Capítulo treinta y seis, final

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Un mes después...
Casandra

¡Por fin vacaciones!

Vamos caminando de la manito con el Bruno hacia la casa, mientras intento hacer una lista mental de todos los planes que debemos hacer sí o sí en vacaciones.

—¿En qué pensai, mi amorcito?

—¿Qué te gustaría que hiciéramos en vacaciones?

—Dormir.

—¿Aparte?—me reí, mientras él subía mi mano hasta su boca y depositaba un besito.—Podríamos ir a un lugar más tranquilo.

Él alzó las cejas y me miró coqueto.—¿A hacer qué?

—Descansar, Bruno.—lo miré con los ojos entrecerrados.—Como en vacaciones se llena la playa, podríamos ir a un lugar más piola.

—Me parece, señorita Casandra.—asintió lento.—Solo esperemos a que mi mamá me levante el castigo para preguntarle.

La tía Juli descubrió que no habíamos ido al liceo el lunes y castigó al Bruno. De hecho, el camino de la casa al colegio —y viceversa— es el único momento en el cual estamos juntitos, porque llegando a la casa tiene que subir a su pieza.

A penas llegamos a la casa, nuestras mamás decidieron separar nuestro camino y mandar al Bruno a su pieza.

—¿Cuánto más dura este horrible castigo?—preguntó el Bruno antes de subir, mientras se cruzaba de brazos.

—Si se portan bien, hasta mañana.

Él sonrió con emoción y me dio un besito fugaz para después subir rápido a su pieza. Por mi parte, me giré a mirar a nuestras mamás, que miraban la escena con ternura.

—Nunca en su vida se había portado tan bien.—dijo la tía Juli con diversión y se acercó a pellizcar con delicadeza mi mejilla.—¿Viste las maravillas que conseguís, Cassy?

—¿Quién iba a pensar que estos dos iban a terminar juntitos?—habló mi mamá, que se acercó a depositar un beso sobre mi cabeza.—Si se odiaban al principio.

Recordé mis primeros días acá y en lo estancadas que estábamos con mi mamá antes de venir. También, recordé los inicios de mi relación con el Bruno y me alegré de ver todo lo que hemos progresado.

—Del odio al amor...—la tía Juli alzó las cejas y me guiñó un ojo.—Anda a verlo nomás, dile que ya no está castigado.

—¿De verdad?—pregunté emocionada.

—Pero pobre de él que se mande otra cagaita.

—Yo lo llevo por el buen camino, tía.—uní mis manos en forma de agradecimiento.—No se preocupe.

Subí corriendo las escaleras y, cuando abrí la puerta de su pieza, lo encontré sentado en la silla de su escritorio con la cabeza inclinada hacia atrás. Se giró ligeramente hacia la puerta y, cuando me vio, sonrió de costado.

—¿Y esta sorpresa? No me digai que subiste a escondidas, mira que ya no soporto más días sin poder estar contigo.

—Tu mami te levantó el castigo.—me tiré de estómago a su cama y él me siguió. El Bruno apoyó su mentón sobre mi espalda baja y pasó su mano por debajo de mi polera para acariciarme con la yema de sus dedos.

—No sabí lo feliz que soy contigo, Casandra.—me dio un beso en la espalda, sin dejar de acariciarla.

Sonreí con ternura.—Yo también soy feliz contigo, Bruno.

Nos quedamos regaloneando un ratito, hasta que al Bruno le llegó un mensaje del Pablo, preguntándole si podía ir a jugar a la pelota. Y, como mi pololo se cree Alexis Sánchez, obviamente dijo que sí.

Culiao PesaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora