Leonard Brown apoyó los codos en el escritorio y se sacó los lentes con la mano derecha mientras se agarraba el puente de la nariz con la izquierda. Estaba agotado y le ardían los ojos y la cabeza después de más de cuatro horas ininterrumpidas de corregir exámenes de diagnóstico completo de los de primer año (más de diez páginas por interno). No era un procedimiento habitual, no era algo que hacían cada año. No. Simplemente esa había sido parte de la grandiosa solución del director Garmendia para cubrir al menos parte de la semana adelantada de inicio de actividades para "poner las mentes de los jóvenes a trabajar". El resto del tiempo de esa improvisada primera semana eran clases interminables de educación física para "poner los cuerpos de los jóvenes en forma."
¿Ridículo? Totalmente. Pero a Brown no le hubiera importado demasiado de no ser porque eso implicaba un trabajo extenuante para él y Jim Ford, el profesor de educación física, pues dado que ambos vivían en el internado, eran los únicos profesores disponibles. El resto del plantel docente llegaría de sus vacaciones el domingo, como cada año.
El hombre soltó un suspiro mientras meneaba la cabeza con hastío. Era un hombre sereno, muy inteligente y paciente, pero habían dos personas capaces de hacerlo desear un genocidio y esas eran Garmendia y Zhang. Jamás en sus más de cuarenta años había conocido a alguien más insoportable y despreciable que ellos. Verlos era todo lo que necesitaba para recordar cada día lo podrida que estaba la sociedad en la que vivían. Pero era mejor ignorar el tema lo más posible o terminaría más amargado que rana cantando en charco seco. Si seguía en el internado número tres en aquel momento era por la misma razón por la que nunca se había ido en primer lugar, o mejor dicho, porqué había regresado. Ayudar a los chicos y chicas que cayeran allí, ayudarlos lo más posible para que tuvieran todas las oportunidades del mundo al acabar su tiempo como reclusos del sistema para huérfanos. Ayudar a chicos que se veían realmente capaces con solo mirarlos a los ojos, como era el caso de los dos cuyos exámenes acababa de revisar. Sonrió al pensar que hasta ahora no había nada que indicara que se hubiera equivocado en la primera impresión que tuvo de ellos y en que este año daría con gusto las clases a los de primer año. Pero su sonrisa no duró mucho, sabía que precisamente por ser buenos, Zhang los tendría del cuello.
No ayudaba el hecho de que ambos estuvieran directamente involucrados en el incidente de la semana anterior. Ser testigos de algo así ya de por sí debía tenerlos mareados y peor al darse cuenta de que no recibirían explicación alguna. Brown había tratado de ser lo más elocuente posible cuando les dijo entre líneas que no preguntaran más, sabía que la mujer los tenía vigilados desde el instante mismo en que los supo involucrados. Si había algo que el ogro que tenían por jefa de personal docente odiaba era que se perturbara el pétreo orden que ella mantenía como sagrado en el internado y parte de ello era tener prohibido el saber más que lo necesario (los alumnos, por no decir la mayoría de gente de allí, estaban en la más completa oscuridad sobre lo que realmente sucedía allí dentro). Lo peor, Zhang era prácticamente un radar de Omegas y del cien por ciento de internos a los que inscribía en su lista especial, un ochenta por ciento resultaban serlo y su destino jamás era muy diferente al de Tamara Montesinos.
Aquel día se había alegrado de ser él el primero en intervenir al ver lo que sucedía cuando salió en busca de Damián y las cajas de medicamentos. Siendo su especialidad el área de biología, tenía a su cargo uno de los laboratorio del internado y con ello la autoridad para utilizar la pistola de gas sedante con la que neutralizaban situaciones extremas como la de aquel día. El gas era tan potente que podía tumbar incluso fieras del tamaño de un león, por lo que el portador debía estar cubierto con una máscara anti gas. Pero él no era el único. Phillip Ferrec, el titular de química y encargado del otro laboratório era el otro acreditado para el uso de la pistola. El problema era que él parecía disfrutarlo. Utilizarla por lo general significaba que el tema del segundo género de los internos era parte de la ecuación y él parecía estar siempre a la caza de dichas situaciones.
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Protegiéndote
WerewolfUna cadena de protección más fuerte que cualquier prueba es lo que les enseñará a Mike, Alexandr, Stefan y Rian que lo que debe ser será aún más alla de tiempo y espacio y que a veces la vida te da una familia donde menos lo esperabas. Esta historia...