Capítulo treinta y cinco

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Antonia

Miré una y otra vez mi celular para ver si me llegaba algún mensaje del Pablo, pero desde que salió corriendo ayer que no sé nada de él.

Me fui directo a los contactos y le apreté al de mi mejor amiga, la cual contestó a los segundos:

¿Antito? ¿Cómo estai?

—Mejor.—murmuré.—¿En qué estai?

—Haciendo el desayuno con el Bruno.

—¿¡Volvieron?!—exclamé emocionada y, por un segundo, me olvidé de todo lo que estaba pasando en mi vida.

Algo así.—dijo, y puedo apostar que con una sonrisa.—¿Querí que te vaya a ver? Para que hablemos.

—No, Cassy.—sonreí triste.—Disfruta con el Bruno nomás.

—Llego en cinco minutos.—habló y, antes de cortar, dijo un claro:—Te amo.

Me reí ante su determinación, pero a los segundos mis pensamientos volvieron a carcomerme la cabeza; ¿Cómo le voy a contar a mi mamá que estoy embarazada? ¿Qué va a pasar con el Pablo? ¿Qué voy a hacer con una guagua a esta edad?

Intenté hacerme un prototipo de respuesta a cada una de esas interrogantes, pero siento que ninguna me dió ni una pizca de tranquilidad.

—¡Antonina!—escuché afuera de la casa, así que fui casi corriendo a abrirle a la Cassy, que traía un helado todo derretido en su mano.—Para ti.

Sonreí y la abracé, intentando controlar las lágrimas que amenazaban con salir de mis ojos.—Gracias por venir, Cassy.

—Pa' eso estamos las amigas, perrita loca.—me dio un beso en la mejilla y me extendió el helado.—Se me derritió un poquito, pero está rico.

Me reí.—Erí la mejor.

Entramos a la casa y fuimos a sentarnos al sillón, mientras buscaba las palabras para decirle a la Cassy todo lo que me tenía intranquila, pero ella habló como si leyera mi mente:

—No estai sola, Anto.—me dedicó una sonrisa cálida.—Nunca vai a estarlo si yo sigo aquí.

—Tengo tanto miedo, Cassy.—sollocé.—No sé cómo decirle a mi familia, no sé nada del Pablo... Ni siquiera sé si voy a ser una buena mamá.

—Vamos parte por parte.—dijo ella, mientras intentaba calmarme.—Tu familia va a apoyarte, Anto. Quizás sea un poquito difícil de digerir al principio, pero tú sabí que contai con todo su apoyo.

—En verdad.—sollocé e intenté calmar mi respiración.—Tení razón.

—Y el Pablo...—colocó su mano en mi hombro y habló:—El Pablo te ama, Antonia. Y entiendo que quizás no te sientas lista para tener un bebé, porque es una decisión difícil, pero tú sabí que sea cual sea te vamos a apoyar.

—Gracias, Cassy.—la abracé y apoyé mi mejilla sobre su hombro.—En serio gracias.

Se escuchó un silbido afuera y con la Cassy nos asomamos rápido por la puerta, donde pudimos ver el Bruno y, al ladito suyo, al Pablo, que me miraba con una mezcla de arrepentimiento y adoración.

Lo cual me tranquilizó en ese preciso momento.

—Traje a la princesa.—el Bruno agarró al Pablo de los hombros y sonrió.—Me dijo que quería hablar contigo, Anto.

Miré a la Cassy, que asintió y me dio la seguridad que necesitaba para afrontar esta situación. Dejé pasar al Pablo y, mi amiga aprovechó el momento para irse con el Bruno a la playa y dejarnos solos.

—Perdón, Anto.—habló después de unos minutos, mientras se sentaba al lado mío.—Ayer cuando me dijiste que estabai embarazada, me asusté. Pero, nunca fue mi intención que pensaras que te iba a dejar solita en esto, porque mi sueño más grande es formar una familia contigo.—sonrió y sus ojitos se cristalizaron—Es solo que me da terror la idea de ser papá, porque he crecido en un ambiente rodeado de infelicidad; donde tener hijos es sinónimo de peleas, falta de cariño y decepciones. Me dio miedo pensar en que me podía convertir en la copia de mi familia y no entregarte lo mejor de mí durante y después de este proceso.—me tomó la manito y jugó con mis dedos, para luego entrelazarlos con los suyos.—Pero necesito que tengai claro que te amo, Antonia Escobar. Y no pienso salir corriendo esta vez, porque sé que cualquier cosa la podemos superar juntos.

—Pablito...

—Y quizás no voy a ser el mejor papá del mundo y mucho menos el más ejemplar.—se rió con ternura, lo cual me hizo reír a mí también.—Pero créeme que voy a hacer lo posible por cuidarlos a ambos.

—Pablo, no te voy a obligar a nada.—coloqué mi mano en su mejilla y lo miré con adoración.—Sí no quieres tener esta responsabilidad, yo lo voy a entender. No quiero que hayan más preocupaciones en tu cabeza.

—Mi única preocupación ahora erís tú, Anto.—depositó un beso sobre la palma de mi mano.—me preocupa perderte, que nos alejemos... Me preocupa no formar parte de tu vida.—susurró.—Ese es mi mayor temor.

—Te amo, Pablo.—lo abracé y él depositó un beso sobre mis labios, esbozando una sonrisa tierna.

—Yo te amo más, Antonia.—nos separamos y me miró directo a los ojos, sin borrar la sonrisa.—¿Y ahora?

—Ahora...—me levanté del sillón y fui a buscar un cuaderno y un lápiz.—A planear qué decirle a nuestros papás para que no nos saquen la chucha.

Culiao PesaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora