El acelerador

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Me levanté temprano en la mañana. Quería dar continuidad a mi planificación que ya iba por el cuarto día. Me alisté y bajé al lobby para encontrarme con Marta. Allí estaba. Aunque la detestara estaba más hermosa que nunca. Vestía un traje azul marino entallado y esta vez su cabello se encontraba recogido. Estaba especialmente radiante. Sin embargo, al mirar su mano sentí repulsión, sostenía una botella de agua envasada. Esto me recordó que ella estaba allí para mantenerme dentro del molde.

Le saludé sin mucho detenimiento y entramos al auto. La presencia de Humberto siempre me relajaba, pero esta vez lo notaba un poco tenso. Me notificaron que debíamos ir a un "acelerador" del gobierno ubicado frente al palacio de gobierno de Mohali.

A nuestro arribo me enfrenté a una gran obra arquitectónica que doblaba en dimensiones a todo el Ministerio de Economía. Sus paredes eran hechas de concreto y estaban cubiertas de enredaderas. Como cualquier oficina pública en la ciudad, grandes espacios verdes servían de antesala.

Luego de avanzar por tres puestos de control, logramos ingresar. Marta comenzó a explicarme que este "acelerador" era el primero en funcionamiento de una red piloto de estaciones donde el gobierno desarrollaba un nuevo tejido informático que permitía el intercambio de datos acerca de todos los habitantes del país entre los centros ambulatorios, hospitales, prisiones, universidades, escuelas, aeropuertos, etc. facilitando los ingresos, inscripciones y trámites en cualquier institución u organismo público. El proyecto, de dimensiones colosales, contaría en los próximos tres años con un centro exactamente igual en cada ciudad del país.

Caminamos por los enormes pasillos internos llenos de servidores a cada lado, separados de ellos por grandes paredes de cristal a prueba de balas. Me extrañó ver que el lugar estaba casi desprovisto de personal. Atravesando complicados controles de seguridad basados en el reconocimiento facial, ingresábamos a nuevas áreas, cada una dividida según la naturaleza de la data que procesaban.

Marta, con mucha gracia, me indicaba: —Este módulo está destinado a recibir, ordenar y transmitir toda la información académica de más de 500 mil estudiantes. Si usted desea una certificación de las calificaciones obtenidas cuando estaba en kínder, puede hacerlo desde su casa, al igual que pueden hacerlo las instituciones educativas que lo requieran en el momento necesario.

—¿Y la privacidad de los ciudadanos?— pregunté consternado.

—Toda la data contenida en los aceleradores con respecto a usted, solo estará disponible para usted. Las instituciones públicas podrán tener acceso a pedazos de la información, específicamente los concernientes a la actividad a la que se dedican. En una escuela no podrán ver si usted posee salidas del país, así como en un puesto migratorio nadie podrá conocer sus notas en matemáticas —Ante mi incredulidad, continuó—: Somos muy celosos con la información de nuestros ciudadanos y por ello hemos creado estos espacios de alta seguridad que garantizan la privacidad. Por otro lado, el uso de información del acelerador para fines no descritos en la providencia 839, es penado por nuestro estamento jurídico con 40 años de prisión. Es un delito tan grave como un asesinato.

Por todos lados la idea me seguía pareciendo ridícula pero sabía que no me interesaba discutir con un enviado del Estado. Marta me acercó hasta una computadora totalmente táctil con una cámara para hacer mi registro como turista. Allí vacié todos mis datos, fueron escaneados mi rostro y mis huellas y recibí un código de acceso remoto al sistema. Marta tomó su teléfono y realizó una llamada, lo que me permitió a solas mirar la información disponible acerca de mí. Fue realmente sorprendente ver la cantidad de impuestos que había dejado en el país, mi entrada en el aeropuerto, mi entrada a dos edificios de gobierno, mi tipo de visa, las drogas que había utilizado en Tinebia y al lado de este dato, el número "409". Me sentí impactado, estaba seguro ahora de que todo lo que Kani me había manifestado era cierto.

Al darle click al "409", el sistema arrojó una ventana con un texto que decía algo como: Información sensible sólo para agencias de inteligencia. Indique código FIU y clave.

Kani, el código. Algo dentro de mí me indicó que él conocía toda mi agenda y sabría que estaría aquí, sabría además que tendría la oportunidad de acceder a este sistema. Tomé de mi cartera el papel que me entregó la noche anterior y lo revisé.

El papel decía: FIU 182 y a su lado unos 35 dígitos que ahora presumía debían ser la contraseña. Una vez introducido, el sistema ingresó a la página del departamento de inteligencia de la Oficina para el Control de Anomalías. Estaba muy nervioso y apenas podía controlar mis manos, miraba de reojo cada tres segundos para asegurarme de que Marta no se acercara, pero ella continuaba a lo lejos su conversación mientras yo tenía el dedo puesto sobre la opción de "cerrar sesión".

En esta intranet podía ver mucha más información acerca de mí: Fotografías mías, observaciones de mi entrevista con el Ministro, un informe de la visita a la escuela, mi registro de llamadas... Marta se acerca, enseguida cierro la sesión e intento parecer calmado, sin embargo el sudor me vuelve a delatar. Marta me preguntó: —¿Te sucede algo? ¿Quieres agua?

Le indiqué que todo estaba bien y que solo me sentía un poco indispuesto. Que agradecería si me llevara al hotel de regreso para tomar una siesta.

Rumbo a mi habitación, mi mente no dejaba de pensar, quería lanzarme del carro pero no sabía cómo llegar nuevamente a la guarida de Kani. Llegamos al Vlamir y justo antes de bajarme miré a Marta y le dije: —Quiero una cita con el Ministro, el día y a la ahora que él pueda atenderme. Dile que quiero disculparme y culminar mi entrevista. He podido conocer mejor esta ciudad y he alcanzado a comprender algunas de sus posturas.

Marta sonrió.

Un Viaje a TinebiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora