Duelo en el Bosque Oscuro.

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Alejando a los gelirenses del dibujo que Silur había hecho en la tierra, los miró un momento con seriedad a cada uno a los ojos.

—Ésta será mi última orden como su superior...

—¿De qué se trata, Razelión? —interrumpió Silur desconfiado.

—Quiero que peleen a muerte entre ustedes.

—¿¡Qué!? —Silur tomó su espada y la desenvainó poniéndose en guardia hacia él—. No puedes indicarle a un gelirense que tome una acción hostil o de espionaje contra un aliado —dijo casi recitando el código—, Oficialmente estamos eximidos de nuestra obligación de seguir tus órdenes.

—Silur, esto es muy simple: No necesito a ambos conmigo, solo al mejor de los dos.

—¿Entonces para qué rayos nos trajiste a los dos aquí?

—Tenía que estar seguro de cuál de los dos es el mejor. Además, una pelea a muerte no es lo mismo que un examen en un entorno controlado, dentro del crisol. De esta forma, ambos darán lo mejor de sí mismos.

—Eres un bastardo —vociferó Silur y oyó la espada de Kiremas desenvainándose—. No sé que trucos se esté guardando, pero no podrás contra los dos.

—¿Te rehúsas a pelear entonces, Silur? —insistió Razelión.

—Ningún guerrero gelirense lo haría.

—Es una lástima. Me hubiera gustado verlos pelear, y no simplemente a Kiremas matarte sin que ofrezcas resistencia.

—¿De qué rayos hablas? —miró a su amigo; cuando este desenvainó su espada, estaba apuntando hacia él con la mirada fija y una preocupante cara de concentración—. ¡Kiremas, no es momento de bromear! —continuó.

Él no respondió, y empezó a dar lentos pasos hacia su compañero.

—¡Estamos eximidos por el código! —se alejó un poco de ambos, acercando su espada a la de Kiremas defendiéndose.

—¿No escuchaste lo que dijo el director cuando nos fuimos? No tienen más que enseñarnos en el crisol, Silur. ¿Vamos a volver allí para ser unos mediocres?

—¡Así se habla! —Razelión se alejó de ambos y se apoyó en el deslizador con los brazos cruzados.

—¡No seas tonto! —insistió Silur.

—Francamente no me importa. Hay otra razón por la cual quiero llevar a cabo este duelo.

—¿Otra razón?

—Así es. Nunca me ha gustado ser tu sombra en todo, esta vez seré el mejor o moriré intentándolo. 

—Esto no es un entrenamiento, amigo; si te corto con mi espada, morirás en vano. Un gelirense derramará sangre de un hermano de armas. ¿Eso quieres?

—¡No me importa! —Se lanzó hacia él con una velocidad inesperada—, ¡Hoy seré el mejor!

—¡Maldito seas, bastardo! —gritó hacia Razelión, que seguía con los brazos cruzados, mientras lo veía esquivar con dificultad a Kiremas—.

Se movió mucho más rápido de lo que lo haya visto moverse nunca —pensó Silur, preocupado.

—¿Has sentido eso? Sabes, cuando uno no tiene 50 kilos de gelita encima, es más rápido.

—Es verdad... siempre que practicamos, usábamos nuestras armaduras de placas completas que son muy pesadas, pero recuerda que yo también soy más ligero ahora.

—¡Eres pedante hasta estando tan cerca de tu final! —Siguió atacando con la misma rapidez.

—¿¡Qué rayos te pasa!? ¡No quiero matarte!

Silur se defendía como podía; pero la fuerza que generaban los ataques de Kiremas, con tanta velocidad y el peso de su espada, lo cansaba cada vez más. Pronto su brazo dejaría de poder contener embates tan furiosos.

—¡Eres un cobarde! No mereces la oportunidad que Razelión te está ofreciendo para hacerte más fuerte. ¡No puedes defender Gelir! —Golpeó furiosamente por la izquierda. Silur a penas pudo defenderse—; ¡No puedes defender tu honor como guerrero! —Golpeó por la derecha, empujando la espada de Silur contra su propio cuerpo, rebotando sobre las mallas entrelazadas de gelita de su uniforme—; ¡Y ahora sobre todo, no puedes defenderte a ti! —lanzó un corte desde abajo, buscando el pecho de su oponente.


Lo siento, Kiremas —dijo Silur desviando el corte hacia su izquierda. La fuerza que llevaba el golpe hizo a su oponente desestabilizarse y levantar los brazos de más—, no quería que esto acabe así —llevó su espada desde abajo con una estocada de una rapidez apenas perceptible, perforándole el pecho y cortando desde el plexo solar al diafragma.


—Esto...

Kiremas abrió los ojos grandes e intentó dar una bocanada de aire, que solo consiguió llenarle de sangre la boca

—esto es imposible —susurró casi sin fuerzas— Yo... —miró a Silur a los ojos, y exhaló con cara de dolor y confusión— esta vez tenía que ganar...

Sus ojos quedaron fijos en el horizonte, y su cuerpo cayó al suelo pesadamente, dejando la espada del que fue su mejor amigo, ahora su asesino, bañada de sangre.

Silur de Gelir: La llama del abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora