Xephagón.

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Se escucharon los pasos de Silur, levantándose de la cama y dirigiéndose hacia el living. Encontró a su anfitrión de espaldas, viendo televisión y tomando café con un postre horneado de olor dulce, que no supo reconocer.

—Vaya. ¡Ya puedes caminar! —se dio vuelta y lo miró con una sonrisa que tenía apariencia de sincera.

—¿Dónde está mi espada?

—Mmmh, no sé si debería darte un arma en tu estado. Podrías lastimarte blandiéndola.

—O intentar matarte...

—Tonterías —miró de nuevo a la televisión sin preocuparse—. Estoy seguro que si hubieras querido matarme, no estaríamos hablando ahora, en realidad creo que entendiste mi punto de vista. Ahora tenemos tiempo de una charla para aclarar las dudas. ¿Café?

—No —empezó a estirarse y a hacer ejercicios para probar sus reflejos. Se sentía nuevamente como antes, sin rastro de debilidad ni otros problemas—. ¿Para quién trabajas?

—Es una larga historia —dijo volteando de nuevo a verlo y apagando el televisor.

—Tengo tiempo.

—Bueno, la diosa cuando creó el universo, se vistió con el manto del tiempo y en él dibujó a-

—Conozco los escritos sagrados —lo interrumpió Silur— ve al punto.

—Xephagón, El Primogénito —tomó un trago de café e hizo silencio.

—¿Xephagón?

—¿Ves? No debiste haberme interrumpido, no estarías haciendo estas preguntas, y haciendo que me cueste más explicártelo todo —respondió molesto.

—Bien, cuéntame como mejor te parezca.

—En el manto del tiempo, dibujó a los guardianes, que aunque eran parte del tiempo y del universo, eran inmortales; porque estaban unidos de forma diferente al resto de los seres vivos, que solo brillan un pequeño instante. Los guardianes podían hacer y deshacer sobre la creación, pero no podían desear ir más allá, pues les estaba prohibido con pena de perder la bendición de su creadora. Xephagón se preguntó durante muchos siglos lo que habría detrás del mundo, hasta que un día deseó tanto sobrepasar los límites para conocer lo que había detrás de la cortina etérea, que fue llevado allí por su el poder de su pensamiento. Su curiosidad le valió conocer el abismo. En él, no había nada más que espacio vacío, así que quiso volver al manto del tiempo; pero ya era tarde. Xephagón fue el primero que desafió una regla sin sentido —sonrió con admiración sarcástica—. Cuando el maestro entendió que el abismo iba a ser su nuevo hogar, meditó durante un milenio y se convirtió en el señor de ese plano inexplorado. El tiempo que pasó fuera de los dominios de la diosa le otorgó poderes en el vacío. Copió el mundo físico y le dio un toque personal: fuego, oscuridad... Justo como le hubiera gustado que se vea el mundo que por resentimiento aprendió a odiar.

—Eso no es lo que me han contado a mi.

—Una historia siempre tiene dos versiones, Silur.

—¿Y cómo terminaste siendo un peón del mal? —Razelión lo miró con seriedad.

—Somos todos peones, Silur. ¿Crees que el mundo está consciente de ti? ¿O de mi? ¿Crees que ser un héroe en tu tierra te valdría la inmortalidad? Eso les dicen a todos los soldados; pero solo eres un pequeño reflejo de la energía de la diosa en el manto del tiempo.

—Soy un peón, pero al menos estoy en el lado correcto del tablero.

—¿Te consideras bueno, Silur?

—No me vengas con lavados de cerebro baratos.

—Supongamos que seguir los preceptos de la luz es ser bueno. ¿No hay un precepto que habla sobre no matar? ¿No te entrenaste para ser bueno matando? ¿Los que te entrenaron no eran seguidores de la diosa también?

—El mal no puede ser tolerado, debe ser aniquilado —respondió con firmeza.

—¿Y quiénes son los malos? ¿Los que tus superiores dicen? ¿Los que no conoces?

—Muy interesante la clase de filosofía y el repaso de las escrituras, pero no me contestaste aún.

—Hace muchos años, otros guardianes del tiempo se unieron a Xephagón, y le sirvieron como vasallos, pues el exilio al que la diosa mandaba a los que la desobedecían, era el mismo lugar al que el maestro se había adelantado a llegar. Los recibía con sus alas abiertas, porque tenían en común la rebeldía y el odio contra su creadora. Eventualmente sus poderes crecieron y pudo ver el mundo físico, y hasta comunicarse con los humanos directamente. Algunos humanos eran presa de la avaricia, las ansias de poder, el egoísmo... quisieron contactar al maestro pidiéndole favores. Todo tiene un precio, claro: prodigios que se creyeran imposibles, a cambio de su alma inmortal y el de toda su descendencia.

—¿Hiciste un pacto con Xephagón?

—Oh, no, no... ese fue mi padre; yo ya nací maldito —se rió despreocupadamente.

A Silur le recorrió un escalofrío por la espalda y se sentó al lado de donde estaba Razelión.

—Ahora si voy a tomar ese café.

Silur de Gelir: La llama del abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora