Capítulo veintitrés

10.9K 666 196
                                    

Casandra

Me removí incómoda cuando caché unas cuantas miradas posarse sobre mí. Quizás no fue la mejor opción ponerme en la puerta del colegio a esperar a la Antonia.

Resulta que hoy la voy a ayudar a adornar para el cumpleaños de la Valita, que es en la tardecita noche. Me dijo que la viniera a buscar al colegio, para después irnos a su casa y así aprovechamos de almorzar juntas.

—Hola.—Caché que alguien movió su mano frente a mí y se inclinó hacia adelante para que le prestara atención, porque estaba toda disociada ahí afuera.—Dichosos mis ojos que te ven.

—Hola, Nicolás.

Se llevó la mano al pecho y sonrió.—¿Cómo estai?

Asentí un poco incómoda.—Bien, esperando a mi amiga.

—Pensé que habíai venio' a buscar a... ¿Es tu pololo el Bruno?

—Vine a buscar a mi amiga.—Sonreí de mala gana y miré nuevamente hacia la entrada del colegio.—¿Te puedo preguntar algo?

—Todo lo que querai.

Lo miré atenta por unos segundos, analizando sus expresiones.—¿Quién te dio mi número?

Se rió con cierta superioridad:—Hay cosas que no se pueden revelar, querida.

Lo miré con seriedad, haciendo que él se removiera incómodo en su lugar.—Bueno, te aviso que te voy a bloquear, porque...

—Fue la Francisca.—Admitió.

Fruncí el ceño con confusión.—¿La Francisca?

—La ex de tu amiguito.—Carraspeó.—El Bruno.

Asentí lento.—Gracias por decirme.

Él miró por sobre mi hombro y sonrió desganado.—Te están esperando parece.

Me giré y caché al Bruno apoyado en la reja de su colegio, mientras miraba la escena con cautela.

—Gracias.—Le dije a la rápida y empecé a caminar en dirección al Bruno, que, no despegó su mirada de mí hasta que llegué al frente suyo.

—Estaba...—No alcancé a terminar, porque llevó su mano a mi nuca y ligeramente me acercó hacia él para depositar un beso sobre mi frente.—¿Cómo estai?

Él sonrió.—Bien, ¿y tú?

Sonreí.—Bien.

—¿Me viniste a ver?

—Claro,—Me reí con diversión.—No me basta con verte todo el día en la casa, así que vengo para acá también.

—Lo sabía.—Ladeó la cabeza y luego miró por sobre mi hombro.—¿Y ese? Dime nomás si te anda molestando, mira que ando con unas ganas de ofrecer combitos...

Negué y me reí por lo último que había dicho.—Me dijo quién le había dado mi número de teléfono.

Frunció el ceño.—¿Quién?

—La Francisca.

—¿Cómo...?

—¡Llegué!—La Anto salió corriendo del colegio y caché que venía con las manos unidas en forma de disculpa.—Perdón, perdón, perdón... me dejaron limpiando la sala.

Culiao PesaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora