Liliana Harrenhall cerró la puerta de su habitación y se apoyó contra ella exhausta, eran las tres de la madrugada.
Miró al fondo de la habitación y se alegró una vez más de haberse adueñado de la enorme cama chirriante matrimonial con cabecera metálica de su abuela. Pero esta vez su alegría no estaba en relación a su comodidad los domingos hasta las nueve de la mañana, sino a que desde ese momento, y quien sabe por cuánto tiempo, le tocaría compartirla con el par de adorables y cálidos envoltorios que acababa de depositar sobre ella unos minutos antes.
Desde los veinticinco años, después de una licenciatura y una maestría en derecho y el intento fallido y sumamente frustrante de un año de trabajar en el bufete de su tío, se dedicaba a una tarea infinitamente más peligrosa y a la vez gratificante.
Era hija y nieta única así que había heredado el penthouse de sus padres y la casona de su abuela. El alquiler del penthouse, las tortas y masitas a pedido y el apoyo de unas cuantas instituciones de beneficencia alcanzaban con mínima holgura para mantener la casona, a ella, a la señorita Sofía Méndez (una asistente/maestra solterona que vivía y trabajaba con ella) y a un máximo de quince niños y niñas rescatados del tráfico ilegal de infantes.
La primera vez que había sido consciente de la gravedad de ese delito en su país fue cuando aún trabajaba en el bufete como abogada asistente de un caso de robo e intento de trata infantil. Habían recuperado a la criatura de seis meses de nacida justo antes de que los traficantes cruzaran la frontera por carretera y eso gracias a que la familia contaba con un capital considerable y pudieron mover varios hilos para lograrlo. Pero mientras presenciaba la reunión familiar en la comisaría, a su superior haciendo todos los trámites y a los delincuentes que se reían por lo bajo mientras se los llevaban a las celdas (amenazando con cobrarselas ni bien salieran y que lo harían pronto), Liliana comprendió que aquel era un negocio muy bien organizado, mucho más propagado de lo que podía imaginar y que probablemente el porcentaje más alto de niños en tráfico no corrían con la misma suerte que aquel.
Una vez cerrado el caso, trató de hablar con su tío para que la pusiera a ella y aun pequeño grupo de abogados del bufete a disposición de los investigadores exclusivamente para estos casos y así lograr ir desmantelando semejante mafia. Sólo logró que él la tratara de loca y le dijera que ni muerto pondría el nombre de su bufete en asuntos tan turbios. Liliana enfureció, lo acusó de estar comprado y renunció. Tiempo más tarde se dio cuenta de que probablemente su tío no estaba más que aterrado, pero para entonces ya no hablaba ni con él ni con su ex novio quien cortó con ella cuando se enteró de que no había solo renunciado a un cargo prometedor de buenos ascensos y beneficios, sino que había empezado a dedicarse a rescatar niños que poco o nada le importaban a nadie, por su cuenta.
Desde entonces habían pasado doce años y había podido ayudar a un promedio de 18 niños por año. Sabía que no era poco pero aunque para ella no era suficiente, estaba consciente de que no podía hacer más. No sólo no le daban los recursos, también era sumamente arriesgado. Más de una vez Jacob, un amigo de la facultad que la ayudaba lo más posible ya que trabajaba en el ministerio de defensa, había tenido que sujetar con fuerza a su impulsiva amiga para evitar que recibiera un balazo por ir a meterse personalmente entre la policía y los traficantes con tal de arrebatar a la criatura de sus garras. Él la acompañaba a cada redada, cada vez que lograba rescatar a un bebé él se quedaba con ella en todo el proceso, apresuraba el papeleo legal (que no era gran cosa pues por lo general estas criaturas eran hijos de nadie) y si podía la acompañaba también al pediatra pues era lo primero que ella hacía una vez que tenía la custodia de los niños. La admiraba y respetaba mucho, sobre todo por la fortaleza que mostraba cada vez que algún niño conseguía ser adoptado, o cuando, cumplidos los doce por ley no podían quedarse más con ella y debían partir a uno de los internados estatales y a ella le tocaba despedirse. Todo esto ella se lo agradecía muchísimo y solía corresponderle con pasteles y café los fines de semana mientras los niños jugaban en el jardín los más grandes y dormían siesta en las carriolas los más pequeños.
Aquella noche habían rescatado a dos varones al mismo tiempo y el escenario no había sido muy diferente. De hecho fue un logro para las autoridades, pues lograron matar a dos conejos de un solo golpe al atrapar a los traficantes así como al cafiche que se los estaba vendiendo. Durante el interrogatorio el hombre soltó todo y se enteraron de que los niños eran hijos de dos gemelas que trabajaban para él y que habían quedado embarazadas a la par. Se lo habían ocultado y para cuando se enteró ya era demasiado tarde para interrumpir los embarazos. Como no podía darse el lujo de perder a dos trabajadoras, las hizo trabajar un poco más y luego las encerró hasta que dieran a luz mientras buscaba cómo sacar el mejor provecho posible de la situación. Los niños habían nacido la misma noche y él había pactado entregarlos a los traficantes la noche que cumplieran exactamente 3 meses. Lo único que alegraba a Liliana de toda aquella escalofriante situación era poder contar con la edad exacta de los niños que habían sido diagnosticados con bajo peso y bajísimas defensas por Oscar Lienfeld, el pediatra que la recibía a cualquier hora del día o de la noche para atender a los niños rescatados desde hace ocho años.
Jacob la había dejado en casa a eso de medianoche después de que ella insistiera que se las arreglaría bien desde ese punto. Al entrar a la casa Sofía ya tenía listo todo lo que le había solicitado por teléfono un par de horas antes.
"Me sorprendió que me dijeras que aliste todo para dos, Lili" le dijo mientras alimentaban cada una a uno de los pequeños recién cambiados, sentadas en la cocina frente al antiguo horno cóncavo de ladrillo con el brasero encendido.
"Lo sé Sofía, tenemos el cunero lleno, no hay espacio más que para uno de ellos pero, ¿qué podía hacer? no solo estaban siendo vendidos al mismo tiempo, sabes ¡son primos! ¿no es rara la vida?" Sofía notó la emoción en la voz de Liliana y supo que no era solo por el cansancio. La mujer era inmensamente feliz cada vez que lograba rescatar a un niño pero su corazón lloraba más que sus ojos por las terribles realidades a las que le tocaba enfrentarse con cada uno de aquellos casos, como ella decía, olvidados de la mano de Dios. "¿Qué haremos?" preguntó mientras se ponían en pie, no había espacio para lamentaciones, debían actuar.
"Esta noche dormirán ambos conmigo, están muy débiles y hay que mantenerlos vigilados cada segundo. Cuando estén mejor me pondré en contacto con algunas instituciones a ver quién puede recibir a uno de ellos o a los dos" le contestó a la vez que salían de la cocina y subían a su habitación.
"Será un resto de noche bien larga, ¿quieres que te ayude?"
Liliana negó con la cabeza diciendo que ya se había desvelado suficiente y asegurándole que todo estaría bien y, una vez que hubieron acomodado a los bebés en la cama, mandó a la mujer a dormir no sin antes agradecerle nuevamente por todo. Eran las tres de la madrugada.
Con un suspiro profundo se alejó de la puerta y acercó una silla al lado derecho de la cama y sentó. Le hubiera gustado darse una ducha y dormir tres días, tan siquiera echarse, pero no podía. Sabía que si su cabeza tocaba una almohada se dormiría irremediablemente y eso estaba fuera de la ecuación. Los niños la necesitaban, debía vigilarlos muy bien.
Los observó con atención y se alegró inmensamente de ver sus pequeños pechos moviéndose queda y rítmicamente al compás de su respiración. Eran hermosos, y no lo pensaba porque fueran bebés, al mirarlos bien estuvo convencida de que eran los bebés más hermosos que había visto en su vida y sonrió al imaginar cómo se verían cuando estuvieran completamente sanos y recuperados. Le entristeció pensar en sus madres, en su realidad y en que sin duda ellas también habían considerado hermosos a sus hijos, pero no los verían nunca más. Pensó en que nombres les habrían dado, o que quizá no lo habían hecho por miedo al castigo o a encariñarse. Pensó en las largas horas y todo el estrés y la angustia que había representado recuperar a esos dos angelitos.
Estaba en eso cuando de repente reparó en algo que le llenó el corazón de ternura e hizo que aquel día extenuante valiera mil veces la pena. Dormidos profundamente como estaban, los dos pequeños se habían tomado de la mano. Quizá fuera en reflejo, o un instinto de protección y supervivencia, no lo sabía, pero al ver eso supo que pasara lo que pasara no iba a tener el valor de separar a esos dos que, juntos habían llegado al mundo y juntos querían quedarse. Tendré que buscar un lugar para ambos pensó, pero en el fondo ya no podía negar que quería a esas dos luces con ella y buscaría la excusa perfecta junto con la solución adecuada para que se quedaran.
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Protegiéndote
WerewolfUna cadena de protección más fuerte que cualquier prueba es lo que les enseñará a Mike, Alexandr, Stefan y Rian que lo que debe ser será aún más alla de tiempo y espacio y que a veces la vida te da una familia donde menos lo esperabas. Esta historia...