El paisaje desértico había quedado atrás. Estaban en las afueras de Gelir, cuya imagen era la de cualquier territorio en guerra: gente con expresiones de miedo e incertidumbre, en las calles con empedrados rotos por el paso de los tanques y vehículos blindados.
Silur miró por la ventana a la nación que juró defender, pasando su peor momento, y se entristeció hasta las lágrimas mientras Mara descansaba su cabeza sobre él, durmiendo.
—Hey, ¿Qué pasa? ¿Ya te pusiste sentimental? Recuerda que no les debes nada a la gente de esta tierra —rompió el silencio Razelión.
—Ellos sufren, Raz, sufren sin sentido, amigo. Solo porque Lonathal quiere las minas de gelita para su economía. ¿Ves esas bocinas? —señaló a la punta de un poste en una esquina— esas suenan cuando se sabe que hay peligro de bombardeo. Es lo último que van a escuchar los oídos de muchos.
—¿Y qué? —respondió Razelión secamente, casi parecía enojado—. Ellos trajeron esto sobre ellos mismos. Que se rindan y formen parte del imperio de una vez, si les duele resistirse; y sino, que mueran peleando. Total, esa es su naturaleza.
—Vaya cuanta misantropía. Casi parece que no te consideraras humano —interrumpió Mara, abriendo los ojos de a poco y acomodándose aún usando a Silur de almohada, que se enjugaba una última lágrima, tratando de mantener inmutable su expresión
—Misantropía: huir del trato con las personas... tenerles aversión en general. Que término sorprendentemente acertado, y raro para que lo use una chica como tú —respondió Razelión, guardándose las ganas de aclararle que ni Silur ni él son humanos, técnicamente.
—No siempre fui puta, ¿Sabes? —bostezó— fui a escuelas elegantes.
—Oh, vaya, ¿Y cuándo se fue todo al diablo?
—Cuando murieron mis padres. Mi tío me recibió en su casa, pero él no me veía como a su sobrina, sino como a una esclava, y finalmente solo quería —hizo una pausa— usar mi cuerpo...
—No necesitas decir más si no quieres —los interrumpió Silur incómodo.
—No, pero quiero contarlo... me escapé de su casa, y dejé la ciudad soñando con venir a Gelir cuando tuviera dinero suficiente. Gracias a ustedes lo estoy logrando.
—Bueno, Silur, cuando te preguntes por qué no puedo sentir lástima por las personas, piensa en su tío —dijo Razelión.
—No tiene caso discutir esto, Raz. ¿Por qué no pones música, ahora que se despertó Mara? Y a ver si nos cambia un poco el humor...
—Es verdad —respondió, encendiendo la radio— ha estado durmiendo mucho durante el viaje.
—Supongo que estoy enferma. Me siento terrible: jaqueca, mareos... creo que algo de fiebre.
Mara se acurrucó de nuevo con Silur, y cerró los ojos. Los jóvenes abisales guardaron silencio, se miraron por el espejo retrovisor y el gelirense la abrazó; había tenido un muy mal presentimiento.
—Te dejaré en el centro de salud más cercano, y podrás seguir tu viaje.
—¿Hospital? No, no es necesario. Déjenme lo más al norte que puedan, de ahí podré llegar a la casa de un viejo amigo de la familia, supongo que no tendrá problema en hospedarme unos días.
—Ya está decidido. Luego de ahí, llega como puedas a donde quieras ir. No voy a cambiar de opinión.
Ella miró a Silur, buscando que la respaldara, pero él permaneció en silencio y luego le dijo con tono calmado:
—Debes ver a un médico, pasaste por muchas cosas en estos días; no puedes pasar por alto ningún síntoma.
El camino hacia el norte se truncó rápidamente para Mara, que bajó en una tienda de primeros auxilios, atendida por algunas enfermeras y menos médicos de campo concurrida por varios soldados de Gelir y algunos civiles que por sus ropas, harapientas y sucias, parecían salidos de la más profunda miseria. Fue alejándose lentamente del Shooting Star, con pasos temblorosos hacia un guardia que se encontraba cerca de la puerta, sin mirar atrás más que para dar un saludo con a penas fuerzas para levantar la mano sobre su hombro.
—Era una buena chica —dijo Razelión, al verla perderse entre la gente, pisando el acelerador del Star para dejar el lugar.
—¿Era? —preguntó Silur, preocupado—. ¿Cómo sabes que morirá? ¿Es parte de tu don?
—No —respondió agitando la cabeza seriamente—. Cuando has visto tantos pacientes morir como lo he hecho yo, ya sabes cuando alguien no tiene mucho más en este mundo.
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Silur de Gelir: La llama del abismo.
Fantasía¿Conocer tu verdadera naturaleza puede cambiar todo por lo que luchaste hasta ahora? ¿Estarías dispuesto a ponerlo a prueba? Un viaje fantástico y lleno de acción, en el que un joven guerrero intentará acomodarse a su nueva vida, descubriendo los se...