustración acumulada.

Annie.

En toda la entrada de la puerta yacía Leiftan, con su rostro tranquilo y su sonrisa de yo no fui, observando con inminente paz a la anciana y a mi persona.— Opal, veo que has conocido a Tatianne.— Musitó el hijo de la irreverencia frente a mí. 

Claro, actúa como si no me acosaras 24/7, puto.

—  Qué va, he dejado que un completo desconocido se meta a mi casa a comer galletas en silencio.— Suelta la anciana mujer con el sarcasmo que espero tener yo a su edad, dándome una palmadita en la espalda.— Anda ya, mocosilla, a partir.— Me guiña el ojo, empujándome levemente.

He de suponer que como todas las abuelas humanas, la mujer me "ayudaba" a ligarme al tío guapo con medio intento de camisa frente a mí.

Salí de la casa y tras pisar el exterior, la mujer cerró de un portón, dejándome "a solas" con don no necesito camisas decentes.

— ¿Voy tarde? — Levanté la ceja, sabiendo perfectamente que me quedaba bastante tiempo para joder si él estaba frente a mí.

— Hubo un cambio de planes.—  Espetó, serio, tomandome de la mano para tirar de mí lejos de ahí. Y muy a las malas, acabó llevándome a rastras al gran cerezo.

— ¿Cómo que cambio de planes? — Espeté con evidente sorpresa, no muy emocionada por saber lo que me diría.

— Serás tú la que ataque.—  Ante las palabras de este, casi pude sentir mi corazón parar de latir, los nervios recorrerme y la sangre drenarse por completo de mi cerebro. Antes de poder replicar, él prosiguió con la noticia.—  Irás a la sala de cristal al anochecer mientras Ashkore y yo creamos una distracción, harás lo que dijimos que él haría, ya te sabrás eso de memoria. Y óyeme bien, Opal.—  A paso pesado se acercó a mí, amenazante, con su dedo acusatorio punteando hacia mí.— No puedes retroceder, niña. No en este punto.

— ¡Yo no acepté esto! — Fue lo único que pude decir antes de quebrarme en nervios. Desde llanto hasta un temblor relativamente exagerado en mi cuerpo eran los sintomas presentes en mí. 

— ¿Ahora te asusta ensuciarte las manos? —  Soltó con evidente amargura, negando con la cabeza.—  Bien.—  Tan simple como nunca, sacó una daga y la extendió en dirección a mi cuello, mirándome no como a una presa, sino como al enemigo.—  Escoge, ¿Tu conciencia o tu vida?.

Habría que entender eso, ¿no? Conciencia y vida. ¿Qué soy yo sin vida? No mucho; mi vida se la llevaron hace mucho tiempo, me aislaron de esta y mantuvieron cautiva en una caparazón que parecía ser la meca de la ironía, pero el mismo hombre que me apuntaba con una daga, y que por cierto colaboró en quitarme la antes mencionada, me estaba ofreciendo la posibilidad de tener mi vida de vuelta.

Por otro lado, ¿Conciencia? Oh, hermosa conciencia. Esa que me atormentaba y me hacía creer que no merezco una vida por la que luchar. Jamás me la arrebataron, a decir verdad, he tenido una conciencia muy floja gran parte de mi vida, y no ha sido hasta mi madurez que llegué a despertarla. ¿Por qué me molestaba tanto el mantenerla limpia si nunca la había tenido? Bueno, pensándolo mejor, ¿Por qué tengo una? La odio, sí, pero la necesito.

Y una cosa es querer, otra es necesitar. 

Y yo quería mi vieja vida.

Tomé la daga con la que Leiftan apuntaba a mi cuello, y este mismo la dejó ir sin duda alguna. Conocía mi respuesta mucho antes de formular su pregunta. 

Inútil tus cojones. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora