Capítulo 28

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El sol había salido hace poco más de una hora y todo estaba teñido de la luz gélida que reflejaba la nieve en ese desolado rincón del mundo. Todo parecía aún dormido y sumamente frío para quien no estuviera acostumbrado. La verdad era que la vida allí había despertado a la par que el sol. Pequeños grupos de ciervos y una manada entera de Alces habían ya bajado a las orillas del lago cercano a beber y los zorros y linces buscaban qué desayunar.

Hace más de tres días que el enorme lobo venía siguiendo un rastro casi imperceptible después de haberse adentrado en las interminables llanuras de tundra donde no había ni donde cobijarse, para luego llegar al pequeño bosque apenas la noche anterior. Era realmente una suerte que no fuese invierno. Se había permitido apenas unas cuantas horas de descanso y una pequeña liebre como único alimento antes de continuar. El hecho de que fuera de noche no representaba para él ningún problema, veía tan bien con luz como sin ella. Normalmente los lobos tienen la vista más aguda de noche que de día... pero él no era precisamente normal. Avanzaba a paso vivo, con todo el sigilo y la elegancia de los suyos, camuflándose con su entorno, siempre vigilante. De pronto creyó reencontrar lo que por un momento pensó haber perdido. Pegó el hocico al suelo y giró a la derecha. Efectivamente allí estaba. El rastro se hacía más claro con cada paso y tras un par de minutos fue innegable su presencia. El animal alzó la vista al frente.. la montaña nevada se alzaba a como un kilómetro de él. Por fin.

El sonido del hacha contra la madera se escuchaba a varios metros a la redonda en un paisaje donde no sonaba nada más que el viento y el canto de una que otra ave. No era poco frecuente ver pasar un halcón por sobre tu cabeza, como en ese momento, por lo que el hombre mayor ni se inmutó al escuchar su agudo graznido y siguió cortando leña.

"Por poco y no te noto Sasha. Aprendiste bien". Cualquiera que hubiera estado presente habría creído que el viejo le hablaba a la nada, pues mientras pronunciaba esas palabras tampoco había dejado de cortar. Pero no era el caso.

Con la calma que caracterizaba la mayoría de sus acciones, otro más joven salió de entre los árboles a espaldas del leñador y se inclinó respetuosamente esperando a que se volteara a mirarlo. Su largo cabello suelto (casi blanco por la luz) le caía como una cascada de plata por delante de los hombros dejando su rostro en una ligera sombra. Alexandr no alzó los ojos ni cambió de postura mientras se atrevía a contestar.

"Me enseñaron los mejores y entre ellos tú An-Gal"

El hombre rió levemente, clavó el hacha en el tronco que venía deshaciendo hacía ya rato y se giró a mirarlo con una mezcla de dulzura paternal y melancolía.

"Tantos años de no escuchar ese apodo, ya nadie lo usa Sasha, ya no queda quien lo haga. Levanta la cabeza de una vez".

"En ese caso, y si nosotros dos no contamos, a mi tampoco me queda quien me llame Sasha, no lo olvides Mihaíl". Alexandr obedeció y se incorporó mirándolo de frente, sus ojos reflejaban parte de las emociones del otro, pero la cautela, la incertidumbre e incluso algo de temor se sumaban allí.

Se observaron en silencio por un momento. Alex notó que Mihaíl Petrovich, su primer mentor en abogacía y el hombre al que casi había tenido por segundo padre en más de un sentido, no había cambiado nada en los más de quince años que no lo veía. Seguía siendo el mismo hombre grande, alto y fornido de siempre, con la barba bien tupida aunque no muy larga y los bigotes gruesos quizá un poco más canoso que antes. La nariz fuerte y quebrada por alguna riña de adolescencia y los ojos castaños y afilados y de mirada tan o más aguda que antes coronados por espesas cejas que le daban un aire serio y huraño todo el tiempo. Era un hombre fuerte e inteligente... no, brillante, y los años no le habían arrebatado ni un ápice de su lucidez.

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