4 - Rodeada de su vicio.

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4 - Rodeada de su vicio. 

Aquello era una asquerosidad y no tardó en poner remedio. Se deshizo con facilidad del pijama y metió su cabeza de lleno en aquel montón de ropa apilada que tenía en el armario, Buzz nunca había sido ordenado y era Kelly quien se encargaba de aquellas cosas fue por eso que no tardó demasiado en navegar por aquel enorme mar de ropas hasta elegir las apropiadas para abrigarse, no iba a volver a pasar el frio que había pasado la noche anterior.

Volcó la mochila de la escuela sobre la cama, dejando caer todos los libros y utensilios varios como una regla y su estuche, una vez que quedó bien vacía se aseguró de llenarla con montones de ropa, ni siquiera miraba lo que metía, calzoncillos por aquí, suéteres por allá, calcetines por el otro lado, pantalones también, la llenó tanto que por un momento pensó que iba a explotar.

Estar limpio era algo que su hermana mayor le había inculcado desde siempre, y sí, puede que aquello fuese el maldito fin del mundo pero dado que el pequeño planeaba no subir más hasta allí debía tener la ropa suficiente como para cambiarse aunque fuese una vez cada par de días o así, si no se ensuciaba lo suficiente aquello era un buen plan.

Se hizo con su bate de beisbol ¡Su pedazo bate de beisbol! Y es que si algún deporte le había gustado desde que tenía uso de razón era el beisbol y es que no era una casualidad que le gustase de tal manera que literalmente se volvía loco cada vez que su equipo favorito ganaba, por otro lado él era realmente bueno jugándolo, cuando lo hacía se sentía aceptado por fin, aunque fuese solo durante un partido, aunque los chicos después de aquel momento volviesen a odiarle y a burlarse de él, durante el tiempo que un partido duraba Buzz se sentía aceptado y querido. Quizás aquella era la razón por la cual era el único deporte que le gustaba, todos los demás los aborrecía, él era un crack en beisbol.

Recuerdo aquel partido en Boise, aquel pedazo de torneo…¡Aquello fue una pasada! ¡Fue algo así como lo mejor que me había pasado nunca! Yo y mi bate hacíamos el mejor equipo del mundo mundial y tenía claro que no me iba a separar de aquel trozo de madera ¡Nunca!

Al menos aferrarse aquellos recuerdos hacía que una disimulada y tímida sonrisa se dibujase en los delgados labios del pálido muchacho, no todo iban a ser sonrisas a partir de ahora, lo sabía, esto no había hecho nada más que empezar, no tenía ni idea que estaba pasando fuera y estaba aterrado, probablemente aquella era la única sonrisa que iba a tener en un largo tiempo.

Solo le faltaba una cosa, una última cosa y estaría listo para lo que fuese que viniese después. Su gorro, sus gorros de lana, Buzz tenía montones, todos ellos tejidos por su propia hermana.

Cuando abrió el cajón pudo encontrar casi una veintena de ellos ahí, amontonados, como si fuesen bolas. Simplemente eligió uno, el blanco con rallas verdes, se lo colocó en su cabeza y ahora sí, ya estaba listo.

Sin embargo…no había acabado del todo. El cadáver de su padre todavía seguía ahí, partido en dos, apestando cosa mala e infectando el ambiente con aquella putrefacción, tenía que hacer algo. Encontró en el sótano una de las palas que su madre solía utilizar cuando estaba plantaba en el jardín trasero.  Debía enterrarlo, debía enterrar a su padre, es lo que hace todo el mundo con sus muertos; los entierran. Se aseguró que el patio era seguro, cavó todo lo que pudo, deshaciéndose de la profunda nieve que cubría parte del terreno. Los gritos, los disparos, las explosiones, las sirenas y todo el infierno que se estaba desatando fuera de su casa estaba presente en todo momento, cada vez que oía un grito Buzz se sobresaltaba.

¿Y si entraban? ¿Y si aquellas cosas llegaban a su casa? No quería ni pensarlo, él no quería abandonar su hogar, no tenía donde ir, esa casa era todo lo que le quedaba, nadie cuidaría de él, su casa era todo. Quizás en un primer momento pensó en tener una oportunidad ahí fuera, encontrar otro refugio, otra gente pero se negaba abandonar su hogar…era su casa, el único lugar donde se sentía seguro.

Donde habita la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora