Sangre derramada.

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Razelión miró a Silur y aplaudió lentamente.

—Está hecho, compañero.

—¡Eres el próximo en morir! —respondió colérico Silur.

—No tan rápido... —Razelión levantó la mano señalándolo y su cuerpo quedó inmóvil, apenas con equilibrio suficiente para mantenerse de pie empuñando con fuerza su espada—. No querrás hacer eso, debes estar lleno de preguntas que solo yo puedo contestarte.

—¡Basura lonathiana! ¡Que la diosa te maldiga a ti y a tu magia!

—Estás equivocado en dos cosas, Silur: primero, la diosa me maldijo hace mucho tiempo ya; y segundo: verás, no soy ningún lacayo del Imperio Lonathiano.

—¿¡De qué lado estás entonces!? ¡Escoria! ¿Eres un mercenario? ¿Asesino?

—Alguien como yo, no obedece órdenes de ningún hombre.

—¿Qué eres? ¿Un loco?

—Siempre a los que sabemos algo que los demás desconocen, nos llaman locos. ¿Por qué será—se acercó al cadáver de Kiremas y lo arrastró, hasta el dibujo que Silur había hecho, donde lo soltó; puso sus brazos en jarro, y sonrió con la expresión de una tarea cumplida.

De repente, Silur pudo volver a moverse. Cayó de rodillas por su inesperada libertad y preparó su espada para su ansiada venganza, aunque lo detuvo una extraña sensación de debilidad.

—¿Y ahora? ¿Qué me has hecho?

—Te liberé.

—Si así fuera, estarías muerto.

—No es esa clase de libertad —sonrió—. Sube al deslizador, por favor. No quiero tener que cargarte cuando suceda.

—Ya mátame entonces, maldito —sintió sus fuerzas abandonandolo aún más y apoyó sus manos en el suelo, teniendo que soltar su espada—, ¿O piensas torturarme como el bastardo sin honor que eres?

—Creo que voy a tener que cargarte, entonces —sonrió ignorando los agravios de Silur y encendió el deslizador con el remoto de la llave, que comenzó a prepararse para flotar.

—Canalla —Silur se interrumpió, sentía un extraño sabor y olor alrededor; un calor repentino que lo recorría y lo hizo empezar a sudar—, me... —no pudo continuar hablando, empezaba a ahogarse. Cada bocanada de aire que inhalaba parecía consumirse en su interior sin satisfacer su necesidad de respirar.

—Tranquilo; todo va a estar bien —dijo Razelión, mientras Silur perdía la conciencia cayendo pesadamente al suelo.

Silur de Gelir: La llama del abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora