Camino al bosque oscuro.

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—¿A dónde vamos? —dijo Silur, que pasado el mediodía ya se sentía confiado en el Star y cuyo semblante había mejorado notablemente. No se podía decir lo mismo de su compañero, que todavía miraba pasar las cosas con velocidad y volvía a sentirse mareado.

—Me preguntaba cuando empezarías con tus averiguaciones.

—Es importante que lo sepamos. No podemos ser responsables de tu seguridad en un lugar del que no tenemos inteligencia previa.

—Aprecio tu profesionalidad, pero no puedes prepararte para lo que va a pasar esta vez. Tómalo como una prueba, aprenderán a improvisar.

—¿Aprenderemos a salir de una emboscada? —Miró a Razelión directamente. No estaba acostumbrado a que un civil con conocimientos tácticos dudosos le diera órdenes, y peor aún, desoyera sus consejos.

—Nos dirigimos al Bosque Oscuro.

—¿Qué peligros pueden llegar a surgir? —continuó Silur, más tranquilo por la cooperación que empezaba a mostrar su interlocutor.

—Ninguno, que yo sepa, es solo es que me da mucho miedo el nombre. "Bosque oscuro" es horripilante. Espero que no haya monstruos en él —dijo sarcásticamente.

—¿Usted tiene enemigos?

—Deje de tratarme de usted, soldado, tengo a penas unos años más que tú —sonrió mirándolo de reojo—. Llámame Razelión.

—¿Razelión, tienes enemigos?

—Es un tipo curioso tu amigo —se dirigió a través del retrovisor a Kiremas, que se encontraba muy mareado y respiraba despacio mientras se sostenía del asiento casi clavando los dedos.

—Es muy profesional; pero a veces es un pesado. Solo siguele la corriente —respondió esbozando una sonrisa leve en su pálida cara todavía afectada por el mareo.

—Bien, ¿Sabes? No seguiré preguntando; pero si algo sale mal, tú nos sacarás del apuro.

—¿Si algo sale mal? Lo dice un alguien que se enfrenta a armas de fuego, magia y monstruos solo con una espada —interrumpió Razelión—. Pensé que se tendrían más confianza.

—No son espadas cualquiera, están hechas de gelita, al igual que las placas de nuestros uniformes. Con nuestras armas y nuestro entrenamiento, podemos enfrentarnos a lo que sea —siguió Kiremas incorporándose un poco más relajado y haciendo sonar su entumecido cuello girando la cabeza a los lados.

—Una razón menos para preocuparnos —respondió Razelión con una sonrisa confiada.

Se dedicaron a escuchar la radio mientras veían cambiar el paisaje del camino. De a poco se volvía la tarde cada vez menos fría; menos espesa la nieve en los árboles; pasaron el punto más lejano que habían alcanzado alguna vez a ver desde las cumbres cerca del crisol, y una sensación de desarraigo llenó a Silur.

Silur de Gelir: La llama del abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora