Capítulo 25

919 55 33
                                    

Carlos

Al llegar, apagué el motor para que Julia pueda bajar.

- Pensé que íbamos a ir a otro lado - Habló acercándose a mí para besarme. - ¿No tenés ganas de que nos perdamos por ahí? - Sonrió y me plantó otro beso.

- Me muero de ganas, pero hoy no puedo. Tengo que irme -

- ¿A dónde te tenés que ir a esta hora? Es más de media noche - Frunció el ceño.

- Unos familiares vienen de Rosario, y mi mamá me pidió que por favor esté ahí. Además ya estuve desaparecido un par de días, se los debo - Estuve a punto de decirle la verdad pero preferí mentir. Imaginé que iba a verlo en el noticiero al día siguiente y no quería verla como la última vez.

Ella asintió y nos despedimos. La vi alejarse y me aseguré de que entre a su casa. Miré para todos los lados que pude. No había nadie. Arranqué mi moto y me fui.

Una cuadra antes del lugar, vi a Ramón. Estaba apoyado sobre una pared y miraba para todos lados como un desesperado.
Me acerqué despacio hasta que él me notó. Simuló no verme y reí.

- ¿Ya le diste el beso de las buenas noches a tu noviecita? - Estaba fumando y mantenía el ceño fruncido.

- Dale, boludo. No te enojes al pedo. Ya estoy acá -

- Vos viniste por la guita - Frunció el ceño. Seguía enojado y evitaba mirarme.

- Obviamente vine por la guita, pero nada de eso hubiera pasado si no nos hubiéramos conocido - Él levantó la vista. - Es como dijiste vos, somos socios. Vos por mí y yo por vos ¿eh? - Ya se lo notaba más animado. Se acercó y me abrazó, quise alejarlo pero no me animé.

Tiró el cigarrillo y golpeó contra mi pecho un pasamontañas negro. Lo tomé y me lo puse. Él hizo lo mismo.

- Vamos socio - Rió.

Era una farmacia de 24 horas. Había dos empleados. Nos acercamos rápidamente y entramos.

- ¡Levanten las manos! - Gritó Ramón apuntandoles. Me giré a girar el pequeño cartel que decía, por fuera: abierto para dejarlo en cerrado.  -¡Vos! - Señaló con su arma a un chico alto y morocho que parecía bastante joven, tenía los ojos abiertos como platos y la boca abierta del espanto - Apagá las luces - El chico se acercó a un interruptor y en pocos segundos nos sumergimos en la oscuridad, solo nos guiaba las luces de las calles que entraban por las grandes vidrieras. - ¡Vos! Abrí esta puerta - El otro hombre era un anciano, tenía un bigote gracioso. A diferencia de su compañero no parecía estar asustado, más bien parecía estar como acostumbrado. Caminó hasta una puerta con rejas que nos permitió pasar del otro lado del mostrador.

Él entró aún apuntandoles y les pidió que se queden en un rincón. Yo los vigilé mientras Ramón metía la guita en una bolsa. El joven comenzó a llorar y el anciano lo abrazó.

- Tranquilo, tranquilo - Lo hablaba consolandolo.

Yo ya sabía lo que se venía después de que Ramón terminara. Tenía que matarlos. El problema era que no quería. Quizá era porque ese anciano me recordaba a mi abuelo, o porque ese joven triste me recordaba a mi cuando era más chico. Quienes consideraba mis amigos, solían molestarme y me decían de todo, me golpeaban, y terminaba en mi casa todo lastimado y llorando como el joven que tenía enfrente.

Ramón se acercó a mí y me dio la señal. Yo guardé el arma y caminé a la salida. Él me tiró del brazo bruscamente, sacó mi arma y le dio dos tiros a los empleados. Una bala en cada cabeza.

- ¡¿Qué hiciste pelotudo?! - Le grité furioso.

- ¡Lo que tendrías que haber hecho vos! Desde un principio acordamos que no tenía que haber testigos. Ahora ya está, vamos que los vecinos ya habrán escuchado y van a llamar a la cana -

Young and Beautiful Criminal © / Editando #Wattys2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora