Capítulo 21

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El sonido del balazo reverberó de tal modo que una finísima capa de polvo y piedrecillas lo devoró todo a su alrededor unos segundos. Correr con la linterna en una mano y la pistola Sig Sauer reglamentaria en la otra mientras perseguía a los fugitivos no era tarea fácil para el soldado que había tenido la buena suerte de seguir el camino correcto una vez entraron al laberinto. Estaba seguro de que sus cinco compañeros tendrían tantos o más problemas que él, aquel lugar era enorme. Escuchó un golpe y para cuando el polvo se disipó, él casi había chocado contra una pared y tropezado con el bulto ensangrentado al pie de la escalerilla de metales empotrados. El hombre palideció. Había disparado con la intención de generar confusión y aprovecharla para atraparlos pero ahora había matado a uno de los fugitivos... el Teniente iba a matarlo a él.

Tal y como había predicho Rian un año antes, si alguien era perseguido hasta ese punto sería casi imposible que lograra llegar a la superficie antes de que las balas del perseguidor impacten contra él. Carlos había estado al final de la fila apenas unos peldaños por encima del suelo y el balazo furtivo del soldado le dio de lleno en la espalda. A todos se les fue el aire del shock y Brown había tenido que jalar con fuerza a Kiara para que no dejara de subir pues la chica temblaba de tal modo que corría el riesgo de caer también. ¿Tenían esos hombres orden de disparar a matar?

Cristina fue la primera en llegar arriba y salió por la trampilla lo más rápido que pudo para ayudar a los demás a salir también. Ni bien estuvieron todos fuera, Brown cerró la trampilla y la aseguró para evitar que nadie pudiera seguirlos por ahí. Se giró hacia Rian y le dio un abrazo rápido. De no ser por la excelente memoria del chico, jamás habrían podido encontrar la salida del laberinto en tan solo veinte minutos y no habrían tenido a uno sino a muchos soldados directamente detrás de ellos. Rian se agarró fuerte de él por unos segundos.

Carlos estaba muerto y todos tenían un nudo insoportable en la garganta. Se quedaron todos inmóviles un par de minutos, tratando de lidiar con lo sucedido. El clima estaba agradable y la luna llena se dejaba ver en su totalidad por sobre los altos árboles del fondo. Era un hecho para agradecer pues al estar moderadamente alejados de la carretera allí no había ni media luz, a parte de la linterna de Brown, que los orientara a las dos y más de la madrugada.

Ivanov amaba poquísimas cosas en su vida (probablemente ningún ser humano estaba en la corta lista), una de esas era la Humvee. El monstruo rectangular todo terreno no le fallaba jamás; alcanzaba altas velocidades y era difícil de derribar. Quizá por eso su mal humor aumentó considerablemente cuando, alegando que su puesto como jefa de personal docente y alta autoridad en el internado no podía no ir, Mei Zhang se había instalado en el asiento trasero del auto. El hombre a punto había estado de lanzarla fuera sin ninguna delicadeza, pero la ira contenida que percibió en los ojos de ella le indicó que esto era algo personal para ella y, aunque mínimamente, sintió curiosidad. Así que la dejó acompañarlos, después de todo, todo parecía indicar que el asunto acabaría rápido. Aterrado ante lo incierto de su futuro, Ferrec había dado una precisa indicación de cómo llegar hasta el campo abierto donde estaba la que, aparentemente era, la única salida del laberinto antes de que lo encerraran hasta su regreso. Siendo un militar experimentado y amante de la perfección, Ivanov sabía que estarían en el lugar antes de que hubiera pasado media hora. Ordenó a uno de los cuatro pelotones internarse en el laberinto desde la guarida y hacer lo posible por atraparlos por allí pero, si era como Ferrec afirmaba, y algunos de los involucrados conocían el camino, eso era muy poco probable. Los atraparía él a la salida de la madriguera, después de todo esto era una cacería.

Zhang estaba furiosa, tanto que ya ni siquiera podía expresarlo. La osadía de Leonard Brown iba más allá de todo. Estaba convencida de que el desgarbado y cancino profesor de biología era parte importante de todo lo que a ella le salía mal y había estado años tratando de descubrirlo, pero jamás imaginó que llegara a tanto como para arriesgarse él mismo ayudando a esos animales a escapar. Era evidente que tenía todo planeado, pero... no podía haberlo hecho solo. Hervía de rabia por no tener la menor idea de quién era su cómplice (alguien tenía que haber sacado a las dos Omega hembra de sus habitaciones). Pronto lo sabría, y ¡cómo disfrutaría hacerlos pagar la insolencia de burlarse de ella!

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