Krieger.

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Aparentaba unos cuarenta años bien llevados, vestía un traje blanco a medida, que llevaba abierto dejando ver su torso sin más ropa. Sus pantalones hacían juego con su vestimenta y calzaba unos zapatos muy elegantes.

—Jóvenes, síganme al almacén, ahí podremos hablar con tranquilidad —dijo—. Su voz era grave y decidida, hasta hizo pensar a Silur que sospechaba de sus intenciones.

—Claro —respondió Razelión con tranquilidad. Ambos lo siguieron, notando al pasar la puerta, que había un leve olor a sangre dentro.

Caminaron por un salón rodeado de sillones de cuero negro, ocupados por hombres que recibían bailes privados de desnudistas, frente a mesas llenas de vasos y píldoras de freax, la droga de diseño de moda.

—¿Hace mucho son mensajeros?

—Los dos hace poco empezamos a servir al maestro; sin embargo por mi parte, soy abisal de tercera generación —respondió Razelión.

—¿Y tú? —preguntó mirando de reojo a Silur mientras caminaba con confianza y llamaba un ascensor.

—Primera generación — improvisó respondiendo casi imperceptiblemente dubitativo.

Las puertas del ascensor se abrieron y Krieger se adelantó.

—Por aquí; ahora bajamos al subsuelo —esperó que los dos entren y presionó el botón para bajar mientras prendía un cigarrillo—. ¿No les molesta que fume, no chicos?

—No, para nada —respondió Razelión.

—¿Fuman? —les ofreció de sus cigarrillos.

—No.

—Es un mal hábito, no lo recomiendo; pero saben, a veces me meto en cosas que sé que me hacen daño, para recordar que estoy vivo. En eso sigo siendo muy humano —sonrió y dio una pitada.

El ascensor se detuvo y llegaron al almacén del subsuelo, lleno de botellas de bebidas e insumos típicos del negocio acomodados en cajas. Al cruzar la puerta, mirando a la derecha, había un portón enrollable de tamaño suficiente para que pasen camiones; parecía muy resistente y tras ella, se escuchaban los ruidos de tránsito lejano. Daba la sensación de dar a una subida que llevara a la planta baja; probablemente al estacionamiento de servicio por el cual entran los vehículos con mercaderías. Krieger se puso en el medio del cuarto y se detuvo girando la vista hacia sus visitantes.

—Así que jóvenes... ¿Qué haremos? —dijo Krieger sonriendo.

—Sabías lo que debías hacer para evitar esto —respondió Razelión mirándolo seriamente. Silur se puso en guardia con sus puños preparados. Como había sospechado, él sabía que venían a asesinarlo.

—Tengo 238 años. Estoy algo viejo para aceptar reproches de un cachorrito.

—No venimos para reprocharte nada, venimos a llevarte al abismo.

—¿En serio creyeron que iba a ser tan fácil?

Krieger se acercó a una caja y sacó de su interior un estilete de aproximadamente medio metro, de lo que parecía ser un metal negro con una empuñadura cuyo pomo estaba forjado con forma del cuerpo de una sanguijuela; mientras, de entre las sombras y entre algunos paquetes de mercadería, salieron cuatro guardias de seguridad, todos con grandes músculos y armados con garrotes de metal.

—¿Solo cuatro? Pensé que llenarías la sala de lacayos —dijo Razelión confiado.

—Hoy en día no se sabe en quien uno puede confiar, es evidente. Prefiero cuatro que sé que no se van a poner en mi contra a último momento a diez, dudando si uno de ellos me me va a apuñalar por la espalda —se alejó mientras sus compañeros rodeaban a Silur y Razelión que se habían puesto espalda contra espalda—.

—Matenlos —continuó.

Los protectores de Krieger se agruparon en dos dúos y embistieron a Silur y Razelión agitando los garrotes por sobre sus cabezas. Silur dio un golpe recto con su puño derecho al antebrazo de uno de los que se aproximaba a él, con la precisión suficiente para hacerlo soltar su arma, e intentó bloquear el brazo del otro sosteniéndolo con su mano.

—¡Razelión, estos tipos no son normales! —Susurró mirando hacia atrás de reojo a su compañero al sentir la inhumana fuerza que tenía su oponente..

—Claro que no. Los vampiros son bastante fuertes y resistentes —respondió Razelión, mientras se las arreglaba como podía para esquivar los golpes.

—¿Vampiros? ¿Por qué no me dijiste...? —continuó concentrado en forcejear mientras el que había soltado su garrote se acomodaba el brazo y volvía a arremeter contra él, furioso.

Silur de Gelir: La llama del abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora