Tras unas horas más de viaje se detuvieron en una casa grande, con estilo antiguo, y un aire de mansión en todo el decorado exterior. Los estragos de la guerra no parecían haber llegado hasta esa parte de la nación, al menos aún, y se respiraba una tranquilidad casi ficticia.
—Hemos llegado.
—Me equivoqué de profesión, Raz, debí haber sido científico —dijo Silur mirando la extensión del edificio y sus ventanales artísticos, pero despintados; intentando parecer calmado, aunque aún se preocupaba por Mara. ¿Realmente estaba a poco de morir? ¿Valió la pena haberla salvado solo para abandonarla ahora?
—Tus padres hubieran estado orgullosos, seguro... oh, espera... —lo miró de reojo y sonrió.
Silur lo miró y le hizo un gesto de desaprobación con el rostro.
—¿Te molesta el humor negro? —continuó Razelión.
—Solo cuando es a costa mía.
Pasando la entrada, con escalones de piedra, se encontraron frente a un guardia militar con cara de pocos amigos, que se acercó un paso y les comenzó a hablar con desconfianza y en tono alto:
—¿Cuál es su asunto? El doctor no tiene citas planeadas para hoy.
—Pero el doctor nos está esperando... —respondió Razelión, mirando a los ojos al guardia profundamente.
Silur, que se había acostumbrado a las artimañas mentales de su compañero, ni se había preocupado por la entrada.
—¿Dónde estaban? El doctor los estaba esperando. —dijo, completamente hipnotizado al perder el contacto visual con Razelión.
—Tus poderes son bastante útiles, Raz —susurró Silur, suspirando.
Siguieron al soldado, que caminaba con paso decidido y celeridad, casi como si su sentido del deber lo hubiera hecho especialmente vulnerable a los poderes de Razelión, a través del recibidor, subiendo por una escalera que daba al segundo piso, pasando por debajo de una araña de cristal que le hizo pensar a Silur sobre la fragilidad de la banalidad, y la ironía que evidenciaba: que aunque la nación estuviera en guerra, aún quedaba en pie ese delicado monumento a la ostentación.
Los pasillos estaban forrados, en su mayoría, de largas alfombras rojas, y se los veía tan inmaculados, que se podía dudar siquiera que hubiesen sido recorridos nunca. La limpieza del lugar era alucinante.
El piso de arriba, por el que se encontraban caminando hacia una maciza puerta doble de roble, estaba ocupado con algunos vigilantes de Gelir, que al verlos pasar hicieron algunos gestos de sorpresa, o confusión, pero terminaron ignorándolos, ya que estaban acompañados por el encargado de la puerta principal.
—Es aquí. Tras ésta puerta se encuentra el doctor —indicó el soldado—. Ya saben como son las reglas, no pueden verlo más de una hora; sin embargo, pueden estar a solas con él. Yo esperaré aquí.
—Gracias por acompañarnos —dijo Razelión, burlándose irónicamente de su hipnotizado acompañante, que creía estar al mando de la situación.
Abrieron la puerta, y entraron en una gran biblioteca de forma circular. Las paredes estaban repletas de tomos. En el centro había un sillón gastado mirando hacia la pared contraria a la entrada, al lado de una mesa con algunos libros sueltos, abiertos en páginas marcadas; a unos metros, unos cuantos instrumentos de química y compuestos desconocidos que generaban un olor desagradablemente invasivo.
—¿Qué quieren ahora? —se escuchó desde el sillón—. ¿Al fin la guerra llegó a mi cárcel?
—¿Cárcel? —dijo Silur, cruzándose de brazos—. No creo que usted haya estado en una cárcel jamás. No se ven así, se lo aseguro.
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Silur de Gelir: La llama del abismo.
Fantasia¿Conocer tu verdadera naturaleza puede cambiar todo por lo que luchaste hasta ahora? ¿Estarías dispuesto a ponerlo a prueba? Un viaje fantástico y lleno de acción, en el que un joven guerrero intentará acomodarse a su nueva vida, descubriendo los se...