Capítulo trece

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Bruno

Miré con atención al Pablo, que estaba moviendo con inquietud su pierna mientras miraba su celular.

—Tal vez no quiere hablar conmigo.—Dijo, refiriéndose a la Antonia. Me contó que el otro día lo vio con la Karla, lo que me hizo sentir culpable, porque yo le pedí que saliera pa' quedarme solo con la Francisca.

—¿Pero no te dijo nada?

Negó.—Parece que me bloqueó.

Hice una mueca incomoda.—Igual debe ser raro pa' ella que le hables luego de haberte visto con la Karla.—Resoplé.—Si el hueón del ex se la cagó con ella.

El Pablo se tiró de la manera más dramática hacia el respaldo de la silla y se tapó la cara con las manos, mientras hacía como que lloraba.—Yo la haría tan feliz, Bruno.

—Si sé, Pablito.

—No sé por qué nunca se me dan las cosas.—Negó con la cabeza.—Yo estoy seguro que me tiraron una maldición pa'l amor.

—¿Por qué no vai y le decí que te gusta?

—¿Erí hueón, Bruno?—Abrió bien grandes sus ojos.—¿Cómo le voy a decir?

Lo miré confundido.—No sé po' ¿Con la boca?

—No es tan fácil declararte a alguien, Bruno.—Negó con la cabeza y suspiró.—No es como en las películas. Cuesta. Cuesta, porque cada vez que tení a esa persona al frente te preguntai si siente lo mismo, si también se le revuelve el estómago con solo verte o si su respuesta va a llenar o vaciar tu corazón.—Me sonrió a boca cerrada.—Y vai a pasar por eso cuando te guste tanto alguien, que, con solo estar un segundo al lado suyo, vai a sentirte como el hueón más feliz del mundo.

—Quizá nunca me enamore.

—¿Y la Cassy?

—¿Qué tiene la Casandra?—Lo miré rápido y negué con la cabeza.—¿Creí que me voy a enamorar de esa pesaita? Pfff, no.

El Pablo habló entre risas:—Te hací el hueón.

—¿Cómo?

—Los dos sabemos que estai loco por ella, Bruno.—Asintió con una sonrisa juguetona.—Pero te da miedo admitirlo.

Puede ser...

—No,—Negué rápido con la cabeza.—Y aunque lo admita... Da lo mismo, porque anda pa' arriba y pa' abajo con el ahueonao del Felipe.

—Brunito, pero si tú le pegai mil patás en el hoyo a ese hueón.

—Pa' ella no.

Se abrió lento la puerta de mi pieza y con el Pablo miramos atentos a que terminara de entrar el gato de la Casandra. Este se subió a la cama y empezó a hacerse cariño con mi mano.

—Hola.—Le susurré y este se tiró de espaldas a la cama, mostrándome su pancita.

—Bruno...—Escuché la voz de la Casandra, seguida de tres golpecitos en la puerta.

Me levanté rápido de la cama y fui hacia la puerta, donde efectivamente estaba la Casandra ahí parada.—¿Si?

—Mi gato entró a tu pieza.

—¿Qué gato?

—El Guatón Byron.

—¿Ese gatito?—Abrí la puerta y la Casandra se asomó pa' mirar a su gato, que seguía acostado en mi cama.

Culiao PesaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora