Epílogo

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    Observaba cada rasgo de ella en aquel espejo.

    La figura de su cuerpo, el color de sus ojos y cabello.

    Su tranquila expresión.


    Hermosa de una manera única, eso eres.


    «Eso soy»

    Bajó la mirada hasta sus manos, mirando sus palmas y moviendo sus dedos, apreciando el tacto.



    Toma mis manos y no las sueltes.

    Dime que eres feliz porque eso sientes, no porque yo quiera escucharlo.



    «Lo soy»

    «Peridot, lo soy»


    Imagíname sonriendo.


    Pensando en aquello hizo lo mismo, sonrió, sonrió de la manera más sincera en la que pudo hacerlo.

    Salió de su habitación con mucha emoción y corrió hasta el patio, tomando su bicicleta y avisándole a su abuelo que solo daría un paseo.

    Aún no anochecía, pero se veía que faltaba poco.

    Pedaleaba sin prisa admirando todo lo que le rodeaba mientras la cálida brisa acariciaba su piel, se sentía maravillada al poder ver su mundo de manera diferente.

    Era de lo más satisfactorio, la belleza en él era sin igual.


    Tu rostro, tu cabello, tu mirada, tu sonrisa.

    Todo.

    Toda tú estarás en mi mente, porque te amo y te debo mucho.

    Porque eres la mejor persona que he conocido, porque me has ayudado a vivir.

    Jamás me arrepentiré de haber escapado de casa esa noche.

    Estábamos destinadas a conocernos, estabas destinada a salvarme.

    Yo fui hecha para amarte.

    Por favor, ámame como yo a ti.

    Pero sobre todo...





    Muchas gracias, Peridot.


Temores | LapidotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora