XXIV- Lágrimas de fuego

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Intenté hacerte sonreir de nuevo, pero ya no había caso. Tus labios ya no eran los mismos y tu corazón ya no latía por mi.

Tal vez fui un idiota al no saber amarte como tú lo hiciste conmigo. Nunca pude entender que un segundo al lado de la persona que amas, valen más que mil años de eternidad.

Me enrede en mi propia trampa perdiéndote, dejando ir a alguien tan importante al no saber comprender que tus caricias eran ternura y tus besos suavidad.

Que no había nada más bello en el mundo que un abrazo que solo tú me podías dar.

Ahora miro hacia atrás y encuentro soledad, es la distancia que me juzga diciéndome que ya no estás.

Tu partida fue un dolor inmenso que ni el tiempo pudo curar.

Fuiste lo mejor que me pasó, maravilloso amor que me envolvió. Desde el momento que te ví, supe que contigo sería feliz.

Hoy estoy aquí recordando los días más alegres de mi vida, en el mismo sitio donde solíamos encontrarnos, viviendo cada beso como si fuera real.

Esperando que regreses, pero no todos los sueños se hacen realidad

Este es como esos que viajan por el tiempo, sin vuelta atrás.

Derramo lágrimas de fuego, que van cayendo de forma candente, despacio y lento.

Sintiendo el ardor en el alma, que me recorre todo el cuerpo.

Recordarte no me hace bien mi amor, pero aceptar que te he olvidado significaría aceptar que ya te perdí y no estás conmigo.

Dejar triunfar al adiós.

-Héctor F. Palavecino


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