Lágrimas silenciosas

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Lágrimas silenciosas.

Era lo que Ryoken hacía desde niño, dejar caer lágrimas sin ruido o dolor en el aire.

Siempre había sido alguien muy sentimental, no entendió mucho el porqué hasta que se confirmó su posición de omega.

Ryoken aún recuerda cuando confronto a sus padres ese día desesperado por el resultado mostrado en ese trozo de papel, aunque no ayudó en nada que aún estuviera alterado por la pelea, palabras y la acción de wisteria ese día, pero sus padres tampoco lo calmaron cuando le confirmaron que sospechaban que lo era sólo empeoró la situación.

Atacar a su madre no fue por coincidencia, ni siquiera notó cuando tomó el cuchillo, la ataco por instinto puro, el mismo instinto que heredó de ella.

El de ojos azules perdió la cuenta de las veces que su progenitora le repetía que si había más de una amenaza debía debilitar o deshacerse de la que fuera más peligrosa y letal, la había atacado en el brazo para dejarla indefensa y poder dar otro golpe, la risa adolorida junto a la mirada orgullosa de la mujer lo distrajeron de su entorno permitiéndole a su padre agarrarlo por detrás. No recordaba el resto de la pelea, sólo que de algún modo terminó encerrado en su cuarto, con las manos, ropa, cara y cabellos cubiertos de sangre, su habitación estaba destruida con los muebles rotos, las cortinas blancas manchadas, rotas y arrancadas mostrando el paisaje nocturno de la costa; el resto de la noche Ryoken lloró acurrucado debajo de su escritorio, que tenía la mitad de, lo que suponía era, la puerta de su armario hasta que su madre apareció con su cena.

La mujer dejó la bandeja con comida en algún sitio de la habitación y se dedicó a consolarlo hasta que cayó dormido en sus brazos.

A la mañana siguiente ninguno de sus tíos lo miraba con el “respeto” de antes… no, lo observaban con desprecio y burla como los supremacistas alfistas que eran todos.

Desde entonces nunca pudo bajar su cabeza, no iba a darles el placer a esos malditos de verlo débil y destruido.

Pero había momentos donde se quebraba sin remedio alguno, como ahora.

Todo el mundo sabía de su embarazo, todo el mundo le miraría y juzgaría como el omega en cinta que era, todo el mundo se burlaria de él por su decisión…

¿Realmente estaba haciendo bien las cosas?

Eligió seguir un embarazo que no deseaba en un inicio por el amor que tenía hacia el padre del bebé, y hacia el bebé, pero aunque este parecía querer hacerse cargo, totalmente contrario a lo que creía, eligió ser humillado y ridiculizado por su familia por el simple hecho de querer a su hijo…

— Realmente… ¿Elegí correctamente? —Habló en un susurro mientras acariciaba su vientre levemente hinchado de casi tres meses, las lágrimas aún descendían de sus ojos.

Fácilmente podría pasar como que había engordado un poco, pero por el frío que hacía esa mañana no se arriesgaría a que algo le pasara por el clima así que tomó el primer poleron que encontró antes de ponerse su abrigo y salir de casa.

Pasó un infierno escuchando a su tío Isamu degradarlo por su jerarquía y estado actual, pero se mantuvo firme lo más que pudo en aquel estúpido discurso.

Ya estaba enojado por esa “discusión” pero recibir ese mensaje, al mismo tiempo que todos sus compañeros y la escuela entera por lo que escucho, sólo pudo callarse y tratar de mantener su orgullo intacto.

Cuando entró al baño no había nadie, o tal vez si, pero el pobre diablo de seguro escapó al sentir su presencia. Se encerró en ese pequeño cubículo a llorar un rato o al menos hasta que a su cachorro nonato le provocará hambre y tenga que ir a satisfacer sus deseos.

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