Capítulo 20

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Karl Ivanov estaba de un humor de perros desde hace varios días. No era que normalmente tuviese un carácter mucho más jovial, pero la noticia de que la ineptitud de sus subordinados había reducido el número de sus "sujetos de estudio" en aproximadamente un setenta por ciento en menos de un año a causa de malas decisiones en el laboratorio o abusos personales simplemente se había llevado lo mejor de sí (si es que eso era posible) entre las patas. Los accidentes y las pérdidas de elementos eran comunes, más de lo que le gustaba admitir, pero esto ya era ridículo. No podía permitir que sus reservas de sujetos Omega bajaran tanto antes de la siguiente "recolección" y como estaban las cosas últimamente (con tanto cambio genético que pillar Omegas se dificultaba un tanto) decidió que lo mejor era no correr riesgos. Algo debía hacer y de inmediato.

Las cosas empeoraron cuando el alto consejo militar llamó a los altos rangos esa tarde para indicarles las nuevas órdenes y ajustes del gobierno. Eran cada vez más los grupos de gente atrevida que se animaba a alzar protestas públicas en las calles contra el abuso y el maltrato hacia la población Omega, así como un índice cada vez mayor de Alfas conservadores que estaban cada vez más histéricos por las bajas de natalidad y los nacimientos aleatórios de castas dentro de sus clanes. Todo esto suponía modificaciones, precauciones y mucho protocolo que él manejaba con habilidad pero detestaba pues le impedía hacer lo suyo a su gusto. Era una molestia tener la autorización del gobierno para tener el departamento de investigaciones de la milicia funcionando, pero tener que mantener todo en las sombras para evitar problemas con ciudadanos como estos.

Llegó de la reunión directo a enfrentarse a un montón de papeleo sobre su escritorio y se encerró a trabajar zumbando la puerta tras de sí y sin si quiera cenar. Ni bien se sentó decidió empezar por la correspondencia personal que una secretaria dejaba sobre la mesa cada vez que llegaba y que tenía (ella y todo el mundo) terminantemente prohibido tocar más allá de eso. Entonces una sonrisa maliciosa y llena de satisfacción se pintó en su rostro al encontrarse con la mejor noticia de su día: las listas de Omegas de los internados habían llegado. Se regodeó en silencio de sus capacidades casi esotéricas que habían hecho que mandará pedir las listas con mayor anticipación de la regular sin saber aún nada sobre la catástrofe de las cifras del laboratorio de las que había sido informado hace poco. Las estudió un momento y una mueca pasó por su boca como una sombra al notar que el número de huérfanos a reclutar este año no era precisamente elevado. "Pero ¿por qué no tomar las cosas por el lado amable?" pensó con sorna mientras se levantaba de la silla y volvía a ponerse la chaqueta y la gorra militar. "Nada para perdonar un mal día como una noche de caseria". Salió de su oficina y dio la orden de que alistaran un par de camiones, cuatro pelotones de seis soldados cada uno, armas ligeras y granadas de gas. Hablaba mientras salía del edificio y para cuando estuvo fuera, un soldado ya tenía la puerta del copiloto del Humvee en el que solía moverse en horarios de trabajo abierta para él. Absolutamente todos en la comandancia sabían que su palabra era ley y orden para ayer. Allí la única palabra que valí era la suya. Sus superiores le habían dado dominio total del área... como ya se sabía que sucedía con todo aquel que obtuviera el puesto: el que tuviera los méritos y agallas de dirigir el laboratorio secreto del ejército era recompensado con total autoridad aunque su cargo oficial en teoría no lo permitiera. Pese a todos los beneficios que traía, pocos buscaban hacerse con el puesto, pues para ello uno debía ser un verdadero perro... no sólo por lo sabueso, sino por lo cabrón.

"A los internados estatales, en el orden de siempre". Le ordenó al cabo que manejaba el Humvee.

"Pero señor... esa empresa se llevaría a cabo a medio día dentro de dos semanas según sus órdenes mi Teniente". Contestó el joven, lo más militarizadamente que pudo y sin animarse a mirarlo.

"Bueno... dime cabo, ¿a quién no le gustan las sorpresas?". Ivanov era uno de esos perros, y con todas sus letras.

'El orden de siempre' era en reversa. No sólo porque los internados de mayor prestigio solían ser más grandes y por tanto contar con listas más largas sino por un morbo propio del hombre. Amaba ir aumentando la tensión del juego lentamente y sentir una arrebato de malicia casi infantil al reclamar el premio mayor en los internados del final. Manteniendo su estoicismo externo, estaba disfrutando muchísimo de llegar de improviso y despertar a todo el personal de los últimos cinco internados. Ahora le tocaba el tres (era aproximadamente la una y cuarto de la madrugada) y ver a todos dar tumbos sin entender bien qué pasaba, medio dormidos y despeinados sería un goce. Su desilusión fue bastante grande cuando, pese a la hora y a no estar menos sorprendida, Zhang lo recibió más puesta que si en vez de echarse a dormir se hubiera metido en su armario dentro de un estuche protector. Su mal humor regresó de golpe y decidió que se divertiría un poco aprovechando la diligencia de la desagradable y raquítica mujer que se desvivía por complacerlo.

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