Capítulo 5

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El cielo estaba completamente despejado, el sol estaba por ponerse y los últimos rayos de luz se filtraban justo por el espacio abierto del campanario de la antigua iglesia que había cerca de la vieja casona, pintando todo de tonos naranjas y amarillos. El jardín trasero estaba vacío y la mitad ya estaba en sombras. La brisa típica del atardecer ya se dejaba sentir, pero Stefan seguía en polera. Inmóvil apoyado contra el marco de la puerta que daba al jardín, viendo el día morir.

Se daba cuenta de que debería haber estado nervioso, asustado, o tan siquiera sorprendido de no estar sintiendo nada... pero ni eso sentía. Estaba en un extraño estado de calma y estaba convencido que así era como se sentían los guerreros de sus historias favoritas antes de la batalla. La batalla empezaría al día siguiente, cuando él y su hermano dejaran el que hasta ese día había sido su hogar. Con doce años cumplidos hace poco más de tres meses, la ley no permitía que se quedaran con la señorita Harrenhall por más tiempo. Debían irse una semana antes de que empezara la temporada escolar en los internados estatales para poder acomodarse y conocer todo bien antes de iniciar.

No solo era un cambio de lugar, habían dejado de ser niños pequeños y Stefan se preguntaba qué significaría exactamente. Para él ese pequeño rincón del mundo al que habían llamado hogar todos esos años, era una especie de escondite fantástico que de alguna manera los había tenido protegidos de la realidad cada vez más dura que se vivía fuera y de la cual se había enterado en parte la noche anterior, cuando Liliana lo sentó en la cocina con una taza de chocolate caliente para tener una charla seria con él.

Fueron las horas más adultas de su vida hasta entonces (pese a los esfuerzos de la mujer por darle la información de la manera más liviana posible) en las que se enteró de una amplia variedad de cosas. Liliana le contó la verdadera naturaleza de su trabajo, como era que cada uno de los niños llegaban con ella, le dijo todo sobre de dónde venían el y Rian y de cómo era ese mundo. Les habló de las tres grandes mafias relacionadas al tráfico ilegal de gente: trata de órganos, investigación ilícita en ejemplares vivos y esclavitud sexual. Se enteró de que los principales afectados en estos negocios eran los Omega, una de las tres castas biológicas de la población global y de que el mundo estaba en caos creciente por anomalías recientes y cada vez más comunes en la sociedad. Liliana se lo puso de tal manera, que en su cabeza Stefan creó un escenario épico de víctimas, héroes y villanos y le preocupó notar que aún no sabía a qué categoría pertenecían él y su hermano.

"No eres un adulto aún Stefan, pero tampoco eres un bebé y desde mañana ya no podré protegerte, ni a ti ni a Rian. Sé que encontrarás el modo y el momento adecuados de explicarle todo esto a tu hermano, pero por ahora no. Lo que te digo es muy duro y espero me perdones mi niño, sé que entiendes por qué lo hago"

Lo entendía, pero eso no lo hacía más sencillo. Enterarse de que eran hijos de prostitutas (después de la explicación versión diccionario que Liliana le diera de lo que eso significaba) no era la noticia más agradable que pudo recibir. No estaba seguro de cómo reaccionar pero se alegraba de su naturaleza, en general desprendida, pues sabía que eso le permitía ver las cosas de una forma más fría y eso significaba evitarse el exceso de rollo emocional.

El sol bajó aún más y el coro de despedida de los pájaros estaba en su auge mientras él recordaba la partida de todos y cada uno de aquellos con los que habían compartido su infancia. Recordó a los que habían conseguido un hogar y a los que debieron seguir el mismo camino que seguirían ellos ahora. Y sobre todo recordó a Patrick. El día que sus nuevos padres fueron por él hacía casi cuatro años, todos salieron a despedirlo como siempre y Stefan no pudo evitar sujetar la mano de Rian con fuerza mientras observaba a la pareja con recelo. Nunca había visto adultos más intimidantes en su vida y no pudo más que desearle buena suerte en silencio al chico que les había hecho la vida imposible cada vez que podía desde que tenía memoria. Fue la primera vez que pensó en que ser adoptado probablemente no era siempre el evento más felíz en la vida de un huérfano y agradeció seguir en la casona. Después de todo estando ahí habían sido felices, no había otra forma de ponerlo y con todo, consideraba que habían tenido una buena infancia.

Absorto como estaba, no se percató de todo el ajetreo que había detrás suyo entre la cocina y el comedor hasta que escuchó la clara voz de Rian decir "¿Me ayudas con las últimas, Fan?"

Como si hubiesen presionado un botón de activación Stefan se dio vuelta para ver a su hermano con una bandeja de sándwiches en cada mano. Sonrió al escucharlo usar ese apodo. Era ridículo, pero era lo primero que Rian había podido decirle cuando aún aprendía a hablar y él lo amaba pues sabía que el otro se lo decía con todo el cariño de su corazón.

Stefan miró al cielo una vez más, esa sería noche de luna llena y los celajes eran una mezcla asombrosa de los colores que daba la última luz del sol mezclados con los de la primera de la luna. Asintió en silencio y entró en la cocina. Cogió las bandejas que faltaban llevar al comedor y una vez allí se encontró con las caras sonrientes de todos los reunidos para festejarlos antes de su partida. Su estado meditabundo se disipó para dar paso a una fuerte mezcla de emociones que se sentía agridulce en su garganta. Todos estaban ahí, Jacob, Oscar, Sofía y por supuesto Liliana junto con los demás niños. Al verlos a todos sonrientes y animados mientras cenaban supo que este sería por siempre uno de los recuerdos más fuertemente grabados en su memoria. No había cómo negar que los extrañaría... y mucho.

A las ocho de la mañana siguiente esperaban en la sala a que llegara el bus que los trasladaría a su nuevo hogar. Estaban sentados en el sillón grande, cada uno a un lado de Liliana, quien los tenía abrazados con fuerza con una sonrisa dulce y valiente pintada en los labios. Había llorado toda la noche, amaba lo indecible a esos dos y no recordaba otra ocasión en la que le hubiese dolido más tener que despedirse.

"Ustedes dos tienen un futuro bello por delante, lo sé. Nunca se rindan y sobre todo jamás permitan que nada ni nadie los separe. Proméntanlo." Ambos pusieron la mano derecha sobre sus corazones mientras le extendían los meñiques izquierdos "O que nos muerda un lobo" Liliana selló el pacto con una sonrisa grande y sincera.

"El bus está aquí chicos" dijo Jacob asomándose a la puerta de la sala. Había dormido en una de las camas vacías del cuarto de niños pues quería estar presente cuando se fueran, sabía cuánto le afectaría a Liliana. No mencionó nada sobre Stefan pasando de vuelta a su cama en la madrugada cuando creyó que todos dormían aún. Los niños no habían superado el asunto, pero ya de nada servía decir algo. Por eso, mientras se despedía de cada uno en la puerta del bus después de ayudarles a subir sus cosas, abrazó a Stefan y le susurró al oído: "Amar a tu hermano es tu arma más poderosa, pero cuida tu entorno como el lobo se cuida del cazador. Cazadores hay de todo tipo y el daño puede ser irreversible" No necesitó más que una mirada del chico para saber que había entendido muy bien lo que quería decirle y le sonrió. Él también los echaría mucho en falta. Sofía los llenó de besos y Liliana casi los ahoga con un último abrazo en el que se le iba el corazón.

"¡Cuidense! Portate bien Rabanito" Les dijo guiñando un ojo cuando ya estaban los dos con las caras pegadas al vidrio asegurado de la ventana. Por mucho que odiara el apodo, en ese momento Rian sintió como las lágrimas le corrían por la mejillas mientras sacudía su mano fervientemente hasta que ya no los vió más.

"¿Crees que los volvamos a encontrar?" Preguntó Liliana secándose las lágrimas cuando el bus hubo desaparecido por completo y los tres tenían ya los brazos cansados de tanto decir adiós.

"Estarán bien Lil, espero de corazón que así sea y que cuando ese día llegue ambos sean hombres con la vida que quieran y escojan, felices y realizados. Se lo merecen"

Ambas mujeres asintieron con energía mientras los tres entraban en la casa. La vida seguía y tocaba despertar a los demás.

Los internados estaban todos ubicados más o menos cerca, prácticamente al otro lado de la ciudad. Entre el tráfico y la distancia, tardaron más de dos horas en llegar a la casa de registro, es decir, donde todos los futuros internos pasaban por un examen físico de rutina para ser catalogados como parte fija de alguno de los varios internados, (bajo parámetros que nadie entendía realmente, mucho menos ahora que la mayoría de los niños de catorce años para abajo no contaban con un registro de segundo género) antes de partir al que les habían asignado. Los dos hermanos se habían asustado bastante al ver que de los trece niños y niñas que venían con ellos a casi todos los habían asignado a destinos diferentes y que había una gran posibilidad de que los separaran. Su alivio fue grande cuando el encargado revisó los documentos que les entregara Liliana y lo escucharan decir algo como "tienen suerte de que la ley no separe hermanos, enanos". Cuando llegaron a su destino media hora más tarde, solo quedaban tres.

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