Capítulo 4

1.5K 86 6
                                    

CARLOS

Ramón hablaba con un entusiasmo que se veía reflejado en cada línea de su rostro. Sus ojos brillaban con una codicia inconfundible, y en su sonrisa había una especie de satisfacción oscura que lo hacía parecer un niño frente a un dulce prohibido. Aunque yo compartía su emoción, lo que más me atraía no era el dinero. Era la adrenalina de la aventura, el subidón de poder que venía con la sensación de estar fuera del alcance de la ley, de poder hacer lo que se me antojara sin miedo a las consecuencias. 

Tomé un sorbo de mi cerveza, tratando de enfocar mi mente en el plan.

—¿Tiene perros?— pregunté, más por precaución que por verdadero interés.

Ramón frunció el ceño, como si mi pregunta fuese un obstáculo innecesario en su camino hacia la fortuna.

—¿Qué carajos me importa si tiene perros?— respondió, con un tono que bordeaba la irritación. —Lo cago a patadas al perro—

Sentí una punzada de desagrado, no por su respuesta, sino por la manera en que desestimaba la vida de una criatura inocente. Me quedé en silencio por un momento, dejando que el murmullo del bar llenara el espacio entre nosotros antes de responder.

—Al viejo puede que sí, pero al perro no, pobre— murmuré, medio en broma y medio en serio.

Ramón soltó una carcajada tosca, sin rastro de remordimiento. 

—Entonces, entras por el techo y me abrís la puerta. Después…—

Lo interrumpí, sintiendo que el plan ya estaba grabado en mi mente.

—Ya te entendí las primeras tres veces. Pero, tenemos que acordar algo…—

Ramón arqueó una ceja, intrigado.

—¿Qué cosa?—

Me incliné hacia adelante, bajando la voz como si temiera que alguien más pudiera escucharnos.

—No nos podemos equivocar esta vez. No hay que dejar testigos—

Sabía que Ramón entendería lo que quería decir. No era la primera vez que nos enfrentábamos a una situación así, y no podíamos permitirnos otro error. La última vez habíamos dejado que una chismosa se escapara, y aunque al final no había pasado nada, la posibilidad de ser delatados me había dejado con un mal sabor en la boca.

Ramón asintió lentamente, sin apartar la mirada de la mía. La seriedad del momento parecía haber hecho mella en su habitual despreocupación. Nos levantamos del asiento casi al unísono, y mientras yo me ponía la campera, él todavía tenía esa chispa en los ojos.

—Che, Carlitos, ¿estás seguro de no matar al perro? Mirá que nos puede delatar, eh—

Levanté la vista, tratando de mantener la indiferencia en mi voz.

—Pobre perro, Ramón— dije pestañeando pesadamente.

Él se rió de nuevo, pero esta vez la risa fue más corta, más contenida. Salimos del bar, dejando atrás el bullicio de la gente y el humo de los cigarrillos, dirigiéndonos a lo que sabíamos que sería una noche decisiva.

***

Esa noche, el plan se ejecutó a la perfección. Entramos, nos llevamos todo lo que quisimos y salimos sin dejar rastro. La sensación de éxito era palpable, pero no fue el dinero lo que me dio más satisfacción, sino la certeza de haberlo hecho bien, de no haber dejado cabos sueltos.

Al día siguiente, ya estaba pensando en mi próximo movimiento, en lo que iba a hacer con esa chica que había visto en la casa.

—Mirá la casa de la nena, ¿eh? Cuánta plata que debe haber acá...— comentó Ramón, su voz impregnada de codicia.

Young and Beautiful Criminal © / Editando #Wattys2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora