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Domingo había llegado y todavía estaba traumatizada con el pene de mi abuelo. Nuestra relación nunca, nunca sería la misma después de lo que vi. No me atrevía mirarlo a la cara porque lo único que veía era su pene.

Cuando se lo conté a Laura la muy pendeja quería que se lo describiera. ¿Cómo quiere que le describiera aquella cosa colgante con dos campanas velludas? ¿Qué mi abuelo no ha oído hablar de depilarse?

¡Maldición yo pensaba que eso era una culebra ciega en medio del Amazonas!

Mamá solo me dijo, Cariño no todos son iguales, pero cuando llegue su momento llegaras a amar ha ésa parte tan rara y riquisima de la anatomía del hombre.

¡Mi madre era una enferma! ¡Una sexopata!

¿Cómo me puede decir semejante aberración? ¿Acaso ella piensa así del pene de mi... No puedo ni decirlo.

-AVANCEN QUE ME VOY- exclamo mi santísima madre para que fuéramos a la iglesia y ahí estaba yo con mi vestido de domingo, blanco de manguillos con una pequeña chaqueta negra sin faltar unos tacones negros de plataforma que pedían de un hilo para ser tirados a la basura.

Rápidamente fui a la cocina y me encontre con una de mis donas favoritas, las rellenas. Estaba en la mesa sobre un plato plano. Tan linda mi mami, pensé mirando a la dona como el león mira su presa. Les había dicho que me encantan las donas, creó que no, pero ya se habrán dado cuenta de mi obsesión por ellas.

Me la comí en un santiamen y todos entramos a la guagua, una pathfinder color vino. Me senté atrás al lado derecho mientras mi abuelo iba al frente pareciendo un robot mal hecho.

Mi hermano todavía no se había vengado de mí y eso era una buena señal de que su cabeza no da para tanto. Pobre idiota, pensé con mi yo interior saltando de la emoción. Karen era otro cantar. Ella podía ser inteligente para unas cosas, pero a veces era brutisima.

- Hoy será un día interesante - susurro mi hermano tecleando en su móvil y me eché un poco hacía delante para observarlo. Llevaba su pelo dorado bien peinado y vestía un pantalón negro más una camisa de manga larga amarilla. ¡Mi hermano parecía un guineo!

- ¿Por qué tú cerebro ésta funcionando de una vez? - me acomode en el asiento y solte un risilla.

Mi hermana empezó a reírse mientras se maquillaba los párpados con sombra blanca.

- Ya verás lo bien que funciona, Dana - rió por lo bajo y sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral.

Dana calmate el idiota de tú hermano no es tan inteligente.

Llegamos a la iglesia y nos quedamos afuera a la espera de que comenzaran. A lo lejos venía Lucas acercándose con esos pasos tan sensuales que hacía que mis piernas temblaran. Lucas era tan guapo y mucho más sexy que el chico nuevo en el colegio. Mi amor platónico era de tez blanca como la crema de las galletitas Oreo, sus pestañas eran largas dándole un lindo aspecto a sus ojos marrones claros, era alto y no tenía tanto músculo, pero por eso iba al gimnasio con mi hermano. Además esos labios tan apetitosos que una vez intente besar mientras dormía en el mueble de mi casa y tenía un lindo cabello castaño claro.

- Dana. ¿Tú en la iglesia? - pregunto burlón Lucas después de saludar a mi hermano que me observaba cada vez más sopechoso.

- Vine obligada, ok - le apunte tratando de que mis ojos no me traicionaran y le mirara el pantalón. Creanme que desde vi el pene de mi abuelo mis ojos se van solos a los pantalones de los chicos. ¡Espero que no todos sean iguales!

- Por lo del vibrador - susurro tratando de ocultar sus labios con la mano.

- ¡Callate!

Mi madre y las otras mujeres chismosas me miraron con reprobación y yo hice como si la cosa no era conmigo. Nos sentamos en esos bancos de madera que te joden el trasero y el reverendo comenzó con la oración. Cuando de repente sentí un retorcijon en mi estómago. ¡Enserio ahora tengo que ir al baño!¡Pues que se aguante!

¿Sin suerte?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora