Capítulo veintinueve

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Bruno

La cagué, la cagué, la cagué...

—¿Vo' cachai la media cagaita que te mandaste, Bruno?—escuché a lo lejos la voz del Pablo, porque estaba muy metido en mi cabeza pensando en la expresión que tenía la Casandra después de haberme visto con la Francisca.

—Si sé, Pablo.—lo miré afligido.—No me hagai sentir más mierda de lo que ya me siento, por favor.

—¿Sabí a qué venía la Cassy, Bruno?—a penas dijo eso, sentí un nudo en mi garganta y rogué que no dijera lo que tenía en mente.—Te venía a ver, porque te extrañaba.

—Voy a buscarla.—me levanté dispuesto a ir tras ella, pero el Pablo colocó su mano en mi hombro y me obligó a sentarme nuevamente.

—Bruno, con el dolor de mi alma te digo que no creo que podai cambiar algo ahora.—me miró triste y con una pizca de decepción.—Si yo fuera la Cassy, no querría escucharte después de lo que vimos.

Tiré la cabeza hacia atrás y negué con la cabeza, mientras sentía las lágrimas amenazando con salir de mis ojos.

—Lo intenté, Pablo.—sollocé, pero yo creo que ni siquiera alcanzó a escucharme por lo fuerte que estaba sonando la música.—Intenté sacarme a la Casandra de la cabeza. Intenté hacerme el fuerte y traté de convencerme que su decisión no me había afectado.—sonreí triste, mientras me limpiaba las lágrimas que habían caído de mis ojos.—Pero, desde que no estoy al lado suyo, me siento como el hueón más miserable del planeta.

El Pablo me miró con cierta compasión, pero sabía que en el fondo lo había decepcionado... Que en realidad me había decepcionado hasta a mí mismo.

—Quédate aquí, Bruno.—me dio leves golpecitos en la espalda y me miró atento.—Voy a buscarte un agua y después te llevo a la casa.

—Bueno.

Apenas vi al Pablo perderse entre la gente, me levanté y caminé rápido hacia el exterior de la casa, dispuesto a ir a hablar con la Casandra. A la mitad del camino, me frené en seco cuando la vi sentada en la orilla de la playa y caminé lento en su dirección.

Cuando estuve al lado suyo, sentí la intensidad con la que lloraba, mientras escondía su carita entre sus rodillas. Toqué su hombro y me puse de cuclillas al lado suyo, luchando por mantener la compostura, porque verla así me estaba quebrando por completo.

—Casandra,—susurré, pero se me quebró la voz.—¿Puedo...?

—Ándate, Bruno.

—Déjame explicarte, por favor.—musité inquieto.—Necesito aclararte eso que viste.

—Lo vi súper clarito, Bruno.—miró hacia el mar, mientras la luna se reflejaba en este.—No hace falta que me expliquís nada.

—Me equivoqué, Cassy...

—Yo también, Bruno.—murmuró, aún sin mirarme.—Me equivoqué al pensar que podíamos arreglar nuestra relación.

—Aún podemos, Casandra.

Ella me miró y se rió incrédula, pero por sus ojos se notaba que estaba a punto de ponerse a llorar nuevamente.

—¿Creís que es tan fácil todo?—me miró con desilusión.—No, Bruno.—negó con la cabeza.—No podí venir acá después de haberte comido con la mina que nos hizo la vida imposible cuando estábamos juntos a decirme que estai dispuesto a arreglar las cosas conmigo.

Bajé la mirada y asentí sin decir nada, porque sabía que tenía razón.

—Ya he conocido muchos sacos de hueás en mi vida como para que te convirtai en uno más.—la miré y noté el dolor en sus palabras.—No quiero vivir lo mismo que vivió mi mamá cuando estaba con mi papá, Bruno. Y, si eso implica alejarme de ti, lo voy a hacer.—una lágrima rodó por su mejilla, pero la limpió rápido.—No estoy segura si entendís el dolor que estoy sintiendo ahora mismo; porque sé que te estoy dejando ir, pero también sé que en algún momento se me va a pasar el dolor y voy a estar bien.

—Casandra, no...—negué rápido con la cabeza y sentí mi corazón apretarse en mi pecho.—No quiero perder lo nuestro.

—Ya lo hiciste, Bruno.

—Escúchame, por favor...

—¿Qué me vai a decir, Bruno?—se levantó de la arena con inquietud y yo me quedé ahí sentado, porque me estaban temblando las piernas.—¿Que te comiste a la Francisca porque queriai descubrir si seguiai enamorado de mí?

—Quería sacarte de mi cabeza, Casandra.—me levanté con cuidado y me llevé el dedo índice a la cien.—Porque me estoy volviendo loco desde que me terminaste y lo único que pienso es en lo feliz que era estando contigo.—sollocé y negué.—Necesitaba sacarte de mi cabeza.

—Debiste habérmelo dicho o demostrado en vez de ir y comerte a otra mina, Bruno.

—Si sé, Casandra.—asentí lento y la miré con arrepentimiento, rogando que pudiera leer a través mis ojos.—Pero no lo hice, porque tení razón: no soy capaz de demostrar lo que siento hasta que las cago. Y quizás me di cuenta muy tarde, pero...

—No podemos estar juntos, Bruno.—habló, esfumando cualquier pizca de esperanza que pudiera haber surgido en mí.—No estamos listos pa' tener una relación.

—No lo pienso así. Tú me hacís bien, Cassy.—asentí rápido, con cierta preocupación ante sus expresiones.—¿Yo te hago bien?

—No, Bruno.

—¿No?

—Ya no más.—susurró con un poco más de tranquilidad, pero sus ojos no me expresaban nada.—No voy a permitir que sigai influyendo así en mis emociones, Bruno.—se encogió de hombros, rendida.—Yo estaba dispuesta a esperar que estuvierai seguro de volver a estar conmigo; lastima que tuviste que darte cuenta dañándome a mí.

—Discúlpame, Casandra.—las lágrimas empezaron a caer de mis ojos.—Discúlpame, por favor.

—Desde hoy desapareciste para mí, Bruno Hidalgo.

La miré directo a los ojos y sentí un pinchazo en mi corazón, de esos que te dejan inmóvil y sin palabras. No logré ni siquiera reaccionar cuando la vi alejarse de mi lado y caminar donde la Antonia, que venía en nuestra dirección con una botella de agua en las manos.

Ahí me di cuenta que la había perdido... Que ya no había nada que me hiciera volver a su lado, así que dejé el miedo por una vez y le dije lo que llevaba guardándome desde hace ya un tiempo:

—Te amo.

En cuanto pronuncié esas palabras, la Casandra se frenó en seco.

—Te amo, Casandra Garrido.

—Espero que podai encontrar a alguien y la lleguí a amar más de lo que me amai a mí.—habló, sin girarse a enfrentarme.

—No quiero amar a nadie más que a ti, Casandra.

—Y yo ya no quiero amarte más, Bruno.

Dicho eso, siguió su camino y yo caí rendido sobre la arena, mientras intentaba controlar las lágrimas que no paraban de salir de mis ojos.

—Vamos, hermano.—a los minutos escuché la voz del Pablo, que me ayudó a levantarme.—Te voy a llevar a tu casa.

—La perdí, Pablo.—negué con la cabeza, rendido.—La perdí pa' siempre.

Y, paradójicamente, todo terminó en el mismo lugar en el que comenzó...

Culiao PesaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora