La entrevista

1.3K 27 24
                                    


Me levanté temprano en la mañana, me sentía enérgico. Estaba muy emocionado pues ese día conocería al Ministro de Economía, quien no concedía entrevistas a la prensa internacional desde hacía más de seis meses. Esta vez elegí un traje más fresco. Comprobé que mi cámara y grabadora de mano tuvieran ambas suficiente batería y capacidad de almacenamiento. No quería cometer error alguno en una actividad que podía significar la internacionalización de mi carrera.

Como el día anterior, Marta y Humberto me esperaban atentamente en las afueras del edificio. Abordé el auto para ir a la entrevista y comenzamos a atravesar la ciudad.

Esta vez, menos agotado, pude ver con mayor detenimiento dónde estaba. Si tuviera que describir a Mohali con una paleta de colores, diría que el verde, el plateado y el gris dibujan a grandes rasgos su moderna infraestructura, que pareciera integrarse de modo armonioso con la naturaleza. De lado y lado podía ver desde mi ventana edificios hechos de cemento con acabados rústicos, la gran mayoría construidos en la última década, con alturas en promedio de solo unos cinco pisos, desde donde frecuentemente colgaban enredaderas que día a día ganaban más espacio en las fachadas, hasta cubrirlas casi completamente. Entre los edificios divisaba enormes estructuras de acero y vidrio que interconectaban todo. Decenas de personas caminaban dentro de estos pasillos flotantes sobre nuestras cabezas.

Continuas referencias a la libertad y al desarrollo individual de la conciencia aparecían en pantallas, carteles, afiches y vallas; éstas eran parte de una campaña del gobierno para estimular a los ciudadanos a desarrollar todo su potencial humano, según me refirió Marta.

Al detenernos en un semáforo, miré hacia un lado y vi a un gran número de niños corriendo en un parque. Allí me golpeó una idea: Tomás, ¿cómo estará Tomás? Había prometido brindarle mi amistad y ni siquiera había pensado en él en las últimas horas.

—Ya estamos llegando— indicó Marta, señalando un edificio horizontal de unos 400 metros, asimétrico, con una inclinación hacia su costado derecho, hecho completamente de vidrio y acero; era el imponente Ministerio de Economía y Finanzas. Sentía que el monumento era un intento del Ministro de olvidar que había nacido en un deprimido pueblo de pescadores.

Luego de esperar por 45 minutos en la antesala del despacho del Ministro, su secretaria hizo la señal para que diera entrada junto con Marta, quien traduciría en caso de ser necesario.

La última vez que había estado tan nervioso fue cuando entrevisté al actual Presidente de Tinebia, que en aquel entonces visitaba Venezuela para ganar alianzas que le brindaran legitimidad a su nuevo modelo de gobierno que desafiaría el status quo en el mundo. En aquel entonces recuerdo que fui frontal y directo en mis preguntas y apreciaciones, no hice concesiones innecesarias, presioné cuando debí hacerlo, licencias que un periodista independiente puede darse y que me han permitido en otras ocasiones hurgar en donde los grandes medios no suelen llegar. Creo que esa fórmula hizo que ganara el respeto del Presidente, único motivo por el que seguramente fui elegido para este nuevo trabajo investigativo.

Las enormes puertas del despacho se abrieron y a lo lejos divisé, detrás de un gran escritorio de madera, a un hombre de 38 años, pero con apariencia de 45, esto atribuible a su prematura calvicie y a los delgados surcos en la piel que se desprendían de sus facciones. Vestía un traje azul oscuro de tres piezas y una corbata amarilla. A medida que me acercaba, intentaba complementar toda la información que tenía con algún último detalle que pudiera captar en la habitación.

Sus títulos universitarios adornaban toda una pared. Eran múltiples y de las más prestigiosas casas de estudio del mundo, pero ya yo los conocía todos. En contraposición a esa pared se hallaba una biblioteca con, al menos, unos 2 mil textos. Conocía también su pasión por la lectura y su capacidad interpretativa. Detrás de una de las mesas, un juego de raquetas de tenis me invitaba a pensar que, debido a la capacidad de trabajo y a lo apretada de su agenda, estaba allí más por un carácter decorativo que otra cosa. Podía apostar que no había tocado una de esas en al menos tres meses. Seguí avanzando y en mi búsqueda solo afiancé lo que tenía en mi cabeza. Sobre su escritorio, ninguna fotografía de su familia, solo papeles de trabajo, pero justo detrás de su imponente silla se encontraba algo que me desconcertó; una pequeña cruz de bronce enmarcada, extraño elemento en la oficina de un tecnócrata, y mucho más extraño en la oficina del Ministro de un gobierno que ha declarado como ilegal la formación religiosa de cualquier índole.

Un Viaje a TinebiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora